El espectáculo estrafalario de la República catalana ha durado lo que tarda un suflé en desinflarse en cuanto se enfría… la emoción. Todos los supuestos patriotas han salido corriendo apenas el Estado ha comenzado a cumplir sus obligaciones. La vuelta a la normalidad no sólo ha sido favorecida por la escapada de empresas, sino también por el pánico de los funcionarios a perder su trabajo. Los Mossos han decidido acatar la ley porque la estabilidad de su nómina oficial es una razón fría, más decisiva que la emoción caliente de cantar Els Segadors. Por mucho que conmueva la música, ésta no quita el hambre, mientras que la Administración la satisface con el salario.
El brusco traslado de las sedes sociales de1.800 compañías ha supuesto una llamada al realismo para Cataluña. Las empresas priorizan siempre la seguridad jurídica por encima del beneficio si éste incorpora un riesgo de inestabilidad. El “Efecto Montreal” no admite discusión. La celebración de dos referéndums legales, en 1980 y 1995, para decidir sobre la independencia de Quebec tuvo impactos negativos irreversibles: deterioro del PIB, salida de empresas, reducción de la inversión, freno de la creación de empleo, emigración de jóvenes y menor capacidad para financiar el gasto público. Desde su primer referéndum, esta provincia francófona ha tenido menor crecimiento económico que el resto de Canadá. Un país pierde su atractivo para emprender si encierra un peligro soberanista. Los independentistas catalanes y vascos debieran ser más pragmáticos y conformarse con las amplias competencias que ya disfrutan, porque la ambición rompe el saco.
La fuga de inversiones y empresas también se viene dando en la Comunidad foral durante los dos últimos años, pero de una forma paulatina. Así, la facturación de las empresas que se han marchado de Navarra en los ocho primeros meses de 2017 asciende a 232 millones de euros, mientras que la de aquellas que han venido, tan sólo a 14 millones. La política del cuatripartito las asustan, porque las empobrece. Por su parte, los contribuyentes huyen al sentirse esquilmados. Y esta dinámica sólo puede ir a peor: como cada vez habrá menos empresas rentables, el torniquete fiscal tendrá que apretarse, incluso, otra vez, para las familias más débiles, las que tienen hijos.
A tenor de estos hechos, es un insulto a la inteligencia de los navarros la absoluta ausencia de autocrítica de Barkos cuando nos cuenta, una vez más, que la gestión económica del Ejecutivo es genial. En los países más avanzados, los políticos presumen de bajar impuestos a la vez que mejoran los servicios. Esta es la política que facilita que la economía crezca, tal como lo demuestra la marcha de la Comunidad de Madrid. Por el contrario, nuestra presidenta alardea de aumentar la recaudación hasta el tercer trimestre un 9,49% respecto al año anterior. Además, confiesa que es para acrecentar el gasto y no para una prudente amortización de deuda con la que prevenir el probable mayor coste de los intereses.
Sorprende el sarcasmo de Barkos cuando pide para Navarra el autogobierno pleno. Esta soberanía que reclama no es para hacernos independientes, como lo fuimos muchos siglos, sino dependientes del País Vasco y de la tiranía que caracteriza al nacionalismo. Vista la dictadura que impone Bildu en Navarra, ¿alguien duda de la amenaza que corre su libertad si saliéramos de España para formar parte del diminuto Estado Vasco? El posicionamiento de la presidenta a favor de quienes no han cumplido la ley, ni han respetado la Constitución no genera confianza. Si realmente asume que nos representa a todos los navarros, seamos o no nacionalistas, debiera ser más prudente.