Juan y Marco han quedado para jugar esta tarde. Ambos respetan las reglas del juego. Entre tanto, llega Antonio y quiere unirse. Juan y Marco lo incluyen. Sin embargo, poco a poco, se dan cuenta de que Antonio va cambiando las pautas, y acaban jugando a algo que, pese a llamarse igual que al principio, resulta muy diferente. Marco intenta retomar el modelo inicial, pero Juan no se muestra muy convencido. Tanto es así que opta por seguir a Antonio, al que prefiere como compañero de juegos, aun cuando, en origen, el plan lo había hecho con Marco, del que decide prescindir.
Ya hemos visto lo que ha pasado en Navarra. Diversos titulares decían: “España se juega en Navarra”. El propio Pablo Casado advirtió a Pedro Sánchez recientemente de que a tiempo estaba de no vender la Comunidad foral. Aún no hay acuerdo de gobierno, pero sí ha quedado una cosa clara: el Partido Socialista de Navarra (PSN) está más dispuesto a pactar con aquellas formaciones que coquetean con la idea de desmantelar el orden constitucional que con el centro derecha.
Para el PSN hay dos opciones en este juego de alianzas: apoyar a quien, siendo su contrario, sí respete el orden constitucional, o bien recibir el respaldo de los que tratan de destruirlo desde dentro. Ante esta disyuntiva, con una visión de Estado, lo apropiado sería decantarse por la fuerza partidaria del orden constitucional actual. Debería primar la alternativa del que desea estar en ese juego y mantenerlo sobre la de aquellos que intentan descoyuntarlo. Pero esto significaría aceptar a la derecha como contrincante en el perpetuo agon, la contienda política. Reconocerla como el interlocutor con el que negociar para gobernar el todo, y no como uno al que destruir.
Sin embargo, en esos términos ve el PSN a la derecha: un adversario al que eliminar. No considera a Navarra+ ni siquiera como un perpetuo rival, sino como algo carca, anticuado, unos restos del pasado que hay que abandonar. No son dignos de gobernar, sino de ser superados en favor de su idea de progreso; o, como mucho, de pedirles tres abstenciones.
De esta manera, la actitud del PSN, la misma, por otra parte, que la de la izquierda a nivel nacional, es la que describe el filósofo del derecho Carl Schmitt. El Partido Socialista se encuentra en la dinámica del amigo-enemigo. Al enemigo hay que destruirle; ese es el única comportamiento posible ante él. En consecuencia, rechazan toda clase de diálogo. Esta posición de la izquierda resulta la más dogmática. Curiosa paradoja, si pretenden que, por definición, los dogmáticos son los “conservadores”.
Al pactar con los que buscan acabar con el marco establecido antes que con los que, jugando en ese marco, se presentan como su contrario, se demuestra que esta izquierda no ha captado el significado de la democracia ni su funcionamiento. Es tal el odio a la derecha que les lleva a hacer lo que sea con tal de gobernar e impedir que lleguen al poder. Esta inquina se evidencia en el discurso en el que afirman que sus fuerzas “nunca van a pactar con la derecha”, o en las palabras de Chivite cuando dice que la derecha “hace cualquier cosa para conseguir el poder o mantenerse en él”. Y, ¿qué está haciendo el PSN, sino malabares para gobernar? Y, ¿acaso es suficiente punto de unión con Geroa Bai, Izquierda-Ezkerra y Podemos su sola oposición al centro derecha? Sin contar con la posible abstención de EH-Bildu, que también tendrá un precio…
Al existir la posibilidad de violar los fundamentos de una democracia bien constituida sin que nada ocurra, se genera una inestabilidad insana
En cambio, el centro derecha no tiene intenciones de arrinconar y barrer a la izquierda. En otros tiempos, ha podido tener este carácter dialéctico excluyente, pero la actual no lo manifiesta en sus posturas favorables al orden constitucional. Mientras acepten el marco vigente, se prestan a jugar. De hecho, ante la ambigua frase de Chivite sobre las tres abstenciones, Navarra+ está dispuesta a representarlas, siempre que el PSN no pacte con EH-Bildu. Este gesto dice mucho a favor del centro derecha y su visión de Estado. Están abiertos a ceder su poder (ser mayoría, que no es poca cosa) con tal de que haya un gobierno estable en la Comunidad foral. Lo único que el centro derecha no va a aceptar es que cambien las reglas mientras juegan. No considera malvada o ignorante a la izquierda. Por ello, también ha tendido la mano al PSN para que le apoye en Navarra como fuerza más votada. Lo mismo que, por otra parte, pide Sánchez a la derecha en el Congreso de los Diputados, apelando a la responsabilidad política. Y, sin embargo, parece no valerle para el caso de Navarra. Así pues, partiendo de la base de que Navarra+ está más dispuesta que el PSN a las cesiones…¿quién personifica mejor la frase de Chivite sobre la derecha que “hace cualquier cosa para conseguir el poder o mantenerse en él”? ¿No estaría hablando de su estrategia política sin darse cuenta?
Tal vez resulte aventurado suscribir ese titular apocalíptico de que “en Navarra se juega España”. En cualquier caso, como afirma Georges Duby en el título de su libro de 1991, la historia continúa. Aunque el historiador francés aplicaba el concepto de continuidad a otro asunto, también puede servir para estas cuestiones. Precisamente, en virtud del perpetuo agon, confrontación, de lo político, esta actuación del PSN no es ni mucho menos un final. Sin embargo, sí constituye un hito en la nefasta manera de hacer política en la España de los últimos años. Se trata de un acto más en el completo marasmo de la política nacional, que no se decide a qué quiere jugar. Es ahí donde, sin duda alguna, se encuentra el peligro. Cuando parte de los participantes se adscriben a las reglas, pero negocian con los que desean transformarlas desde dentro con tal de que no gobierne la otra fuerza, existe un verdadero problema: el marco en el que se trabaja es voluble y fluido. Al existir la posibilidad de violar los fundamentos de una democracia bien constituida, sin que nada ocurra, se genera una inestabilidad interna y externa insana. Eso es lo que el PSN debería plantearse: una mirada a largo plazo que busque la estabilidad nacional, y no, a tan alto precio, la destrucción de su contrincante político.