En la lucha por la presidencia de los Estados Unidos, la economía mundial ha sufrido un giro de 180 grados que ha dejado a los principales líderes en el mundo aturdidos. En un momento en el que arrancaba el nuevo ejercicio económico, esta dura sacudida que ha ejercido el coronavirus en las distintas economías del planeta ha cambiado las hojas de ruta de los distintos líderes mundiales, los cuales ya preparaban sus estrategias para el nuevo año, el cual se presentaba lleno de retos y emociones.
Para España, por ejemplo, 2020 arrancaba con un nuevo Gobierno de coalición que se hacía con la victoria antes del periodo navideño del pasado año. En este sentido, la gobernabilidad del país, hasta ahora, se ha centrado en el coronavirus, puesto que, ante lo ocurrido, es imposible centrar la mirada en otros asuntos que no tengan nada que ver con el contagioso virus. Más en un escenario en el que, como muestran los datos estadísticos, el país se ha convertido en el epicentro de las infecciones, junto a Italia.
También lo era para México, un país que el año pasado lo pasó realmente difícil. De acuerdo con el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), la economía mexicana pretendía cerrar el año con un crecimiento que oscilase en rangos cercanos al 2 %. Al margen, cuando finalizó el ejercicio, los datos arrojaban un 0,2 %, marcando ese año perdido para la economía mexicana. Un año que se esperaba remontar en este 2020, tras el nuevo acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos y Canadá, donde, con un 80 % del PIB supeditado a las exportaciones, se pretendía cosechar un mayor crecimiento.
Pero, sin lugar a dudas, si a alguien le ha sacudido duramente esta crisis del coronavirus, ese ha sido a Donald Trump. El presidente norteamericano venía de atravesar un duro año, saliendo ileso de todos los retos a los que se había venido enfrentando a lo largo del 2019, y a esperas de comenzar la campaña para la reelección, que tenía lugar en el ejercicio presente. Desde el impeachment hasta la desaceleración económica que vivía el país tras el deterioro del ciclo expansivo que arrastraba la economía norteamericana, el presidente Trump supo sortear los retos, saliendo bien parado de cada uno de ellos.
Retos que se cruzaban en esa carrera por la Casa Blanca, pero con los que, hasta ahora, el presidente y magnate norteamericano había sabido lidiar. No obstante, no podemos decir que el coronavirus es un reto del que Trump vaya a salir igual de ileso que salió cuando el intento de impeachment por parte de los demócratas. El contagioso virus, desde su desembarco en Estados Unidos por la ciudad de Nueva York, se ha convertido en un verdadero quebradero de cabeza para Trump. Un presidente que lucha día a día para paralizar la dura sacudida que, solo en la ciudad de Nueva York, llegó a dejarnos datos tan escalofriantes como las nueve muertes por minuto que estaba cosechando la ciudad, la cual no daba abasto para ocuparse de los cadáveres que salían de los hospitales para permitir el ingreso de nuevos pacientes.
Al inicio de todo esto, cuando el coronavirus comenzó a sacudir a las economías europeas, por entonces, el presidente Trump hizo caso omiso a las recomendaciones sanitarias que estaba dando la Organización Mundial de la Salud (OMS). Para Trump, el coronavirus y los efectos de este en los países, así como en las economías, no era más que un elenco de datos peregrinos, los cuales no iban a tener ese mismo impacto, si es que llegaban, en los Estados Unidos. La superpotencia mundial, para su presidente, se encontraba a salvo de un virus que, para él, solo sacudía a aquellas economías menos pudientes.
Es por esta razón que la estadística que muestra un curioso gráfico. Un gráfico en el que se recoge la percepción de los ciudadanos sobre el coronavirus, en función del partido al que votan. En este caso, la encuesta desglosa a los participantes en función de si votan al Partido Republicano o al Demócrata. Como recoge el gráfico, los votantes norteamericanos que votan a Trump, confiados tras las declaraciones de un presidente que mencionaba el uso de mascarillas como una acción optativa, se muestran mucho menos preocupados por el virus; mientras que, por el lado de los votantes demócratas, la cifra, como vemos, se incrementa notablemente.
Trump sabía lo que se avecinaba perfectamente. Sin embargo, el coronavirus, además de una crisis sanitaria, es una de las mayores amenazas que contempla en estos momentos el planeta para la estabilidad económica. Así hemos sido testigos de ello, pues por donde iba pasando el virus, la economía sufría graves paralizaciones que ponían en peligro el crecimiento cosechado en años anteriores. Especialmente preocupante para un presidente que, como Trump, contaba con una gran baza en el campo económico, donde basaba toda su estrategia para la reelección.
Si el coronavirus salpicaba la economía norteamericana, la estrategia política en la que había basado la campaña para la reelección podría verse gravemente perjudicada, por lo que era un gran riesgo el llegar a las elecciones con una economía en pleno estancamiento, así como unas previsiones futuras incluso peores a las ya pronosticadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI), al actualizar sus previsiones ante la desaceleración económica que precedía a la crisis del coronavirus. Una situación que llevó al presidente a infundir el optimismo entre, al menos, sus votantes. Su discurso optimista y conciliador trataba de calmar a una población que se esperaba lo peor.
Muchos cuestionaron la actuación de Trump al actuar tarde para frenar esta crisis. Pero, por un momento, pongámonos en la piel de un presidente que, como decimos, tiene toda su estrategia basada, como sabemos, en un escenario económico creciente. En este sentido, las actuaciones, meses atrás, han ido enfocadas a eso, y así lo hemos visto. Desde la reducción de tipos tan solicitada por Trump y a la que el presidente de la Reserva Federal (FED) Jerome Powell respondió rápidamente, hasta la propia guerra comercial con China, la cual se ha estado librando, junto a las renegociaciones en el TLCAN con los socios del norte y el sur, hasta el inicio de la campaña.
Una estrategia claramente enfocada al milagro económico que, como no podía traer otro perfil político del Partido Demócrata, solo podía atribuirse al presidente de los Estados Unidos. Un magnífico gestor económico, con antecedentes, que salvaría a los ciudadanos norteamericanos de cualquier escenario desagradable.
El coronavirus ha sido el peor batacazo que podía haberse llevado el presidente de los Estados Unidos. Un mandatario que tuvo que elegir entre su reelección o la sanidad, primando finalmente —y ante la incapacidad de optar por otras vías alternativas— la salud de unos ciudadanos que, como los de Nueva York, siguen contagiándose a un ritmo que, como recogen los gráficos que muestra la curva de contagio, parece incapaz de contener. Ahora queda esperar y confiar en la gestión del presidente. Aunque su incapacidad para contener el virus y la rápida respuesta de China le han dado un soplo de aire fresco a los candidatos demócratas, que esperan ansiosos el batacazo para renacer el país de sus propias cenizas.