La capacidad de desplazamiento ha consistido desde los albores de la humanidad en una prerrogativa básica. Se podría argumentar de manera sólida que es constituidor de la especie humana. Sin ese movimiento, no hubiese resultado posible la evolución y posterior asentamiento en zonas geográficas concretas y dispares a su vez. Pese a lo evidente de la anterior cuestión, en el mundo moderno, los paradigmas han cambiado, se considera a las fuerzas migratorias como estiletes que se adentran en las carnes de la sociedad, descomponiéndola. El estudio del presunto anarquismo de las migraciones en la actualidad requiere de una pausada reflexión, pues no solo debemos realizar un análisis de la realidad en la que vivimos, sino que habrá que tejer una comparación histórica para comprobar qué hay de cierto en los citados argumentos. Dos presupuestos aparecerán: el factor de desestructuración como creación histórica de la modernidad o, por otro lado, como característica intrínseca de todo desplazamiento geográfico. Como se puede observar, nos encontramos ante una clara disección de la naturaleza misma, en concreto de cómo se componen y evolucionan las sociedades de las que formamos parte.
Recapitulando lo dicho, la única vía posible para comprender los fenómenos migratorios pasa por entenderlos como un elemento fundamental del ser humano. El desplazarse en el territorio sin lesionar derechos de otros y sin sentir temor por uno mismo debe considerarse un derecho fundamental del individuo, tesis que sostendrían diversos textos constitucionales de la mayoría de Estados que pueden etiquetarse como democracias, así como la jurisprudencia de organismos y cuerpos internacionales. Nos encontramos ante una tarea de especial dificultad, sobre todo por el turbio contexto que la rodea; el europeo actual consume diariamente multitud de noticias, artículos de opinión, ensayos… acerca de fenómenos migratorios. Esto responde a una preocupación, no criticable, pero que sí ha de ser racionalizada. Debido a este panorama de exaltación y sensibilidad generalizada, se demandan respuestas de carácter inmediato, que de alguna manera tranquilicen a los ciudadanos. Se generan análisis en masa que, debido a su excesiva premura y vaguedad, no consiguen despejar las incógnitas de la situación. El contexto constituye así la circunstancia más perturbadora a la hora de tratar de articular una explicación de manera sosegada.
Como indicábamos en un principio, es necesario realizar un estudio comparativo que nos permita esclarecer la verdadera naturaleza de los fenómenos migratorios. Para ello, se han elegido dos momentos de vital importancia en la época contemporánea: el proceso industrializador del siglo XIX y la globalización de finales del XX y comienzos del XXI.
No pretendemos analizar históricamente estos dos procesos, sino buscar aquellos puntos de conexión y separación entre ambos que nos ayuden a situarnos y observar de manera más acertada nuestra realidad.
Livi Bacci, en su libro Breve historia de las migraciones, brinda una comparación que puede parecer chocante e incluso errónea, debido a los prejuicios con los que partimos de base. Se equiparan los grados de interconexión presentes en una sociedad y cómo, según el citado autor, la sociedad italiana del siglo XIX se encontraba estructuralmente más cohesionada que la actual, refiriéndose a la integración de individuos extranjeros en las esferas sociales locales. Esto se debe, según el autor, a que durante el siglo XIX estos intercambios y conexiones culturales se realizaban desde abajo, basados en experiencias materiales y cotidianas cuyo objeto era el de perdurar. En la actualidad, estas experiencias nacen indudablemente desde una esfera superior, que realiza estancias esporádicas y superficiales y, por tanto, incapaces de sostenerse en el tiempo y, menos aún, de permear en la sociedad. He aquí uno de los primeros elementos principales en nuestra tesis: el cambio de paradigma en la globalización moderna. De cómo se ha pasado de lo que definiríamos como poblamiento material a una situación de paso fantasmagórico, de las grandes exploraciones y asentamientos al mero reduccionismo de la actividad a cuestiones económicas, y de cómo se parasita en una sociedad evitando integrarse en ella (en este punto también debe considerarse la disminución de espacio físico, que da lugar a un mundo cerrado). La pérdida de la concepción de persistencia hace que esa integración no se genere, dado que las migraciones, por definición, deben mantenerse en el tiempo. No podemos hablar de globalización cuando nos referimos a experiencias humanas de carácter parcial, provenientes de arriba, sin una verdadera influencia social. La confusión viene al equiparar el intercambio humano con el material. Resulta indudable que en la actualidad se ha producido una extraordinaria e inmensa exportación de recursos materiales a lo largo y ancho del globo, lo que ha beneficiado de manera inequívoca al progreso y prosperidad de los pueblos. Más criticable sería el calificar de exitosa la globalización de recursos humanos acontecida en las últimas décadas, ya que, como hemos visto, es más pobre que la ocurrida en el siglo XIX.
No podemos hablar de globalización cuando nos referimos a experiencias humanas parciales, sin una verdadera influencia social
Una vez despejada la primera incógnita, podemos pasar a la siguiente: el cambio de Europa de exportadora a importadora de recursos humanos, y de su propia naturaleza dominante, capaz de nutrir al resto del globo tanto con recursos humanos como materiales. Este proceso pudo orquestarse gracias a la estructura sólida, culturalmente hablando, que existía por aquel entonces, y que permitía que la exportación del proceso de industrialización y progreso se realizase con base en los principios del liberalismo clásico, lo que generó un éxito notable. Este fenómeno logró cuajar en el resto de sociedades por la relativa estabilidad cultural existente en Europa, en concreto en la Inglaterra del siglo XIX. Es con el nacimiento de nuevas ideologías, durante la segunda mitad del siglo, junto con los juegos de equilibrio de poder europeos, cuando la nombrada estabilidad comenzará a resquebrajarse por completo.
Ahora bien, si uno se detiene unos instantes a tratar de analizar la situación presente, necesitará poco tiempo para concluir de manera más o menos acertada que dista mucho de la descrita en el anterior párrafo. La Europa actual se encuentra en un proceso de lenta desintegración, en el que sus valores y principios constituyentes se van desvaneciendo de manera gradual, debido a su poco dinamismo y a unos ciudadanos irresponsables, hijos de su tiempo, que se resignan con pasividad ante tal declive. Es por ello natural que, en una sociedad cuya forma es líquida, nazcan y se reproduzcan movimientos de carácter anárquico que desordenen la estructura social. El estudio, por tanto, debe analizar cada proceso y elemento, y no el fenómeno migratorio de forma aislada, pues la mala concepción que se posee ahora de las olas migratorias no se debe a una diferencia en el fenómeno mismo, sino a que este ha mutado por causa ajena, es decir, por los cambios que se han producido en Europa. Esa falta de valores antes resaltada convierten al Estado receptor en un ente vulnerable, que ha perdido capacidad de selección y organización de las olas migratorias que llegan a sus puertas. Por lo tanto, la solución vendrá por una Europa que se repiense a sí misma, y genere una nueva narrativa que ilustre su sociedad y con la cual se restructure, convirtiéndose en un proyecto atractivo para sus ciudadanos. Sin esta transformación, las fuerzas desordenadoras acabarán diluyendo Europa dentro de su realidad geográfica, el gran continente euroasiático. No hemos de olvidar la naturaleza misma del viejo continente, pues no se trata más que de un apéndice de otro gran continente, del que le separan las diferencias culturales y filosóficas de sus pueblos, lo que da lugar a un espacio único en el planeta.
Junto a esto, debemos añadir los cambios geopolíticos que se han producido en las últimas décadas y que, sin duda, afectan de manera directa al devenir de los pueblos europeos. La disminución de su presencia en el mundo y su decreciente importancia en la toma de decisiones hará que su peso para resolver los problemas o dificultades que le influyen sea menor. Esto impide desarrollar políticas óptimas que ofrezcan soluciones idóneas a sus ciudadanos.
Tras esta descripción del cambio de escenario, debemos detenernos en la forma en que los propios movimientos se han modificado. En el viejo continente resulta aún más evidente, pues pasa de “exportar” seres humanos a ser un territorio para inmigrar altamente demandado. Como vimos en los párrafos anteriores, en esta transición influyen muchos factores.
El eje norte-sur es el más evidente para explicarla, igual que en el siglo anterior eran ciudadanos europeos los que partían en busca de una vida mejor hacia las colonias o excolonias de sus diferentes Estados, en donde la integración resultaba más sencilla por razones de cultura, lengua… EE.UU. constituye un claro ejemplo de que las migraciones se dirigían hacia territorio desocupado. Así, el oeste americano se fue poblando de manera paulatina durante todo el siglo XIX. Sin embargo, en la actualidad, a causa de múltiples factores como el geográfico, el demográfico o el económico, la situación ha cambiado y el europeo ha dejado de emigrar en masa. Ahora, debido a la ampliación de las rutas de emigración, llegan a Europa personas procedentes de todas partes del mundo, que no necesariamente guardan una relación cultural estrecha con su lugar de destino. Mientras que en el pasado se trataba de territorio abierto y deshabitado, ahora se ha vuelto cerrado y claustrofóbico en algunas zonas.
La transformación de las fuerzas migratorias supone un reto mayúsculo para una Europa que no destaca por su fortaleza y valentía a la hora de enfrentar nuevos desafíos, y que transmite una preocupante sensación de agotamiento y conformismo, aderezados a su vez por un sentimiento constante de frustración generalizada. Realizando un ejercicio de prospección, el escenario que parece más probable y viable en el medio plazo es el de un recrudecimiento de las fronteras y una mayor exigencia a la hora de seleccionar qué inmigrantes se asientan en territorio europeo, siguiendo quizás el modelo canadiense. Pero la búsqueda de este aislacionismo paradisiaco puede que no lo respeten ni las poblaciones de los Estados miembros ni la geografía misma.
Referencias
-Area, M. (2005). Nuevas tecnologías, globalización y migraciones. Barcelona: Ediciones Octaedro.
-Baines, D. (1991). Emigration from Europe, 1815-1930. Londres: Macmillan.
-Eatwell, J., Mckinley, T., Petit, P. (2016). Challenges for Europe in the world, 2030. London: Routledge.
-EU migration: Crisis in seven charts. (2020). Disponible en https://www.bbc.com/news/world-europe-34131911
-Grandes migraciones siglo XIX (2020). Disponible en https://www.juancarlosrojo.com/recursos-de-aprendizaje/globalizacion-e-historia/grandes-migraciones-siglo-xix/
-Livi Bacci, M. (2012). Breve historia de las migraciones. Madrid: Alianza.
-Orígenes de la globalización en el comercio desde el siglo XIX. (2020) Disponible en http://academic.uprm.edu/jschmidt/id108.htm