A extraordinarios males, extraordinarios remedios
4 de noviembre de 2019

Estamos en un momento en el que la política ocupa la totalidad del debate público. Venimos de un tortuoso camino de campañas y elecciones fallidas, y el futuro que muestran los distintos organismos de consulta, a través de las encuestas, resulta incluso más complejo que el anterior; un porvenir que tendrá que pasar necesariamente por el diálogo y el acuerdo, como pilares de cambio fundamentales. La España de las mayorías ha muerto, al calor de las nuevas fuerzas políticas.

No estamos ante una situación fácil. El entusiasmo competitivo que genera la vuelta a lar urnas puede insuflar al ciudadano español una sensación optimista y emocionante por el ejercicio de la democracia. Sin embargo, seguimos sin ser conscientes de que España, en estos momentos, no tiene la capacidad de sacar adelante una investidura. Por ende, mejor no hablar de cuando toque llegar a acuerdos de gobernabilidad, en los que haya que meter las propuestas programáticas.

Puede parecer que con lograr la investidura ya está todo hecho, que es el fin, cuando no pasa de constituir un medio. No se trata más que de decidir la cabeza que liderará el Gobierno de España. Para que luego esa cabeza pueda gobernar, debe existir, al menos, un consenso simple en el Congreso.

En ello debería radicar la verdadera preocupación del país a día de hoy. España posee, estructuralmente, una serie de dificultades que han de abordarse con nuevas reformas, las cuales no se implementarán hasta conseguir el acuerdo necesario en la Cámara Baja. Por ello, aunque los números, así como una abstención técnica extraordinaria por parte de la oposición, hagan viable una investidura, España sigue sin capacidad de gobernar y de aprobar las medidas que precisan sus ciudadanos.

Aspectos tan básicos, que no simples, como el empleo, las pensiones, la fiscalidad, y todo aquello relacionado con la economía nacional, reclaman soluciones. Unas que continúan sin llegar porque no hay ningún partido político que, en casi su totalidad, mantenga una relación programática y opciones de gobierno. Existen rasgos coincidentes, pero no son ni los suficientes ni los necesarios para dotar al país de un Ejecutivo estable y sólido.

Muchos recurren al discurso fácil de la política de pactos. Algunas, como Irene Montero, auguran la caída del bipartidismo a manos de las nuevas formaciones. Sin embargo, la constante negativa a formar gobierno de determinados grupos con aquellos que, a priori, resultan sus aliados estratégicos no solo nos está llevando a las cuartas elecciones en cuatro años, sino también a que la gente comience a cuestionarse si la derrota del bipartidismo beneficia a España.

Podemos acudir a los típicos mantras, o justificaciones utilizadas en el pasado: “la democracia requiere de formaciones políticas adaptadas”, “los pactos son la nueva política”, “más formaciones políticas representan mejor a la sociedad española”. Frases que han ido apuntalando el discurso multipartidista frente al “arcaico” de los dos grandes partidos. No obstante, se han quedado solo en eso: en palabras. Pues tener que repetir nuevamente las elecciones, aunque a muchos les cueste aceptarlo, es el resultado de ese sistema multipartidista en el que las mayorías no existen.

Culpar al multipartidismo de esta situación se trata de un argumento bastante demagogo. Sin embargo, sí podemos decir que, quizá, los partidos políticos que, a día de hoy, representan en sede parlamentaria a la sociedad no se encuentran actualmente en condiciones de hacerlo, o no saben enfocar los resultados en las urnas. En otras palabras, España carece de políticos capaces de extraer del mandato electoral una interpretación en clave multipartidista, pues seguimos con el mismo discurso de ganador y perdedor que dominaba antaño.

Estas cuartas elecciones en cuatro años poseen un carácter extraordinario, pues se celebran tras la fallida investidura del PSOE. Pese a que se trata de una situación anómala, por muy contemplada que esté en la Constitución, continuamos abordándola desde la estrategia ordinaria; idéntica a la que se ha llevado a cabo en el pasado, cuando el bipartidismo dibujaba un escenario completamente distinto al del multipartidismo.


Los ciudadanos están solicitando a los partidos que exista un entendimiento


Pensamos todavía en colores, en siglas, en números. En todo aquello que concierne a las fuerzas políticas. Y se sigue dejando de lado lo más importante: a los ciudadanos. Esos que, con su voto, están emitiendo un claro mensaje a los partidos. Están solicitándoles que exista un entendimiento. Un acuerdo que algunos califican como traición y que penalizan en las urnas, pero que luego tratan de escenificar.

En resumen, España precisa de un gobierno sólido y estable, capaz de afrontar, desde el consenso, las medidas estructurales pertinentes. Por desgracia, los cabezas de lista de los distintos partidos aún no han demostrado la solidaridad política que, en estos momentos, merece el país. No es que las reglas del juego hayan cambiado. Directamente, el juego ha cambiado. Por tanto, no podemos pretender movernos en el nuevo tablero con estrategias y reglas del pasado. Ante una situación extraordinaria, necesitamos medidas de la misma clase.

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