El buen entendimiento
19 de febrero de 2019
Por admin

Quizá, lo más preocupante sobre el proceso contra los líderes independentistas es que no se juzgara lo que verdaderamente tenía que ponerse en tela de juicio. Cuando el desprecio por lo ajeno se convierte en una actitud común, surge en los individuos una rancia discordia que no debería ser desenterrada. Cuando se antepone lo propio como superior, nace el rechazo, se exhibe sin pudor la ignorancia, y arraiga, como las zarzas, el egoísmo.

El envilecimiento de la política y su actuación, más mercantilista que servicial, ha vendido al individuo una serie de productos personalizados que han hecho mella en sus aptitudes de razonamiento. Mostraba Orwell en 1984 cómo el alma quedaba corrompida, marchita, al servicio del partido. Goldstein encarna el cebo para pescar a quienes no han sido envenenados –Goldstein es enemigo del partido y, por tanto, esperanza para el amigo. Así lo han hecho durante largo tiempo izquierdas y derechas, independentistas y constitucionalistas –y se creerán diferentes. Por desgracia, no tienen cabida en el sistema político quienes aborrecen a unos y otros.

No es casual que el mentidero (político) por excelencia reciba ese nombre, tan cercano al término mentider –mentiroso– en catalán; tampoco lo es que, a fin de hacer fructífero su negocio mercantil, los políticos usen toda técnica publicitaria encaminada a conseguir votos. Recordemos que la publicidad no se trata más que de un método de venta que ofrece a los usuarios aquello que no quieren, valiéndose de la seducción, con la que encandilan e hipnotizan al consumidor y le endosan el producto que han hecho pasar por su objeto de deseo. En este caso, el poder político adopta su vertiente más comercial, al vender al individuo una concepción adulterada de aquello que, por naturaleza, no rechazaría: el diálogo.

Todo diálogo requiere de buen entendimiento. Aristóteles se refiere a este último en su Ética a Nicómaco, en los siguientes términos: “Se habla de hombres dotados de buena inteligencia, del entendimiento que se ejercita al aprender; pues al aprender lo llamamos muchas veces entender”. Si no existe entendimiento o aprendizaje en aquello que constituye lo más básico de las relaciones humanas –el diálogo–, podemos afirmar que no hay hombres dotados de buena inteligencia. Y lo que se suponía un espacio virtuoso, un bosque frondoso donde puede buscarse la verdad, se acaba convirtiendo en maleza de falsedades, señalamientos y escarnios, pese a que la fuerza del agravio demuestra la debilidad del argumento.


Si no se produce entendimiento o aprendizaje en el diálogo, entonces los hombres no están dotados de buena inteligencia


En sus conferencias, Víctor Küppers suele recordar un ejemplo que cada año expone a sus alumnos de la Facultad de Comunicación. Llega a clase con una planta y advierte que está prohibido tocarla y regarla. Los estudiantes reparan inmediatamente en que el vegetal tiene los días contados. Y Küppers aprovecha entonces para introducir una analogía: “Lo mismo pasa con las personas. Si no las riegas, si no cuidas la relación, se acaban pudriendo”.

No deja de resultar curioso que quienes en su momento echaron con sus votos al anterior presidente del Gobierno hayan permitido que el próximo Ejecutivo que salga de las urnas pueda ser más duro que el que fue expulsado. Estas y otras actitudes favorecen los radicalismos y el enconamiento del problema. Decía uno que “somos dueños de las decisiones que tomamos, pero se trata de un espejismo creer que somos dueños de las consecuencias de las mismas”. Esta segunda lección resulta muy difícil de asumir, y la reacción habitual del cobarde, del pobre de espíritu, consiste en irresponsabilizarse ante ello. Pero recuerda Ortega y Gasset que “toda realidad que se ignora prepara su venganza”. ¿Acaso no es cierto aquello de «por la boca muere el prez»? Por tanto, hay que cuidar las palabras, tanto como las ideas deben ser respetadas, y ninguna de ellas ha de prevalecer como dogma, por encima de las personas, sin un muy profundo enraizamiento del conocimiento y, por ende, del buen entendimiento. Si ha quedado demostrado que hablar amablemente a las plantas las hace crecer grandes y sanas, imaginad qué puede pasar si tratamos con consideración a cualquiera de los seres humanos.

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