Los ejecutivos de Repsol, Shell, los de la noruega Statoil y algunos otros deben estar preparando las maletas para volar a Teherán. Los iraníes, padeciendo aún las sanciones, están ansiosos de poder vender petróleo. Exportan poco más del 50% de lo que vendían antes de ser penalizados. Tienen millones de barriles almacenados y podrían, eliminadas las sanciones, aumentar su capacidad de exportación en un plazo no muy largo. Irán posee unas reservas de petróleo que lo colocan en el cuarto lugar a escala mundial y el segundo en las de gas.
La apertura del grifo iraní, si se produce, contendría el precio del petróleo. No es aún seguro, con todo, que ocurra a pesar del anuncio del trabajosoacuerdo que ha logrado Irán con Estados Unidos secundado por Gran Bretaña, Francia, Rusia, China y Alemania (los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más la nación ‘líder’ de la Unión europea).
El problema, como en muchas negociaciones internacionales, está en los detalles. Lo ha dicho el Jefe supremo de Irán el ayatolá Jameini, de quien todo depende, al declarar que no está ni a favor ni en contra del acuerdo: “Los americanos nos pueden apuñalar en los detalles”. Hay dos aspectos en los que, según él, Iran no puede transigir: las sanciones han de ser eliminadas el mismo día en que se firme el acuerdo definitivo y Teherán no permitirá que todas las instalaciones militares iraníes sean inspeccionadas por los occidentales. Jamenei ha ido más lejos al denunciar que en el resumen de lo acordado difundido por la Casa Blanca hay errores en bastantes aspectos. La versión americana, sentencia, “tergiversa la realidad”.
La ambigua postura del iraní que verdaderamente ha de decidir traduce la división existente en las altas esferas de su país. El pueblo llano ha aplaudido el anuncio del acuerdo; sectores importantes del régimen, sin embargo, lo atacan. Buen ejemplo es que la televisión oficial viene zahiriendo desde hace varios días al ministro de Exteriores Javad Zarif, que es quien ha negociado el acuerdo.
Las reticencias y exigencias iraníes alimentan a los adversarios del convenio, abundantes asimismo en Estados Unidos. Si su aprobación es llevada al Senado habrá que ver si todos los republicanos votan en contra y todos los demócratas a favor. Son dudosas las dos cosas. En todo caso, quien no pierde el tiempo es el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, que en esta ocasión, como en otras candentes del pasado, obtiene más cobertura en los medios de información estadounidenses que la acordada, y no exagero, a los máximos dirigentes de Alemania, Francia, Gran Bretaña y Rusia combinados. Netanyahu habló largamente en el programa televisivo ‘Meet the press’ y se despachó con un enfoque maximalista.
En su lista de demandas está que Irán sea sujeto a totales inspecciones, que destruya todas su plantas de centrifugado sin poder utilizar la energía nuclear ni siquiera con fines civiles, que se le obligue a reconocer a Israel etc…
Netanyahu es el niño mimado de un nutrido sector de la clase política yanqui y de los medios de información. En esta ocasión, sin embargo, ha ido un poco lejos. ‘Los Angeles Times’, sosteniendo que el acuerdo si se implementa es el menor de los males, argumenta que no se trata de dar un certificado de buena conducta a Irán o de recompensarle en momentos en que aún sigue apoyando a Hizbulá, interviniendo en Yemen. etc. Se trata simplemente de impedir que se haga con la bomba nuclear. Lo otro, en estos momentos, es secundario.
En cuanto al muy influyente ‘The New York Times’, proclive normalmente a comprender las tesis israelíes, denuncia que Netanyahu se ha pasado de rosca: “Actúa como si pudiera dictar los términos de un acuerdo”, negociado nada menos que por media docena de potencias de las más importantes del planeta.
Antes del 30 de junio veremos si los detalles se aclaran o abortan un logro importante.