Grecia vuelve a estar al borde del abismo, un abismo con dos simas: la falta de liquidez y la insolvencia. Para entender las condiciones de un posible rescate de última hora hay que aplicar la teoría económica y la teoría de juegos. A veces pienso que, por confusión o ignorancia, ni siquiera los protagonistas del drama saben lo que les pasa.
La falta de liquidez puede ser muy grave. No estoy hablando del abultado endeudamiento del Estado y del sector privado de Grecia: la falta de liquidez está relacionada con la insolvencia, pero es distinta de ella. Quizá el país se quede sin numerario esta semana. Toda economía necesita dinero para funcionar si no quiere volver a un sistema de trueque. Puedo remunerar a mi dentista con whisky o pagar la cuenta del restorán fregando platos, pero difícilmente será posible saldar todas las transacciones de esta manera. En el caso de Grecia, tener numerario para sus transacciones internas y sus importaciones depende de que el BCE cree o permita acuñar los euros suficientes para la unión monetaria en su conjunto y preste la parte correspondiente a la banca comercial griega; de que los bancos comerciales griegos den albergue a suficientes depósitos de sus clientes para así transformarlos en préstamos, y de que el país exporte o pueda financiarse en el extranjero lo suficiente para mantener la circulación fiduciaria. Las tres fuentes se han secado. El BCE ha suspendido el suministro de fondos de emergencia a los bancos griegos. Los exportadores y turoperadores se cuidarán muy mucho de repatriar los fondos obtenidos. El mercado de deuda no está disponible ni para el Estado ni para las compañías privadas. Se comprende que el Gobierno haya impuesto un corralito para que el país no siga desangrándose, pero el cierre total de la banca y la Bolsa durante una semana o más no hace sino agudizar la falta de liquidez. El efecto negativo sobre la producción nacional será inmediato.
Parece que la intención del Gobierno griego al convocar con tanta precipitación un referéndum este domingo es conseguir que la mayoría del pueblo rechace las propuestas de reforma de sus acreedores, así reforzar su postura negociadora y, de paso, dedicar a salarios públicos y pensiones los fondos que tenía destinados a pagar los plazos inmediatos de la deuda exterior. En tan dramática situación podría surgir una solución temporal: la emisión de pagarés del Estado para atender a sus gastos. Mejor incluso sería que el Banco Central de Grecia comenzara a emitir dracmas para prestárselos al Gobierno. Por propio interés, al Banco Central no le convendría crear moneda alocadamente y perder ingresos de “señoreaje” (la diferencia entre el coste físico o electrónico de la emisión de nuevo dinero y el poder de compra de éste en el mercado, que caería con la inflación). El mercado daría un precio a los nuevos dracmas según su demanda y oferta. Así, surgiría espontáneamente un sistema de dos monedas, como en Perú. Esto haría posible que formalmente Grecia se mantuviera dentro de la unión monetaria, con lo que se obedecería la prohibición de los Tratados europeos de que un miembro de la unión monetaria abandone el euro sin antes salir de la Unión Europea.
CONDICIONES PARA LA “EUROLIZACIÓN”
Sea esto como fuere, una larga experiencia indica que un país sólo puede mantenerse “dolarizado”, como Panamá o Ecuador, o “eurolizado”, como España o Grecia, si se atiene a un código de buenas prácticas y equilibrio financiero. En primer lugar, los gastos e ingresos del Estado deben estar equilibrados, un año con otro, según la regla del “santo horror al déficit”. En segundo lugar, las balanzas de pagos deben tender al equilibrio: desaparecerá la compensación de sistemas como el “Target 2”, por el que el BCE atiende automáticamente y casi sin coste a las necesidades de moneda extranjera de los países miembro, cualquiera sea su déficit exterior. En tercer lugar, el Estado no debe endeudarse más allá de lo que pueda devolver. Habrá de aplicarse estrictamente la cláusula de “no bail out” (nada de salvamentos) de los Tratados: es la regla bajo la que operan los cantones suizos o a los ayuntamientos y Estados de EEUU. (En el caso de entidades financieras insolventes, el salvamento habrá de hacerse aplicando con urgencia las reglas del concurso de acreedores.) Si estas reglas no se cumplen, el país pronto se quedará sin dólares o euros, como le ha ocurrido a Grecia pese a los 565.300 millones de euros que ha recibido como rescate hasta el momento.
JUEGO DE PÓQUER
Cosa diferente es la solvencia. Grecia aduce que le será aún más difícil servir su deuda si se le impone más austeridad. El argumento de que los grandes recortes del gasto público ahondan las depresiones es falso. Muy al contrario. No sólo apelo a la experiencia de Reino Unido y de España, que, aunque aumentaron los impuestos, sí recortaron el gasto público en el peor momento y ahora crecen muy deprisa. Apelo sobre todo a los estudios empíricos del catedrático de Harvard Alberto Alesina que muestran ampliamente lo que digo: los recortes del gasto público son la primera condición de la vuelta a un sano crecimiento.
Lo importante es restablecer la confianza en la economía griega gracias a un comportamiento ortodoxo. Si se consiguiera, podría aceptarse que la deuda griega se recortara. Ya hubo una púdicamente llamada reestructuración de más de la mitad de la deuda en manos privadas en 2010. Creo que si los griegos aceptaran aplicar las necesarias reformas, las autoridades europeas estarían dispuestas a conceder una quita, pues es imposible que Grecia devuelva los 317.100 millones en deuda pública que ya debían al extranjero en 2014, equivalente al 117% de su PIB.
El juego en el que están empeñadas las autoridades europeas y el Gobierno griego ha tropezado con dos prejuicios. Los griegos saben que Europa adora el euro como el fetiche de la tribu y se aprovechan de ello. Por su parte, el Gobierno griego está preso de un keynesianismo de izquierdas, que Varufakis aprendió en la Universidad inglesa, por lo que se niega a tomar la medicina salvadora. La cuerda tan irresponsablemente tensada se rompió el domingo.