Siempre se ha dicho que una de las cosas que más le puede gustar a un profesor universitario —aunque hay muchas excepciones, ciertamente— es que le ofrezcan un cargo público. Pero ahora parece que son los políticos los que intentan rodearse de todo tipo de títulos académicos, sean estos un máster en derecho no cursado, una licenciatura en matemáticas inexistente o cualquier otro grado que imaginarse pueda. Y algo similar puede ocurrir en la enseñanza. Políticos que no han llegado en la universidad más que a profesores asociados o a titulares interinos son tratados como si fueran catedráticos. Y como el hombre de la calle no sabe —ni tiene por qué saber— cuáles son las diferencias entre unos títulos y otros, o entre unos profesores y otros, se incluyen en los curricula niveles académicos nunca alcanzados.
UNA RAZÓN… ¿Por qué esta obsesión? Dado que los políticos suelen ser personas que tienen unos objetivos bastante claros, hay que preguntarse qué beneficio esperan obtener de esta búsqueda del título o del autobombo académico. Y al menos dos respuestas son posibles. La primera es que consideren que inflar sus expedientes les ayuda en su acción de conseguir el poder o mantenerse en él, argumento fundamental de sus funciones de utilidad, y, por lo tanto, piensen que aparentar lo que no son les resulta rentable. Pero esta explicación plantea algunas dudas. La principal es que no está claro que más títulos permitan al político en cuestión conseguir realmente un mayor apoyo en las urnas.
…Y OTRA. La segunda razón tiene un componente psicológico que no se puede dejar a un lado. Se diría que muchos polí- ticos tienen un extraño complejo de inferioridad que intentan curar enriqueciendo su currículum académico. Y hay datos que confirman, en algunos casos, esta actitud que (al menos para quienes llevamos toda la vida en la universidad) tiene muy poco sentido. Pero así son los políticos… y así es la sociedad. Nada nuevo, por otra parte. “La corte vende su gala, la guerra su valentía; hasta la sabiduría vende la universidad”. Lo dijo Luis de Góngora hace muchos años.