No hemos escarmentado de cómo quedó España tras las políticas populistas de Zapatero, en las que, por citar solo un ejemplo, el Plan D demostró lo estúpido que puede ser un Gobierno. Recuerden que el país se endeudó para improvisar unos falsos empleos con los que ejecutar obras publicas innecesarias. Hoy, la situación, de momento, no es tan comprometida como en 2008, pero el camino que lleva Pedro Sánchez resulta similar. Sus promesas electorales no van dirigidas a mejorar la competitividad empresarial y a reactivar la economía, sino a gastar más, aunque conlleve una brutal subida de impuestos que desincentive la inversión, esa que crea riqueza y empleo. Con las medidas anunciadas, la recesión vendrá pronto y el paro se disparará de nuevo. Como decía Federico II el Grande, “ninguna situación es tan grave que no sea susceptible de empeorar”.
No se debe olvidar la maestría en el dominio de la posverdad que tiene Sánchez, quien consigue que mucha gente se crea sus patrañas. Si, además, el PSOE necesita del apoyo de Unidas Podemos y nacionalistas para lograr el Gobierno, el riesgo aumenta: hará cualquier cosa con tal de mantenerse en La Moncloa. Parece que se va a cumplir el vaticinio del Financial Times de hace un mes. Este prestigioso periódico económico auguró que la arrogancia de Sánchez al convocar unas nuevas elecciones para mejorar resultados podía fracasar, como le ocurrió a Cameron en Reino Unido y a Renzi en Italia.
Ante el peligro de un gobierno rehén de los nacionalistas, lo conveniente sería que los dos grandes partidos, PSOE y PP, se pusieran de acuerdo por el bien de España, aunque les exija generosas cesiones a ambos. Este gran pacto ha funcionado en Alemania. La madurez de la sociedad germana se ha impuesto al resentimiento visceral de los radicales. Sánchez debe anteponer los intereses de toda la nación a los propios, algo difícil de creer conociendo al rey del Falcon. En ese caso, el PSN tendría que hacer lo mismo en la Comunidad foral, y formar una coalición con Navarra Suma, cediéndole la presidencia a Esparza, como líder de la fuerza más votada.
Ante las nuevas elecciones, merece la pena revisar la evolución de los datos económicos de nuestra Comunidad, sin obviar la letra pequeña, y menos en las proclamas del pentapartito. Cuando leemos que la Hacienda Foral ha ingresado hasta septiembre de 2019 un 17,6% más, hay que percatarse de que este aumento no responde a que la economía navarra haya mejorado este año en ese porcentaje. Lo que esconde ese supuesto incremento es que, con el nuevo calendario fiscal, se han anticipado los devengos de la retenciones del trabajo, las devoluciones de la campaña del Impuesto de Sociedades y el ajuste con el Estado. En otras palabras, el ejercicio fiscal del 2020 clarificará la verdadera situación recaudatoria.
Sin embargo, hay evidencias irrefutables al margen del citado calendario. Se trata del descenso en un 39,06% de la recaudación del Impuesto de Patrimonio, y en un 15,19% el de Sucesiones y Donaciones. Este desplome revela la fuga de grandes contribuyentes hacia Madrid u otros territorios donde estos tributos no existan o sean más reducidos. Lo peor de que se vayan quienes más aportan no es el importe perdido de los dos impuestos citados, sino que, con su marcha, también desaparecen unos ingresos mucho mayores: los del IRPF. Después de lo que está pasando en el Gobierno de Navarra, donde todo lo importante lo decide Bildu, debiéramos aprovechar los comicios para ejercer nuestra valoración sobre la ejecutoria del pentapartito de Chivite. No dejemos pasar la oportunidad.