De jacobinos a apparátchik
18 de septiembre de 2019

Últimamente, duele hablar con militantes de Ciudadanos. Con los que han aguantado el tirón, desafiando a la prensa y los elementos hasta que Rivera ha movido ficha, y también con los que se han bajado del carro hartos. Desde las elecciones catalanas, los naranjas han perdido mucho empuje. Pero su enfermedad actual era un problema anunciado.

Cuando Ciudadanos abordó la expansión territorial, se dio de frente con una grave dificultad: la entrada masiva de personas con ideas e intereses propios y una agenda diferente de la de los “fundadores” y custodios de las esencias. Se convirtió en un partido “de aluvión”, y no les gustó la experiencia.

Ciudadanos es una formación política con una misión, y parece que sus dirigente decidieron protegerla. Así que cambiaron los estatutos y el reglamento, redujeron la democracia interna, y crearon, de hecho, un sistema de castas prácticamente estancas.

La inferior la forman los afiliados de a pie, los que se encuentran en las mesas informativas y se dejan ver por la calle. Los que hacen campaña, de interventores, los que ponen la cara en bares, oficinas y redes sociales, los que llenan autobuses, y los que se presentan de concejal en su pueblo. Se les permite elegir unas “juntas directivas” para coordinarse, pero no tienen ningún poder de decisión real sobre nada.

La casta dirigente se nombra directamente desde arriba, por designación (o frecuentemente, por invitación, cuando se “capta talento” fuera de casa). Los líderes pueden controlar quién accede a los cuerpos que adoptan las decisiones, elaboran las listas electorales (con sus cabezas de lista “oficiales”), y se las proponen a las juntas directivas, contratan a los asesores, o realizan los programas. Son los que gozan de visibilidad en los medios. Son los que son. De entre ellos, el área de Organización se trata de la que realmente detenta el poder.


El partido ha cometido un error propio del estalinismo y del despotismo ilustrado


Esto se ve reforzado porque el partido cree realmente que lo esencial para ganar elecciones no pasa por tener presencia en la calle y la sociedad civil, sino en la televisión y los medios nacionales. Se asume que son los portavoces los que arrastran al éxito a los demás, en lugar de apoyarse en ellos. Así que resulta fácil olvidarlos. No son lo que importa. Están mucho mejor callados, salvo que se les diga lo contrario.

Ciudadanos ha cometido un error propio del estalinismo y del despotismo ilustrado. “Todo para el pueblo pero sin el pueblo”, y los planes quinquenales en manos del comisario. En otras palabras, no constituye un partido democrático ni que atienda al talento interno. Se hace lo que mandan los de arriba, y todo lo demás es trampantojo. Los afiliados (posiblemente aún el grupo con mayor motivación reformista del país, y más cualificado) no pintan nada en la toma de decisiones.

Como en todos los regímenes de este tipo, la cosa puede funcionar si los dirigentes son muy buenos. Pero la historia muestra que se premia el conformismo y se silencia al que señala que el emperador va desnudo. Que se oye hablar mucho de impuestos y poco de regeneración. O que el candidato está manchado hasta las trancas de su paso por el PP, como ocurre en León.

Con demasiada frecuencia, se acaban designando apparátchiks, más atentos a cumplir indicadores de gestión que a desarrollar e integrar talento, y completamente desconectados de las prioridades de la militancia. Incluso cuando no lo son, pocas veces resultan de lo más granado del partido o cuentan con el apoyo de los afiliados.

El resultado inevitable consiste en choques entre los jacobinos militantes (Ciudadanos se trataba de un partido muy ideológico, con un nivel de idealismo muy alto) y los apparátchiks dirigentes (más preocupados por estrategias que por ideales, y más atentos a la conveniencia de la organización que a sus supuestos objetivos). Y el desenlace, desencantos y dimisiones.

La estructura de Ciudadanos es, por diseño, una herramienta que permite a su Dirección tomar decisiones con agilidad y controlar la marca y el mensaje. También, una receta para desmotivar a los idealistas, los competentes y los ambiciosos. Incluso a aquellos que han sido nombrados como parte de la casta dirigente.

Una organización que solo funciona de arriba hacia abajo, y no al revés, desperdicia la mayor parte de su potencial. Cuando eres un niño, puede constituir una opción inteligente. Cuando aspiras a gobernar, un suicidio.

La alternativa pasa por asumir su propio programa y sus mantras sobre democracia interna (¿sabrá Rivera hasta qué punto molesta a sus afiliados que diga en público que es el partido más democrático de España?). También por liberar las listas de influencias directivas. Auditar la maquinaria electoral. Volver a hacer electivos los cinco primeros puestos de las candidaturas (o todos). Tomarse en serio a la militancia, y dejar que el talento y las ideas emerjan, sin depender de que las identifiquen desde arriba. Y todo eso antes de que el partido termine de convertirse en otro cajón de seguidores y aduladores, en lugar de en un equipo de activistas con ganas de cambiar el mundo.

Por supuesto, Ciudadanos presenta otros problemas de índole externa. El más visible, la campaña de comunicación que dirigen permanentemente contra sus cimientos los partidos tradicionales (y el “establishment” que denuncia Rivera) y que, a la larga, hace mella en una militancia desconectada y desorientada.

Quizá, ya haya llegado la hora de abordar el problema de raíz y reorganizar el funcionamiento interno de la formación, matando dos pájaros de un tiro. Si Ciudadanos quiere de verdad crecer y convertirse en un partido de gobierno, ha de dejar de tener los pies de barro. Y eliminar esa grieta que lo hace vulnerable.

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