No cabe duda de que Joseph Stiglitz hizo, en su día, aportaciones importantes a la teoría económica, y que tanto el premio Nobel, que recibió el año 2001, como la medalla John Bates Clark –que se otorga anualmente a los mejores economistas estadounidenses menores de cuarenta años–, que le fue concedida en 1979, están plenamente justificados. Pero una cosa es desarrollar modelos científicos sobre información asimétrica –la principal aportación de Stiglitz al análisis económico–, que ayudan a entender muchos de los problemas que se presentan en los mercados, y otra muy distinta opinar de todo lo divino y lo humano y proponer soluciones para arreglar el mundo que, al parecer, deberían de ser aceptadas por el hecho de que quien las formula haya ganado el Premio Nobel; aunque, como hemos visto, los trabajos que le hicieron merecedor de este galardón se centraran en cuestiones muy técnicas y específicas.
Hace ya bastantes años que Stiglitz dejó a un lado la investigación económica original para convertirse en eso que ha venido a denominarse “gurú” o, en otras palabras, padre espiritual de muchos economistas y políticos de la izquierda. Con este enfoque, su obra se ha centrado, desde entonces, en cuestiones de actualidad como la distribución de la renta, la crisis, la globalización o las polí- ticas macroeconómicas; y nuestro economista ha sustituido las revistas científicas por bestsellers de difusión internacional que son lanzados al mercado con grandes campañas de publicidad en medio mundo. Este es el caso de su último libro, dedicado al euro, que acaba de llegar a las librerías, al menos en inglés, francés y español. Y que, en palabras del editor británico, en sólo diez días se ha convertido en un gran éxito de ventas. Financial Times, Le Figaro, El Mundoo El País –por citar sólo periódicos que he leído– han publicado reseñas de la obra o entrevistas con su autor. Hace muy bien, sin duda, Stiglitz en promocionar sus libros y vender muchos ejemplares; pero hay que tener presente que los éxitos de ventas guardan muy poca relación con la calidad de la obra o la solidez de sus argumentos.
El euro: cómo la moneda común amenaza el futuro de Europa (Taurus) es un libro extenso y los lectores fieles hallarán en él, sin duda, mucho de lo que esperan encontrar, en especial las críticas a las “políticas de austeridad”, que –reales o imaginadas– constituyen una verdadera obsesión de Sitglitz desde hace ya tiempo. Pero me voy a centrar hoy en una de las ideas básicas de la obra: “Es posible –afirma su autor– que haya que abandonar el euro para salvar a Europa”. Creo que es bastante evidente que la moneda única no ha funcionado bien; y ésta es una idea que aceptamos muchos economistas que estamos básicamente en desacuerdo con gran parte de sus ideas sobre política económica. Pero una cosa es pensar que el euro no haya funcionado bien y otra defender la conveniencia de abandonarlo. Y una cuestión que me parece fundamental: ¿qué significa exactamente abandonar el euro?
La candidata de Stiglitz
Stiglitz tiene claro que el final del actual modelo del euro podría llegar de muchas formas. Y él defiende una muy particular, que sorprenderá seguramente a más de un lector. En su opinión, el euro podría seguir existiendo y sería un instrumento útil de política económica si quien quedara al margen de la moneda única fuera Alemania. Sí, han leído bien. Ni Grecia ni Portugal ni cualquier otro país en dificultades. Su candidato a la retirada es Alemania. Y su argumento es bastante claro. Stiglitz es de los economistas que aún piensan que lo que a un país –o a un grupo de países– les conviene es tener una moneda débil, porque así serán más competitivos, exportarán y crecerán más y reducirán el paro. Es, tal vez, una idea un poco ingenua para todo un premio Nobel; y no explica muy bien por qué Alemania tiene un superávit comercial tan elevado; pero él lo cree. Y, como los alemanes no parecen dispuestos a dejar que el euro se deprecie, mejor que se vayan.
Podrán preguntarse ustedes: ¿y por qué no nos vamos los españoles, los griegos, los italianos y los franceses y formamos una especie de unión monetaria latina, algo que, por cierto, ya se intentó en el siglo XIX? Pues la respuesta no es difícil: porque nuestro economista quiere expropiar una parte de sus bienes a todos los que invirtieron en deuda y bonos denominados en euros. En efecto, si quienes se van son los mediterráneos y quienes se quedan son los alemanes, el euro será una moneda fuerte y las nuevas monedas del sur serán más débiles. La deuda denominada en euros conservará su valor; pero éste aumentará en términos de las nuevas monedas depreciadas. En cambio, si se van los alemanes, el euro se depreciará de inmediato y el valor real de la deuda y los bonos caerá de forma significativa. Es decir, para reducir la carga a los mediterráneos, peguemos un buen sablazo a quienes un día confiaron en la moneda única.
No sé si para llegar a esta conclusión hay que ser un tipo muy brillante. Pero, desde luego, hay que tener una idea bastante peculiar de lo que es justo y de lo que no lo es.