El Think Tank Civismo, del que El Diario Montañés publica algunos de sus informes y que me merece toda confianza, suele elaborar estudios comparativos sobre la realidad de las diferentes Comunidades en España. Uno de los últimos tenía por título ‘La competitividad en las regiones’ y es espeluznante la posición de Cantabria en algunos capítulos de nuestra realidad económica, dentro del conjunto del panorama nacional.
De entre los indicadores seleccionados, en los de innovación, infraestructuras o en el laboral estamos por encima de la media, sin tirar cohetes, pero por encima de la media. En cuanto a la competitividad global, nuestra posición está en medio de la tabla, por debajo de la media nacional (en un 5,2%) y muy, pero que muy por debajo de nuestros vecinos del País Vasco que están un 42% por encima de la media, Navarra un 35% o Madrid un 28%.
Siempre hemos estado en una ‘honrosa’ posición intermedia en casi todos los indicadores económicos y creemos tener muchos posibles, pero nos quedamos en eso, en posibles. De entre estos posibles puede ser que, como dicen todos los que vienen de fuera a nuestra tierra, vivamos muy bien en Cantabria, tan bien que no necesitamos más para disfrutar de la vida. Si esto fuera así… ni tan mal.
Lo dramático de nuestro actual modo de vida en sociedad, y siguiendo con los datos aportados por este estudio, es el indicador empresarial que con un índice de 57,1% de la media nacional y cuatro veces menor que el de el País Vasco con un índice del 205% de la media, nos coloca en una de las peores posiciones a nivel nacional. ¿Qué nos pasa? En verdad, es que estamos tan bien acomodados que el concepto del riesgo, del emprendimiento, del impulso por progresar, lo tenemos anestesiado, dormido. Es como si, para siempre, hiciéramos máxima del dicho: ‘que me quede como estoy, ni pa’lante ni pa’trás’.
A todo ello se une el mito de que el empresario de éxito lo fue ya desde el principio. Salvo por herencia (en donde, además, en muchos casos ni se es empresario, ni se llega a serlo pues no se reconoce el valor del esfuerzo: ‘me ha venido del cielo’), todos los que empezaron lo hicieron desde la base, desde la nada y enmuchos casos menos que nada, pues tuvieron que endeudarse para poder sacar adelante su proyecto. Créame: la gran mayoría de empresarios de reconocido prestigio y trayectoria empezaron igual que pudiera empezar usted o yo. Tomando la decisión de emprender, de arriesgar, creyendo en una idea, en un proyecto, y sin pensar en que un día se iban a hacer ‘ricos’. En estos casos la riqueza es siempre una consecuencia, no el objetivo.
Y en esta situación tan desventajosa en que nos coloca nuestro exiguo espíritu empresarial hay dos razones potentes que desde siempre lo han favorecido.De un lado, la sociedad en su conjunto que mayoritariamente desconoce lo que significa ser empresario (más allá de losmillones que imaginamos tienen los que triunfan, sus elementos externos y el nivel de vida que se les supone), y critica lo que se envidia de ellos pasando por alto el esfuerzo, el convencimiento en un modo de trabajar o el camino constante en la consecución de un proyecto. Y de otro están las instituciones del Gobierno y las de las organizaciones empresariales. Ambas con una carga política y de poder tan fuerte que en demasiadas ocasiones se olvida lo esencial de su figura: alentar el interés emprendedor por encima de sus propios intereses.