Señalaba en mi último artículo que el panorama que se observa a la luz del acuerdo entre el Partido Socialista y Podemos —con el apoyo o la aquiescencia de los que quieren romper España— es absolutamente desolador. Lo es para la convivencia entre españoles, la calidad de nuestras instituciones democráticas y la salud del Estado de derecho. Esto, que resulta evidente para una amplísima mayoría de ciudadanos (incluso, sin duda, para muchos votantes socialistas) no lo es tanto para la directiva nacional del PSOE, que bien delira, bien miente con descaro. Solo así se explica la ensoñación o tomadura de pelo —que cada cual interprete— que encierran las palabras de la vicepresidenta en funciones, Carmen Calvo, quien ayer instó a los independentistas (esos con los que pretende formar gobierno) a que “piensen en los intereses de España antes que en otra cosa”. La misma dolencia que padece el diputado del Partido Regionalista Cántabro, José María Mazón, al afirmar que supeditaba su respaldo al gobierno de coalición de izquierdas a que los separatistas cesasen en su amenaza a la unidad de España. Como pedir al fuego que no queme.
El Ejecutivo que se vislumbra con una probabilidad, no alta, sino peligrosa, representa también un verdadero despropósito en el campo económico, como han alertado numerosos expertos y denunciado desde la Bolsa, la industria, los inversores, el sector de la energía y un largo etcétera. Y no nos engañemos: no se trata de las políticas pseudobolivarianas que pone sobre la mesa de negociación el partido de Pablo Iglesias. Lo preocupante reside en que el PSOE desdibujado de hoy, el PSOE involucionado en Sanchismo, suscribe la mayoría de estas recetas. Todo apunta a que tendrán que ser los hombres de negro de la UE quienes frenen el guateque que pretende imponer la izquierda en España. Parece mentira que la única salvación ante la profunda ignorancia de nuestros posibles gobernantes, o su falta de interés —ya ni tan siquiera amor— por España, proceda de Bruselas. Otra vez.
Que nuestro ‘rescate’ venga de fuera no solo pone de manifiesto lo relativo de la soberanía que retiene España, sino la falta de alternativas internas que ofrecen el resto de las fuerzas constitucionalistas del arco parlamentario, por falta de escaños o de voluntad, indicativa del profundo sueño del que parece presa la derecha en España.
Procede sabotear a (casi) toda costa el pacto PSOE-Podemos, y esta operación ha de liderarla un Pablo Casado desaparecido desde la noche electoral. El candidato del PP debe emerger en algún momento, y proponer un acuerdo de gobierno al PSOE, el cual, casi seguro, lo rechazará, quedando así retratado; o bien abstenerse patrióticamente, sin pensar en el posible rédito de esta jugada para Vox. Hay que subrayar que la razón de ser de todo partido político pasa por representar fielmente los intereses de sus electores. Pero también que no cabe este actuar ‘caiga quien caiga’. Muy al contrario, la situación de crisis nacional —ni política, ni “territorial”, ni meramente económica— requiere medidas desesperadas. Entre otros motivos, porque, con esta amalgama de liberticidas y antiespañoles en el gobierno, situarse alegremente en la oposición constituye un suicidio, pues existe la posibilidad real de que no haya tal cosa. La utilización de las instituciones públicas para blindarse, e incluso eliminar opositores, bastará para garantizar la supervivencia de este Ejecutivo, que, muchos apuntan, supondría un verdadero cambio de régimen.
Como señalaba el pensador inglés Edmund Burke, padre del liberalismo conservador británico, “lo único que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada”. Pues bien, al margen de que uno opine que el PP, Ciudadanos o Vox, se traten de “los buenos” o no, lo evidente es que la alternativa resulta mucho peor. La derecha debe despertar.