Sí, a mí también hay aspectos del programa de Ciudadanos que me agradan, como su valiente postura ante el intento de secesión de Cataluña, su propuesta laboral de contrato único, un supuesto liberalismo económico y, por último, su deseo de una Administración menor y más eficiente. El líder de esta formación, Albert Rivera, juega con algunas ventajas. Así, reúne muchas de las características que el marketing político receta a un candidato: no haber gobernado antes (no hay errores que reprocharle), su juventud (rasgo al que ahora se le concede un tirón electoral supremo) y un mensaje de renovación, algo propio de todo partido recién fundado. Este último plus despierta buenas vibraciones, aquellas que dijo Herman Hesse en su novela ‘El juego de los abalorios’: «a todo comienzo le es inherente un encanto que nos protege y nos ayuda a vivir».
Sin embargo, Ciudadanos representa un riesgo para Navarra porque, si el lector hace un poco de hemeroteca, comprobará que en su genoma lleva impreso la desaparición de los fueros. El propio candidato Ramón Romero, en una entrevista en estas páginas, afirmaba: “Antes de las [elecciones] autonómicas, nuestro planteamiento era demasiado taxativo”. Ahora, ante estos comicios, con una calculada ambigüedad, Ciudadanos ha cambiado sutilmente sus principios fundacionales. Su oportunista discurso pregona que no quieren suprimir nuestros derechos históricos, sino ‘regularlos’. Olvidan algo esencial: Navarra no tiene un ‘concierto’ con el Estado como lo tiene el País Vasco, sino un ‘convenio’. Esta figura jurídica encierra un pacto entre iguales, no un acuerdo entre el que ostenta la soberanía nacional del Estado y un ente regional. Cualquier modificación exige un consenso por ambas partes. De ahí que, si las Cortes procediesen con rigor jurídico, no debieran poder aprobar cambio alguno en nuestros fueros, aunque su mayoría fuera de tres quintas partes, porque nuestras prerrogativas singulares tienen base constitucional. Por último, la armonización tributaria que reclama la formación de Rivera ya está contemplada legalmente. Aunque podemos variar el peso de algunos impuestos, la presión fiscal en conjunto debe ser similar a la del régimen común.
Navarra se juega en las elecciones del domingo bastante más que elegir diputados y senadores. Tras estos meses de una gestión catastrófica del Ejecutivo foral, los navarros tenemos la oportunidad de mostrar con los votos nuestro desacuerdo a Uxue Barkos. Nunca la crispación social traída por un nuevo gobierno fue tan alta como la experimentada en estos meses. La presidenta no debe seguir permitiendo que sea Bildu, su socio en el cuatripartito, quien imponga un radical dogmatismo en cuestiones claves para la Comunidad foral, como el TAV, el Canal de Navarra, el inglés en la educación o una reforma fiscal suicida, sobre la que todas las organizaciones empresariales afirman, de modo unánime, que fomenta la salida de compañías e inversiones.
Navarra tiene el próximo domingo un pulso entre dos grupos de ciudadanos. De un lado, los que desean que nuestra tierra mantenga una identidad diferenciada, configuración que le ha proporcionado un bienestar admirable. De otro, quienes, lo confiesen explícitamente o no, quieren aplicar su sectarismo ideológico para que la Comunidad pierda los rasgos distintivos definidos por su secular historia.
Ciudadanos no consiguió entrar en el Parlamento foral pero el desperdicio de sus sufragios permitió que se forjara el cuatripartito. En las horas bajas que vive Navarra se debe imponer el voto útil y, aunque haya que taparse la nariz, votar la opción más racional para su sostenibilidad.