Los efectos de la Segunda Guerra Mundial fueron espantosos en muchos países. Aunque las cifras son bastante imprecisas, sabemos que más de cincuenta millones de personas murieron a causa del conflicto. Regiones y naciones enteras quedaron devastadas y las pérdidas económicas fueron enormes. Pero no todos los países sufrieron sus consecuencias en el mismo grado.
Estados Unidos, aunque tuvo más de 400.000 muertos, se había convertido en 1945 en la gran potencia mundial y su economía funcionaba a pleno rendimiento. Mucho peor fueron las cosas para los países europeos, tanto los vencedores como los vencidos. Pero no cabe duda de que, si una nación se encontraba en una situación especialmente dificil en 1945, ésta era Alemania. Se calcula que diez millones de alemanes murieron en la guerra, de ellos más de un millón y medio civiles a causa -en buena medida- de los bombardeos aliados, que, en muchos casos se dirigieron a objetivos sin importancia militar alguna. Además, el país fue ocupado militarmente y, más tarde, dividido en dos estados, la República Federal y la República Democrática. Sus principales ciudades, sus infraestructuras y su industria quedaron totalmente deshechas. El panorama que se presentaba a los alemanes en aquellos momentos era, simplemente, terrible.
Quien hubiera sido testigo de esta situación en 1945 y hubiera vuelto al país sólo unos años más tarde habría quedado sorprendido. Ya en una fecha tan temprana como 1950, el diario británico The Times utilizaba por primera vez una expresión que con el tiempo se haría muy popular y describe bien lo que ocurrió en Alemania en aquellos años: «El milagro alemán». Con el paso del tiempo, la recuperación alemana se iría consolidando con tal fuerza que quienes habían sido derrotados en la guerra, alcanzarían niveles de prosperidad y progreso superiores a los países que habían resultado vencedores. ¿Por qué se produjo este milagro? Podemos hablar, ciertamente, de que el pueblo alemán es trabajador y disciplinado.
De que el plan Marshall ayudó a la reconstrucción del país. O de que, con buen sentido, los aliados no repitieron la nefasta política que se aplicó a la Alemania derrotada en 1918. Pero tiene que haber algo más. Quienes vivieron en la República Democrática Alemana también eran trabajadores disciplinados y nunca lograron, sin embargo, nada parecido a lo que consiguió la República Federal. Otros países recibieron ayudas del Plan Marshall y obtuvieron resultados muchos menos brillantes. La política económica del Gobierno alemán también fue importante. En 1948, Ludvwig Erhard se hizo cargo de la economía de toda la Alemania no ocupada por las tropas soviéticas, es decir, la zona en la que, en 1949, se constituiría la República Federal.
En muy poco tiempo, realizó la reforma monetaria que creó el nuevo marco alemán; y de un día para otro suprimió la mayor parte de los numerosos controles de precios y regulaciones que existían en la economía alemana y eliminó las cartillas de racionamiento. Es conocida la anécdota del general Clay, jefe de las fuerzas de ocupación norteamericanas, quien dijo a Erhard con respecto a estas políticas: «Todos mis asesores me dicen que sus medidas son desaconsejables en estos momentos». Y éste le respondió: «Es curioso. Los míos me dicen lo mismo». Pero, con sus reformas, el milagro económico alemán se había puesto en marcha.