De las cuestiones urgentes suscitadas tras el 24-M que hay sobre la mesa del presidente del Gobierno, hasta ahora sólo se ha resuelto una: qué hacer con el PP. Su solución ha sido ocupar casi de modo personal el partido. Para ello comisiona al frente de la campaña electoral a su fiel Jorge Moragas y él, en persona, vuelve a presidir la reunión del comité ejecutivo que Aznar convocaba los lunes y denominaba maitines. Rajoy ha fijado la primera cita para este miércoles por la tarde, así que habrá que llamarlo vísperas para seguir el símil canónico.
Lo sucedido con estas reuniones son la prueba de que Rajoy no ha sido capaz de generar una relación eficaz con su partido. En noviembre de 2011 dijo que las mantendría. En febrero de 2012 las quitó. En septiembre de 2013 se dijo lo mismo que la semana pasada, que volvían y se celebró una. El PP ha sido estos años «una casa vacía» al cuidado de dos huérfanos, como acertadamente dijo Esteban González Pons en 2012: primero él mismo y después Carlos Floriano.
La falta de coordinación entre el Gobierno y el partido quedó sentenciada en el XVII Congreso del PP (Sevilla, febrero de 2012), el mismo en el que los dirigentes popularesRafael Blasco y Alfonso Rus se pusieron a contar chistes en valenciano, pensando que nadie les entendería, sobre Rajoy, la Cospe y Alberto Fabra. Hoy, Blasco está en la cárcel y Rus suspendido de militancia.
Fue en ese congreso donde Rajoy entregó el PP a María Dolores de Cospedal. Ésta introdujo una serie de cambios y eliminó a los tres miembros del Gobierno –Alberto Ruiz-Gallardón, Ana Mato y Soraya Sáenz de Santamaría– que estaban en los puestos ejecutivos. Nueve ministros formaban parte de los 35 vocales del comité de dirección, pero eso no les daba derecho a acudir a reuniones clave. Se abrieron dos vastos territorios gobernados por personas muy ocupadas e incomunicadas: Cospedal en el partido y en Castilla-La Mancha, y Sáenz de Santamaría en el Gobierno y en las Cortes.
Así, la vía que conectaba los planes del Ejecutivo con el partido y la militancia –que son los españoles más receptivos a los mensajes del PP y a la vez los grandes difusores de los mismos– quedó cegada. Al poco tiempo comenzaron las críticas a la mala comunicación. La primera reacción fue pensar que el problema era un asunto de tener más periodistas o más televisiones jaleando la acción gubernamental. No fue suficiente. La segunda fue atribuir el problema al propio Ejecutivo y, en diciembre de 2014, el Gobierno designó un portavoz en la sombra, José Luis Ayllón, secretario de Estado de Relaciones con las Cortes. Nada mejoró sustancialmente. Floriano daba su rueda de prensa en el PP los lunes a mediodía y Ayllón la suya los lunes por la tarde. «Era un milagro que coincidieran porque creemos que nunca llegaron a hablar entre ellos», cuenta una fuente del PP.
Ahora, si los maitines o vísperas se hacen de verdad, Rajoy escuchará muchas cosas que le van a contrariar. Se elucubra con que no será capaz de darles continuidad. Le cansarán.
La operación política que comenzó a ejecutarse el jueves pasado con la reorganización del PP no ha terminado. A muchos se les ha declarado prematuramente vencedores y a otros perdedores. Hay algunos que parece que están en su sitio, mas no lo están. Falta aún el ajuste que Rajoy hará en el Gobierno, aplazado por razones desconocidas. El Ejecutivo presenta al día de hoy huecos importantes: dos secretarías de Estado (Educación y Medio Ambiente) están vacantes y tres delegaciones del Gobierno (Ceuta, Valencia y Murcia).
Rajoy no ha podido dar con la clave para acompasar la acción del Gobierno con el respaldo del partido, una de las virtudes de David Cameron que se omitió públicamente en las alegres comparativas que se hicieron con la victoria de los tories británicos. Su incomodidad en Génova 13 es palpable. A él le gusta ser presidente del Gobierno, no presidente del PP, que le debe parecer la casa de los líos. Hay quienes piensan que la sede nacional le recuerda su implicación en el escándalo de Bárcenas y que por eso no le gusta ir por ahí. Otros dicen, casi en broma, que es porque Esperanza Aguirre ocupa la primera planta.
La militancia le devuelve el aprecio con la misma moneda. La comunicación es un fenómeno bidireccional. Si el camino no estuviera cortado, el presidente podría haber calibrado hace tiempo cuánto daño hicieron sus SMS a Bárcenas y eso quizá le ayudaría a resolver la otra cuestión importante que está sobre su mesa: ¿Es él el mejor candidato del PP en estas elecciones?