Dicen, al menos desde los años 40, que siempre estamos intentando combatir la guerra anterior en lugar de la que viene. Mientras tratamos de reaccionar al golpe que hemos recibido, no lo hacemos ante los que se avecinan. Quizá, está en la naturaleza del animal. Samuel Vázquez, de Una policía para el siglo XXI, dice que los políticos democráticos no pueden llevar a un país donde no quiere ir y, por tanto, necesitan que el problema se haga visible, de modo que se puedan implementar los medios para corregirlo. Eso podría ser cierto cuando el problema no se ve, pero, en el caso del coronavirus, teníamos un espejo clarísimo en otros países. Y en las medidas que tomaban, también.
Hay dos fuentes de información especialmente relevantes. Una, las simulaciones epidemiológicas, como las del Imperial College. Otra, las experiencias de países como Italia y Corea, con planteamientos de reacción (y resultados) muy diferentes.
Las simulaciones dicen que los encierros no detienen la enfermedad, pero sí ralentizan su avance, permitiendo adaptar las infraestructuras sanitarias y productivas, de modo que se originen las menos bajas posibles. Porque, como todos sabemos ya, si hay más enfermos que camas se acaba produciendo “triaje” y se deniega tratamiento a algunos pacientes con más edad o menos posibilidades (se les deja morir), con lo que sube la proporción de infectados que mueren por COVID-19 y otros problemas; pasó en Lombardía y ahora parece que está sucediendo hasta en Navarra. Y si hay menos servicios de asistencia que necesidades, las residencias de ancianos se pueden convertir en una trampa horrible, como la de los casos denunciados por el Ejército. Y si hay menos kits de prueba de los precisos, ignoramos el alcance real del contagio y cómo aislarlo, y tenemos a miles de enfermos sin diagnosticar en sus casas, que solo se convierten en dato cuando ingresan graves, si llegan a tiempo de que les hagan la prueba. Todo eso pasa cuando la curva de afectados por la epidemia sube por encima de la capacidad de atención del sistema.
Gráfica 1. Curva de muertes por día desde el inicio de la epidemia
El responsable de protección civil de Italia estima que tiene 10 veces más contagiados de los que ha identificado, y en España o Reino Unido pasa lo mismo.
Gráfico 2. Ingresos en UCI estimados por día desde inicio de epidemia con encierros periódicos
Las simulaciones también dicen que el encierro hace bajar la curva, pero que esta empieza a crecer de nuevo en cuanto se interrumpen las medidas más estrictas, lo que forzaría a repetir el ciclo al menos hasta finales de 2021, y que la única herramienta para lograr un cambio mayor son medidas efectivas de “supresión”, y no solo de “contención”, como las que se han adoptado en Corea o en Singapur (o en China, pero ese se trata de un animal demasiado diferente).
En un sistema abierto, el ciclo vuelve a empezar constantemente hasta que se logra la inmunidad colectiva (cuando un enfermo no desata epidemia porque casi todos los que le rodean ya son inmunes). Ese es el objetivo final, salvo que aparezca una cura, pero para llegar ahí tiene que contagiarse la gran mayoría de la población.
Las medidas de supresión activa aplicadas por Corea o Singapur han frenado la curva en seco y podían haberse tomado desde el principio
El modo de acelerar esa “inmunidad colectiva” es el que ya han implantado Corea y Singapur. Ayudar a los anticuerpos con medidas de prueba frecuente, seguimiento de contactos y aislamiento. En la práctica, supone la toma obligatoria de la temperatura (en todos los centros de trabajo, dos veces al día), un test para cada caso sospechoso (miles diarios), confinamiento de todos los contagios con identificación, así como prueba y reclusión de todos sus contactos, seguimiento y tratamiento desde el primer momento. Y suficientes camas para que los enfermos de COVID-19 no queden desatendidos ni desalojen a otros pacientes.
Estas medidas de supresión activa no solo han frenado en seco la curva en esos países, reduciendo las víctimas a la mínima expresión (la tasa de letalidad en Corea resulta muchísimo más baja que en España, y el número absoluto de muertes también), sino que se podían haber tomado desde el principio, como hicieron ellos. Porque China no está más lejos de España que de Corea para un virus que viaja en avión y que estaba extendiéndose por el mundo desde enero.
Y lo más grave no radica en que aquí no se hayan adoptado desde el inicio, sino en que no parece que se estén empezando a implementar ahora. La cantidad de camas, la cantidad de kits, los medios de seguimiento, la legislación, la comunicación del Gobierno, apenas están orientadas a intentar aguantar una primera ola de la epidemia, con la población encerrada en casa para generar las menos víctimas posibles, pero no están pensando en la siguiente fase. El país no puede confinarse para siempre, y el día que salga a la calle, la ola volverá a alzarse.
Basta un caso sin detectar, doméstico o proveniente de cualquier parte del mundo, para poner en riesgo de nuevo a toda la población que no haya pasado la enfermedad. Y como no hacemos pruebas, no sabemos quiénes lo han hecho ya y quiénes no.
Hay otro peligro que tampoco parecemos querer apreciar. Los servicios médicos y sociales no se tratan de los únicos que tienen que permanecer activos. Las cadenas de producción no son eternas ni invulnerables, ni siquiera si nos centramos en comida y bienes esenciales. Las personas que acuden a esos trabajos (o a fabricar los medios que necesitan) están sujetas a contagios y a cierres de planta (y a problemas con el coche). Y a medida que el encierro se prolonga, los stocks se degradan. Deja de haber más cosas que harina, hasta que la máquina se para. Dicho de otro modo, la reclusión no puede extenderse como simula el Imperial College, o como sugieren ya en Italia, sin consecuencias serias. Y no solo porque el nivel de deuda de países, empresas y particulares resulte insostenible, sino porque no podemos importarlo todo de China indefinidamente. Ni siquiera cuando llega en condiciones.
El único modo de mantener la actividad es con medidas de contención activa. A la coreana. Extensión generalizada del teletrabajo (también en el sector público). Higiene y separación, distanciamiento social, medición frecuente de temperatura en los lugares de trabajo, prueba, traza y aislamiento de contactos de los contagios, tratamiento temprano. Un plan que requiere de inversiones masivas, y de un programa de trabajo serio para ponerlo en marcha.
Porque, antes o después, vamos a tener que salir y convivir con el virus hasta que se erradique o nos volvamos inmunes. Para eso, hay que dejar de mirar a los faros y fijarse en el camión que se nos echa encima. Y quitarse corriendo de la carretera, como ya han hecho otros.