El sector turístico, a pesar de que da más empleo y genera más valor que las industrias manufactureras, recibe menos atención gubernamental que estas. Por ejemplo, las ensambladoras de vehículos en España, que muchas veces no fabrican los componentes que montan, tienen un gran prestigio, aunque la riqueza que crean equivale solo a un tercio de la del turismo y les corresponde una tasa de empleo menguante. Cada vez hay menos personas trabajando en las cadenas de montaje y muchos más robots, mientras que, en el turismo, la mano de obra es muy poco sustituible por máquinas.
Según datos de la contabilidad nacional de 2019, el peso del sector industrial en el PIB se redujo al 14,2%, y el trabajo que proporciona, al 11%. Por el contrario, según Hosteltur, en 2019 el turismo representó un 14,6 % del PIB español, y generaba 2,67 millones de empleos, lo que constituye el
13,4% de los ocupados. De acuerdo con el World Travel & Tourism Council,
este sector procura un puesto laboral a 330 millones de personas en el mundo, uno de cada 10, y se le puede atribuir el 10,3% del PIB global.
Lamentablemente, el turismo va a ser el más damnificado por los planes de Moncloa ante el covid. No importa que España sea la segunda potencia turística del mundo, al ascender el gasto de quienes nos visitan a 59.213 millones de euros, cifra tan solo superada por Francia (64.221), e incluso mayor que la de Italia (48.148). Tampoco cuenta que nuestra nación exhiba el porcentaje más alto de pernoctaciones hoteleras en Europa, con un 15,4% de las noches, justo por delante de Francia (14,2%), Italia (13,8%), Alemania (13,1%) y el Reino Unido (11,4%).
Si el Ejecutivo conocía lo que nos jugábamos con el turismo, no se comprende su retraso para combatir la pandemia cuando, ya en enero, tuvo información fidedigna del grave riesgo que comportaba. Tampoco se puede entender que no tomara la medida más eficaz para detener el contagio: la realización de pruebas a toda la población, lo que hubiera permitido que solo se confinase a los infectados. Esto habría supuesto que un porcentaje considerable de la economía (entre ella, la actividad turística) no hubiera colapsado. Además, superar antes la enfermedad habría evitado que
la recesión que nos viene encima se trate de la peor de Europa y, quizá, también de la OCDE, hasta sobrepasar el hundimiento de la crisis de 2008.
El Gobierno ha demostrado su incompetencia acerca del turismo, dado el tratamiento que le aplica en su “plan redentor”. Los hoteles no pueden
abrir sus puertas mientras no sea posible viajar entre provincias, ni los extranjeros venir si los aeropuertos se hallan cerrados. Tampoco nadie
abrirá unas instalaciones con unos altos costes fijos si se limita el aforo al 50% de la capacidad real. Lo peor es la improvisación derivada de que el
Gobierno no haya elaborado desde el principio un calendario inteligente de desescalada para este sector.
Si hasta el final del cuarto trimestre del año no se normaliza la situación (el escenario propuesto el pasado 16 de abril por los ministros de Consumo, Trabajo y Hacienda), entonces, el PIB turístico de nuestro país caerá a final de 2020 en 124.150 millones de euros. Visto lo visto, el Ejecutivo debe dejarse ayudar por los que saben. De lo contrario, la mayor fuente de riqueza de España se secará.