Pasan los años y el debate sobre las ventajas y los costes del comercio internacional sigue siendo una de las cuestiones claves en el campo de la política económica. La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos ha convertido la protección de la industria norteamericana en uno de los puntos fundamentales de la agenda de política exterior del país; y esto le ha llevado a serios enfrentamientos con otras naciones, en especial con China.
Por otra parte, las restricciones a la libertad de comercio no sólo plantean problemas en las relaciones internacionales. También es fuente de conflictos y desacuerdos en el interior de muchos países. Pocos temas hay en los cuales exista un desacuerdo mayor entre lo que opinan los economistas y lo que piensa buena parte de la población. La mayoría de los economistas creen, desde hace más de dos siglos, que el comercio internacional no debería tener especiales diferencias con otros tipos de relaciones comerciales; y, en consecuencia, que los principios que se aplican al comercio en un determinado país deberían regir también para el comercio que tiene lugar entre distintas naciones. Pero mucha gente se pregunta por qué consumirnos bienes producidos fuera de la nación, que crean empleos en el exterior, mientras tantos compatriotas están en el paro y muchas empresas tienen que cerrar por no poder resistir la competencia exterior. Y concluye que, si los consumidores compran productos de importación, lo que hacen es crear empleo y fomentar la actividad en otros países, no en el suyo propio. Y esto va en contra de los intereses nacionales.
Aparentemente, proteger a las industrias del país tiene, por tanto, muchas ventajas, que se perciben a simple vista. Pero lo que mucha gente no ve es que el proteccionismo en comercio internacional tiene siempre costes muy elevados; y no sólo para el país que resulta perjudicado porque no se le permite exportar, sino también para el que aplica los aranceles de aduanas o los contingentes a la importación. En primer lugar, el proteccionismo perjudica a los consumidores, que ven reducidas sus opciones a la hora de elegir qué productos comprar y tienen que pagar precios más altos que los que fijaría el mercado si hubiera competencia 04 &W0- i Donald Trump ha hecho del proteccionismo una de sus principales políticas. Muchas empresas tendrían problemas para mantener sus cuotas de mercado en economías proteccionistas Los consumidores ven reducidas sus opciones a la hora de elegir qué productos comprar por parte de empresas situadas fuera del país. Pero también muchas empresas sufrirían los efectos de estas políticas porque tendrían que adquirir sus materias primas, su maquinaria y sus productos intermedios a precios más elevados; y tendrían, por tanto, más problemas para mantener sus cuotas de mercado -dentro y fuera del país- frente a competidores extranjeros. Un buen ejemplo lo encontramos en los aranceles a la importación de acero y aluminio, que recientemente aprobó el gobierno de Estados Unidos. Uno de los principales perjudicados por esta medida han sido los fabricantes norteamericanos de automóviles, ya que, al utilizar estos productos en grandes cantidades han visto subir sus costes de producción de forma significativa.
Otro lugar común con muy poco sentido es la opinión de que una “guerra comercial” dirigida a reducir las importaciones provenientes de un determinado país se puede “ganar”. No es cierto. En una guerra comercial todos pierden, incluso aquellos que se supone que han triunfado. Porque, aunque el daño causado al país con el que se enfrentan sea mayor que los efectos de las represalias que éste pueda adoptar, los costes para su propia economía serán siempre importantes, ya que los consumidores siempre van a ver empeorada su situación a causa de las restricciones a la importación y a muchas empresas les va a ocurrir lo mismo.
Y, en contra de lo que muchas veces se dice, los países en vías de desarrollo no son las víctimas de la globalización. Por el contrario, los datos muestran de forma inequívoca que pueden ser los principales beneficiados, si hacen bien las cosas. Basta comparar la evolución, en las últimas décadas, de los países en vías de desarrollo que han seguido modelos nacionalistas de crecimiento con la que han experimentado los que han optado por economías abiertas integradas en la división internacional del trabajo. Los resultados de estos últimos son claramente mejores que los de los primeros. El comercio internacional enriquece, no empobrece. No cabe duda de que hay personas y empresas concretas que pueden verse perjudicadas como consecuencia de la internacionalización de las economías. Pero la gran mayoría de la gente resulta beneficiada por este fenómeno. Son datos, no teorías.