En Grecia nunca se ha querido entender que un club de países soberanos como lo es la Unión Europea sólo puede funcionar si todos los miembros aceptan las reglas de juego tal y como se han establecido en el Tratado de Maastricht y en sendos acuerdos intergubernamentales posteriores. Al nuevo Ejecutivo de la izquierda radical (Syriza) esto le trae sin cuidado. Tsipras y Varufakis afirman que las políticas de los rescates financieros no han hecho más que hundir el país en la pobreza y herir el orgullo del pueblo griego. Por eso rechazan estas políticas y no quieren someterse a la supervisión por parte de la Troika (que ahora hay que llamar «Instituciones»). Y por eso insisten en que hay que reestructurar, si no condonar, la deuda exterior (sería la tercera quita), a pesar de que el peso de la deuda actual no es tan elevado como afirman: los vencimientos de los préstamos recibidos son holgados (16,5 años en promedio) y el pago efectivo de los intereses también lo es (2,7%). España, en comparación, lo tiene mucho más crudo.
Lo que no explican los dirigentes helenos es por qué otros países en crisis (en la Eurozona: Irlanda, Portugal, España; afuera: Islandia) han conseguido buenos resultados con los planteamientos de consolidación fiscal y reformas estructurales que ellos detestan. Tampoco dicen cómo Grecia podrá crear un potencial de crecimiento económico razonable y con empleos rentables, que es lo que necesita, si ponen tanto hincapié en abrir el grifo del gasto social (a pagar con un dinero que no tienen), recontratar a funcionarios despedidos (aunque no hagan falta), y paralizar las reformas estructurales y acabar con las privatizaciones que todos los analistas consideran inexorables para salir de la crisis. Al igual que pasan por alto que el país no podrá recuperar la confianza de los inversores internacionales si sus dirigentes se comportan como deudores poco formales y mantienen un excesivo control estatal sobre la economía.
Está claro que el nuevo Ejecutivo heleno no puede plegarse, sin más, ante el Eurogrupo. Pues si aceptara ayudas financieras condicionadas, los votantes de Syriza le pasarían factura. Tampoco querrá provocar unilateralmente la suspensión de pagos y buscar apoyos en otros países (Rusia, China), aunque algún ministro lo esté insinuando. El coste sería elevado porque Grecia quedaría fuera de los mercados internacionales de capital (véase Argentina). Y entonces sí que habría que aplicar una austeridad fiscal descomunal.
El mayor rédito político promete el chantaje a los socios europeos. ¿Cómo? Amenazando con una salida de la zona euro, aparte de alternar entre una retórica agresiva contra el Gobierno alemán y cantos de sirena frente a los medios de información. Mientras los líderes políticos quieran mantener a toda costa la unidad de la eurozona, la estrategia del chantaje puede funcionar. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, fue el primero en doblegarse, y la canciller Merkel no tardó mucho para declarar públicamente que quiere mantener a Grecia en la zona euro. Para despistar a la opinión pública, se celebran sesiones teatrales en el Eurogrupo, en el Consejo Europeo, y (como última novedad) en minicumbres de la mano de Merkel y Hollande. En ellas Tsipras / Varufakis fingen su disponibilidad para satisfacer las demandas de los acreedores (como vienen haciendo desde febrero, presentando una lista ambigua de «reformas» tras otra, sin concreción en las medidas), sus homólogos se dan por satisfechos hasta volverse a reunir en el siguiente acto de este drama interminable, que sería en verano, cuando Grecia vuelva a necesitar cuantiosas ayudas de liquidez.
Si Tsipras se sale con la suya, progresarán los movimientos euroescépticos ya existentes en diversos países del euro con consecuencias políticas incalculables para Europa. En España, Pablo Iglesias, que repudia la política europea anticrisis y exige una reestructuración de la deuda exterior, estaría tan contento al ver que en Europa con desfachatez se consigue lo que uno quiere. Si Podemos llegara al poder los problemas serían muy serios dado el peso económico de España.
Si Grecia considera que las reglas de la zona euro son demasiado severas, debería marcharse. Restaurada la autonomía en las políticas monetarias y cambiarlas y pudiendo configurar los presupuestos nacionales sin tener que dar explicaciones a nadie, el país podría buscar su suerte sin molestar a los demás países y desestabilizar la zona euro. El efecto contagio a otros países de la periferia meridional sería limitado. Con el Grexit, la arquitectura de la zona euro ganaría credibilidad y quedaría fortalecida. Pues en todos países miembros habría, por el interés que les trae, un fuerte incentivo por respetar las reglas económicas de la unión monetaria.