En los tiempos que corren una final de Copa entre el Barcelona y el Bilbao trae inevitablemente acarreadas dos cosas:
-Una victoria indudable del equipo catalán (de 20 veces que se enfrenten, el Barça ganará unas 19, porcentaje que descendería sensiblemente con el Atlético de Madrid o con el Valencia y la pugna casi se equilibraría con el Madrid)
-Una sonora pitada al Rey y al himno nacional. Inevitable lamentablemente. En esta ocasión el abucheo fue acompañado de una sonrisa, gratuita e insultante para muchos millones de españoles incluidos entre ellos a bastantes catalanes, del Presidente de la Generalitat.
Muchos aficionados y ciudadanos se preguntan cómo es posible que el lanzamiento de un plátano dirigido a un jugador de color o el de un grito racista puedan, y sean, penalizados y que escapen ilesos los que insultan al Jefe del Estado o hacen mofa del himno nacional. La sacrosanta libertad de expresión, se dice, debería existir en ambos casos o tener límites en ambos.
Aparte de las disquisiciones jurídicas que podrían enrevesadamente establecer las diferencias entre las dos injurias hay una motivación claramente política que explica la prudencia, tancredismo para algunos, del Gobierno y las autoridades. La sanción a los transgresores, cierre del campo, multa a los equipos, sanción económica a los que fomentaron o casi organizaron la pitada…, alimentaría rápidamente el victimismo catalán (o incluso vasco).
Personas que considerarían vejatorio e inadmisible que se silbara al himno catalán o el vasco encuentran comprensible (“hay que dejar que la gente se exprese si quiere hacerlo”) que se abuchee al himno nacional o al Jefe del Estado de todos los españoles.
Una buena muestra de ello nos la da no ya Mas, evidentemente disfrutando con la pitada con “aliados” que la han promocionado, sino una persona tan templada y sensata como el jugador Xavi Hernández. El que para mí es el mejor centrocampista español de todos los tiempos puede llevar razón cuando dice que no se puede poner cortapisas a la libertad de expresión, aunque en algún país democrático se las pondrían en este caso, y que hay examinar las razones por las que esto ocurre. Puede ser correcto, pero uno, y me duele, echa de menos, en él, en el Presidente del Barcelona, en los directivos vascos, en las autoridades de la Generalidad que después de entonar ese canto a la libertad de expresión añadieran: esto no debe ser sancionado, “pero yo lo encuentro reprobable y así lo proclamo”, esto es impropio de una afición madura y yo estoy TOTALMENTE en contra de que se produzca. Esta manifestación falta y es penoso.
Esto lo eché en falta. Más doloroso aún fue que el también ejemplar e idolatrado Iniesta hiciera un amago hace semanas de expresarse así, desaprobando la anunciada pitada, para recular dos días más tarde refugiándose en la libertad de expresión sin condenar ni mostrar desagrado por el anunciado hecho.
No es extraño, en consecuencia, que el Secretario de Estado de deporte pastelee y las autoridades sean remisas a aplicar cualquier sanción. Dar motivos para el victimismo (“Madrid nos humilla de nuevo”), inmediatamente aireado por la poderosa maquinaria mediática de la Generalidad, puede ser contraproducente. Una extensa porción de la población catalana tragaría con esa curiosa interpretación. Y ese, una vez más, es el problema.