La conveniencia de crear o no los eurobonos es una cuestión de debate permanente en el seno de la UE. Y en España ha vuelto a cobrar actualidad a raíz de la reciente toma de posición del Gobierno, que ha decidido no apoyar, al menos por el momento, las propuestas en favor de la emisión de este tipo de deuda. El nuevo ministro de Economía ha sido criticado por ello; en mi opinión con poco fundamento, pues su postura parece muy razonable. En primer lugar, porque resulta bastante claro que, al margen de cuál sea la estrategia española a largo plazo, la oposición a los eurobonos es lo suficientemente fuerte en muchos países como para hacerlos inviables en el punto actual del debate. Y en la UE –como en la política en general– tiene poco sentido dar batallas cuando la probabilidad de ganarlas es muy baja.
Pero mucho más importante es preguntarse si realmente los eurobonos son una buena idea. Porque en muchos análisis se da por supuesto que lo son y que lo que impide que salgan adelante son razones exclusivamente políticas; que, para algunos, reflejan egoísmo y falta de espíritu europeo. En otras palabras, en esta forma de enfocar el problema los buenos son los que quieren eurobonos, y los malos, insolidarios o euroescépticos son los que se oponen a ellos. Y esto, simplemente, no es cierto.
Las normas regulatorias tienen efectos, por lo general, tanto sobre la asignación de recursos como sobre la distribución de la renta. Una emisión de deuda respaldada de forma colectiva por los países miembros de la Unión reduciría los tipos de interés a pagar por aquellos países que tienen mayor riesgo de insolvencia, que se verían así favorecidos. La contrapartida sería, naturalmente, que el riesgo aumentaría para los países con mayor solidez crediticia. Ahora bien –apuntan los defensores del proyecto–, hay argumentos para pensar que los beneficios de los primeros serían mayores que los costes de los últimos, por lo que, en términos netos, se produciría un beneficio para el conjunto de la UE. Y esto sin contar con los efectos dinámicos positivos que generaría una aceleración del proceso de integración y un reforzamiento de la cohesión entre los países miembros.
Creo, sin embargo, que las cosas son bastante más complejas, en especial en lo que se refiere a las consecuencias de esta propuesta en el futuro de la Unión. Si algo nos ha enseñado el proceso de unión monetaria es que determinadas medidas de integración pueden volverse contra los objetivos de aquellos que las promovieron. Si hay algo que ha estado a punto de llevarse por delante a la UE y sus indudables logros ha sido la necesidad de mantener una unión monetaria, que ha resistido mal su primera crisis, en parte por un diseño defectuoso y, en parte, porque algunos miembros decidieron no cumplir sus compromisos e, incluso, mintieron de forma descarada con respecto a su política y a sus datos económicos. Nunca el “espíritu europeo” –si tiene sentido utilizar tal término– estuvo tan débil como cuando, desde algunos países –Grecia, por ejemplo– se atacó a otros –Alemania, en especial– con argumentos no sólo falsos, sino también abiertamente ofensivos, sacando incluso a relucir viejas historias de la segunda guerra mundial.
Incentivos perversos
Y tal cosa podría ocurrir de nuevo con los eurobonos. Los intereses de la deuda son, ciertamente, un coste para los emisores. Pero los tipos de interés son precios que reflejan la situación de los mercados de capitales. Si se reducen para los miembros con mayores problemas de solvencia, se crearán incentivos a un endeudamiento excesivo, que podrá tener efectos muy perjudiciales a largo plazo. Y, por otra parte, los países que, de alguna forma, avalen a los menos solventes exigirán, como es lógico, un control de las emisiones de deuda de éstos. Y cabe preguntarse qué ocurrirá cuando un país quiera emitir deuda para financiar, por ejemplo, una subida de pensiones que las cuentas de su Seguridad Social no le permiten. Lo más probable será un nuevo enfrentamiento dentro de la Unión. Los países insolidarios –se dirá, por ejemplo– impiden que nuestros pensionistas cobren una pensión decente. O –si el partido político o el periódico de turno son más sensacionalistas– se cargarán las tintas y se dirá que la nueva austeridad nos lleva, otra vez, a la miseria.
La Unión Monetaria Europea, con todos sus errores, está aquí para quedarse y los costes de romperla en estos momentos serían muy elevados, sobre todo para países como el nuestro. Tiene sentido, por tanto, consolidarla y mejorar su funcionamiento. Y hay fórmulas para hacerlo. Pero me temo que la emisión de eurobonos podría acabar teniendo efectos contrarios a los deseados por los europeístas más convencidos.