Comencemos esta reflexión por una primera realidad que no puede ser soslayada: la ya conocida como “segunda ola de coronavirus” está teniendo lugar en circunstancias muy diferentes a la primera (que vendría a ser la de febrero-mayo, básicamente). En primer lugar, da la impresión de ser mucho más duradera: en lugar de en torno a tres meses hasta una nueva reapertura, podemos estar hablando de, mínimo, seis meses o más. En segundo lugar, el conjunto de los Estados se encuentra mucho más endeudados como consecuencia de la paralización parcial de la actividad económica y de la necesidad de destinar muchos más fondos a la lucha contra los efectos de esta epidemia. Y, en tercer lugar, parece que ha tocado fin la llamada “paz social”: la sociedad definitivamente ha estallado y ha decidido echarse a la calle, con lo que ahora habrá que afrontar una conflictividad que hasta este momento no existía.
Así, el conocido como segundo Gobierno Conte, que echó a andar en la primera semana de septiembre de 2019, llega a este momento crucial con claras y evidentes carencias, ya que se trató de un Ejecutivo bastante improvisado (hubo de negociarse en cuestión de semanas porque nadie esperaba que Matteo Salvini fuera a hacer caer el Gobierno del que él mismo formaba parte en pleno mes de agosto) que ahora muestra algunas de sus debilidades. En el punto de mira se sitúan en este momento tanto el primer ministro (Conte) como el titular de Sanidad (Roberto Speranza), y no tardará en estarlo el ministro de Economía y Finanzas (Roberto Gualteri). Y todo ello con la desintegración del Movimiento Cinco Estrellas como cuestión de fondo, formación crucial para el sostenimiento del actual Ejecutivo porque es que el posee, con mucha diferencia, mayor representación en ambas Cámaras.
Comencemos por la figura del presidente del Consejo de Ministros, el jurista Conte. Su manera de actuar desde que se inició el conjunto de la epidemia ha sorprendido gratamente a muchos, que le recordaban, no mucho tiempo ha, como un mero juguete en manos de Matteo Salvini y Luigi di Maio durante el año que duró el llamado “Gobierno del cambio” (junio de 2018-septiembre de 2019). Ha demostrado tener mucha mano izquierda, capacidad de liderazgo y hacerse ver como “figura institucional”, algo en lo que mucho debe al presidente de la República (Sergio Mattarella), que es quien le ha otorgado permanentemente su confianza y quien lleva guiando sus pasos sobre todo desde el momento en que Salvini intentó acabar con su condición de primer ministro. Pero cierto es que comienza a acusar el desgaste de tanto tiempo consecutivo al frente del Gobierno (está ya frisando los 1.000 días de gobierno entre sus dos Gobiernos, cifra que, fuera de los “premiers” pertenecientes a la extinta DC, muy pocos han sido capaces de rebasar) y que además no tiene realmente un partido que le apoye. Es cierto que llegó ahí de la mano del Movimiento Cinco Estrellas, pero él mismo se ha ido desmarcando de este partido con el paso del tiempo para que la debacle de este no le alcanzara y ello le ha convertido en un primer ministro sin un partido detrás, con los riesgos que ello conlleva. De momento, puede estar tranquilo porque Mattarella no permite cuestionamiento alguno de su “premier”, pero debe recordarse la imparcialidad en la que debe moverse siempre el jefe del Estado y, si las circunstancias siguen empeorando, el veterano político siciliano puede tener que acabar pensando en el relevo de Conte.
También comienza a estar en entredicho el ministro de Sanidad, Roberto Speranza. Originario de la capital de Basilicata (Potenza), Speranza, de tan solo 41 años, entró en el actual Gobierno por el apoyo que brindó a la nueva coalición de Gobierno su partido (LeU), que aporta en este momento unos cinco senadores. Se trata de la “mano derecha” del exministro y exsecretario general del PD Pierluigi Bersani, quien le hizo portavoz en la Cámara Baja hasta que Matteo Renzi le acabó destituyendo por no considerarlo de su confianza (conocido era ya el abierto enfrentamiento entre Bersani y Renzi, rivales en las primarias del PD de 2012 y quien mantienen hoy en día esa enemistad).
Así, el principal problema para Speranza no es su enfrentamiento en el pasado con Renzi (quien apenas ha criticado, al menos públicamente, su gestión), sino que es un licenciado en Ciencias Políticas en un mundo tan complejo como el la Sanidad (sería menos cuestionado, seguramente, si fuera médico de profesión) y además no había conocido, hasta el momento de ser nombrado titular de Sanidad, otra vida que la parlamentaria. En efecto, en el momento de convertirse en el nuevo ministro del ramo correspondiente, Speranza no había sido siquiera viceministro o subsecretario en anteriores Gobiernos. Conte le ha cubierto permanentemente las espaldas y ha asumido en primera persona la gestión de la epidemia, pero el perfil de Speranza sigue siendo demasiado bajo (y además su partido muy poco relevante en la actual coalición) como para poder mantenerse al frente de Sanidad mucho más tiempo. Resulta evidente que ha gestionado bien la primera “ola de coronavirus”, pero también que la “segunda ola” serán palabras mayores a las que Speranza difícilmente podrá responder como lo hizo con la primera.
Y el tercer hombre cuyo nombre puede estar dentro de poco tiempo en entredicho es Roberto Gualteri, ministro de Economía y Finanzas. Paradójicamente, es el miembro del Ejecutivo al que Matteo Renzi más apoya, lo que no es poco teniendo en cuenta la tendencia natural del ex primer ministro y ahora senador por Toscana a desmarcarse de la acción de Gobierno. En ese sentido, Gualteri resultó un nombramiento muy acertado por la necesidad que había de recuperar la conexión perdida durante el tiempo de Di Maio y Salvini con las autoridades comunitarias, ya que Gualteri llevaba ya una década trabajando en asuntos económicos precisamente en las instituciones europeas. Logró sin mayores obstáculos la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado (PGE) para el año en curso, y todo parece indicar que los datos de crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) del tercer trimestre de 2020 van a ser muy positivos.
Pero ello no quita que la realidad es que Gualteri es un político (no sólo no estudió Ciencias Económicas, sino que en realidad es historiador de formación) que puede desenvolverse bien en el mundo comunitario, pero que no dispone de influencia ante el Fondo Monetario Internacional (FMI), y no debe olvidarse que su país posee la deuda nacional sobre PIB más abultada de toda la Unión Europea y que la prima de riesgo, aunque mucho más baja que en los tiempos de Salvini y Di Maio (se ha pasado de superar los 310 puntos a situarse en el entorno de los 140 puntos básicos), sigue siendo muy elevada. Y aquí sí que su relevo puede ser más claro que ninguno, porque el presidente Mattarella posee enorme confianza en la figura de Cottarelli, antiguo economista-jefe del FMI y quien estuvo a punto de convertirse en primer ministro a finales de mayo de 2018 ante la aparente imposibilidad de Cinco Estrellas y Liga de alcanzar un pacto de Gobierno. Al final no fue necesario que Cottarelli liderara un Gobierno no político, pero quedó claro que Mattarella le tenía en mente y puede volver a llamarle en cualquier momento, toda vez que la otra carta por jugar (el prestigioso expresidente del Banco Central Europeo Mario Draghi) ya ha dejado claro que él prefiere esperar tranquilamente en su casa a que le llamen, a finales de enero de 2022, para convertirse en el nuevo presidente de la República, perfecto colofón a una carrera impecable.
Como decimos, de momento Sergio Mattarella no quiere ni oír hablar de un posible cambio de Gobierno. Pero la realidad es que las acometidas de Matteo Salvini son constantes y cada vez más duras; que el país lleva ya más de una semana alrededor de 30.000 positivos diarios; que la calle está más sublevada que nunca, particularmente en las zonas donde hay más economía sumergida; que se espera un sensible aumento del desempleo; y que el Movimiento Cinco Estrellas, con su permanente sangría de parlamentarios (catorce se han marchado ya al Grupo Mixto en el Senado), ha dejado la otrora “maggioranza” del Gobierno en una mayoría no absoluta, sino solo simple. En otras palabras, si sigue gobernando la actual coalición es porque de momento suma más senadores que el centroderecha, pero está por ver cuánto tiempo se podrá aguantar esta situación.
El presidente Mattarella tiene la última palabra: en sus ya casi seis años de Presidencia solo ha tenido que nombrar tres Gobiernos. El primero, presidido por Paolo Gentiloni, se lo dio hecho Matteo Renzi, quien en ese momento controlaba la mayoría parlamentaria; el segundo, aunque conllevó tres meses de negociaciones, en la práctica era solo cuestión de tiempo por la necesidad que tenían tanto Cinco Estrellas como la Liga de alcanzar el poder; y el tercero, nacido en septiembre de 2019, también acabó resultando fácil porque lo último a lo que querían arriesgar tanto Cinco Estrellas como PD era a ir a unas elecciones anticipadas en las que el centroderecha liderado por Matteo Salvini seguramente hubiera arrasado. ¿Puede haber un último Gobierno en el que Mattarella sería el principal forjador del mismo? El tiempo decidirá, pero vienen tiempos en los que la tercera economía de la Unión Europea debe poner al frente de su Gobierno a lo que mejor con lo que cuenta. Y el actual Ejecutivo, aún habiendo funcionado razonablemente bien, no da la impresión de contar con lo mejor de lo mejor.