Ha sido un lugar común, durante mucho tiempo, decir que, si la humanidad empezó con un hombre llamado Adán, a la economía le sucedió algo similar, con la peculiaridad de que nuestro Adán se apellidaba Smith. Pero, ¿fue su famosa Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, publicada el año 1776, el primer libro de economía en el sentido moderno del término? Ciertamente no. Con anterioridad habían aparecido otras obras interesantes, en las que ya la ciencia económica se separaba del viejo tronco de la filosofia moral, como el Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general de Pichard Cantillon (1755) o, con un enfoque bastante diferente, los Principios de Economía Política de Sir James Steuart (1767). Pero es, sin duda, La riqueza de las Naciones el libro que marca un antes y un después en el desarrollo de la nueva disciplina; y sigue siendo el libro de economía más famoso que se haya escrito nunca.
Nacido en Kirkcaldy (Escocia) en el año 1723, Smith estudió en Glasgow y en Oxford. Durante algunos años fue catedrático en Glasgow, donde enseñó filosofia moral. Y en 1759 publicó su famoso ensayo La teoría de los sentimientos morales. En 1763 fue contratado para acompañar al joven duque de Buccleuch en su tour por el continente europeo; viaje que, en aquella época, hacían con frecuencia los jóvenes ingleses de clase alta y solía durar varios años; y esta experiencia le permitió tomar contacto directo con lo que en el campo de la economía se hacía en otras naciones, especialmente en Francia. De vuelta en Gran Bretaña en 1766, se dedicó a trabajar en la que sería su gran obra, con la que pasaría a la historia.
El libro es muy extenso y abarca prácticamente todos los campos de la economía conocidos en su época, desde la división del trabajo a la teoría de la hacienda pública, pasando por el análisis de los precios, el dinero, la teoría del comercio internacional o los sistemas económicos, temas que son estudiados con la finalidad de tratar de dar respuesta a la gran cuestión a la que se han enfrentado siempre los economistas: por qué unas naciones alcanzan un grado de prosperidad mayor que otras. Aunque buena parte de las ideas de este libro no son originales, Smith fue capaz de sistematizarlas en un modelo coherente, que orientó la investigación en economía durante mucho tiempo.
La principal contribución de Adam Smith al pensamiento económico es, seguramente, la teoría que explica cómo la búsqueda del propio interés puede llevar a un resultado óptimo desde el punto de vista social mediante el mecanismo del mercado. Si lo que él mismo denominó la mano invisible funciona, queda resuelto, en efecto, uno de los problemas económicos básicos; y cabe concluir que, en un mundo en el que los agentes económicos pueden actuar libremente, el papel que le corresponde desempeñar al sector público, tanto en su función de regulador como en su función de suministrador de bienes públicos es, necesariamente, reducido. Es importante señalar que Smith no fue nunca un anarquista que rechazara la existencia del Estado v las instituciones. Todo lo contrario. A este tema le prestó siempre gran atención y uno de los principales mensajes de su libro es precisamente que las buenas leves y las instituciones eficientes son la mejor fórmula para lograr la prosperidad de una nación; y que, con frecuencia, no conseguimos ésta por aplicar regulaciones y políticas inadecuadas.
Tal idea es aplicable a muchas cuestiones fundamentales de la política económica; entre ellas, v de forma especialmente destacada, a la teoría y la práctica del comercio internacional. Frente a la tradición mercantilista que consideraba que el comercio entre países es un juego de suma cero, en el que si uno gana el otro pierde, Smith demostró que ambos pueden resultar beneficiados y que no existe una gran diferencia entre este tipo de comercio y el que se realiza en el interior de una nación. Y, por tanto, que la protección aduanera y otras restricciones al comercio exterior, lejos de hacer crecer la riqueza de un país, constituyen obstáculos en su camino hacia la prosperidad. En este punto Adam Smith tenía las ideas muy claras hace ya doscientos cincuenta años. Me terno, sin embargo, que, bien entrado el siglo XXI, algunos no parecen haber entendido todavía el argumento.