Pocas veces como ahora ha habido un hastío semejante hacia los políticos que ocupan los diferentes gobiernos. ¡Existen tantas quejas legítimas! Que un partido que tiene la idiosincrasia española en su genoma sea capaz pactar con los que quieren romper el país con tal de ostentar el poder resulta perverso. Algo similar ocurre dentro de nuestras mugas: el PSN ha dejado de defender la identidad de Navarra al unirse a quienes desean que la Comunidad foral desaparezca. A diferencia de la milenaria Navarra, la República Vasca no existió nunca. Tan solo se trató de un proyecto de Miguel de Irujo que, ni fue posible en 1941, ni lo va a ser nunca, porque el obsoleto romanticismo nacionalista vasco ha preferido vivir espléndidamente a cargo del esfuerzo ajeno. Me explicaré.
Aunque los nacionalistas sientan una pasión emocional independentista, se muestra más fuerte en ellos la fría razón de proteger su fantástico bienestar. En la conferencia “El coste de la independencia” de la asociación Esteban de Garibay, Mikel Buesa, catedrático de Economía de la Universidad Complutense, cifró en 3.000 o 4.000 millones de euros anuales lo que País Vasco paga de menos por las competencias que el Estado asume en su nombre. También añadió que esta comunidad autónoma recibe el doble de financiación por habitante que la media de las demás, lo que supone que, si la media nacional (en números redondos) está en unos 2.000 euros por habitante, Navarra recibe más de 3.000, y País Vasco, 4.000. Buesa afirma asimismo que la independencia, entendida como separación radical de España, conllevaría también disgregarse de la Unión Europea, lo que tendría unas consecuencias negativas en el comercio exterior que se cobrarían un 20% del PIB. Por último, tanto el fenómeno de la globalización como la mayor productividad que genera el tamaño de un país hacen que dé vértigo pensar cómo saldría adelante un territorio tan diminuto, y además aislado de una Europa que ya es pequeña frente a China y EE.UU.
Estas razones motivan que, en las últimas encuestas, la mayoría de los vascos declaren que no quieren independizarse. Ahora impera el criterio de que es mejor vivir del privilegio que implica una sobrefinanciación del Estado central, por muy odioso que este les resulte a los nacionalistas, que lograr la soberanía a coste de un deterioro grave del bienestar. Otro ejemplo: la última reclamación que el Gobierno Vasco ha efectuado a La Moncloa sobre el control de la Seguridad Social. Pero ¡que listos son! No piden quedarse con las cotizaciones y pagar todos los gastos que, supuestamente, estas cubren porque el coste de las pensiones de los vascos, como las de los navarros, superan con mucho los ingresos obtenidos por estas cotizaciones.
Si el PNV tiene claro que conviene estar dentro de la detestada España para seguir siendo ricos, ¿por qué Euskadi quiere anexionarse Navarra? Quizá porque el nacionalismo vasco, abandonados los principios cristianos que tuvo en su origen, ha optado por servirse de una demagogia sin escrúpulos. Tanto para el separatismo como para el populismo lo que importa es adoctrinar con éxito, sin que la realidad importe, al ser sustituida por la posverdad. El PNV y sus socios necesitan una causa honorable por la que luchar para legitimarse. La reunificación de la ‘nación vasca’, de acuerdo con la falseada historia nacionalista, puede servir para aglutinar y fortalecer a sus partidarios. La salida de la Guardia Civil de Tráfico, negociada por el PNV de Euskadi, constituye un gran triunfo en su minuciosa y perversa estrategia. Lo incomprensible radica en la pasividad de tantos navarros que miran a otro lado ante el avance de los totalitarios. ¿Son conscientes de que su libertad está en juego y que, sin ella, la crispación social resultará insoportable?