La crisis sanitaria aún no resuelta hasta que surja y generalice una vacuna eficaz que dejó a la mayor parte de los españoles confinados en sus casas durante más de tres meses, ha supuesto la ruptura de dinámicas tan importantes como la educativa. Volver al curso normal en los diferentes grados de enseñanza está siendo una tarea compleja por los rebrotes masivos que se están produciendo a las puertas del comienzo del Curso Académico 2021-2022.
Esta situación plantea problemas importantes tanto en términos de organización educativa como en calendarios, temarios y métodos de aprendizaje. La disponibilidad de espacio y preparación de los centros para una formación mixta presencial-remota, no son las únicas variables relevantes para este próximo curso. Son igualmente importantes las consecuencias de la desconexión que los meses de confinamiento han supuesto sobre miles de alumnos, especialmente de aquéllos que cuentan con menos recursos económicos y capacidad de acceder a fuentes de conocimiento alternativas.
Centrando la discusión en el sistema universitario, cabe hacerse un análisis en dos perspectivas. La primera, desde el punto de vista de la “oferta” (es decir, las instituciones educativas) el confinamiento ha descompuesto el discurso dominante tanto de la mayoría de los Rectores como del propio Ministerio de Universidades, los cuales presumían de la ‘digitalización’ de sus instituciones pero que a la hora de la verdad no ha sido más que un caos generalizado sin criterios uniformes ni siquiera entre Facultades y Departamentos de la misma Universidad. Ha bastado un acontecimiento traumático para ver quiénes están preparados de verdad y quiénes no ante un cambio estructural tan relevante como es mudar el modelo presencial al online durante un tiempo indefinido.
La segunda, desde el punto de vista de la ‘demanda’ (alumnos y profesores), es imprescindible evaluar las dificultades técnicas y económicas tanto para el acceso como para el seguimiento de los cursos académicos por parte de los alumnos, especialmente para los más vulnerables económica y socialmente. Una interrupción tan abrupta de la mecánica lectiva, unida a un peor acceso a materiales de estudio, consultas, supervisión del profesorado, pérdida del hábito de estudio o falta de motivación, llevan a frustración, empeoramiento del rendimiento académico y, sobre todo, al fracaso escolar.
Si ya de por sí los períodos vacacionales influyen notablemente sobre los alumnos, qué decir de más de tres meses de confinamiento con decenas de miles de familias al borde del desempleo permanente y con dificultades económicas crecientes, lo cual es un motivo más que de peso de desmotivación del estudiante que se enfrenta a ese entorno. Por ello, de las consecuencias enumeradas anteriormente, la más importante sin duda es una mayor propensión al abandono escolar, el cual debe colocarse en el centro del debate público en vez de distraer la atención con el conflicto entre Gobierno y CCAA, incluso de los problemas de liquidez que los 17 sistemas educativos regionales tendrán en los próximos meses.
¿De qué variables depende el abandono escolar? Tal como señalan los autores del U-Ranking (Pérez y Aldás, ed. 2019), influyen factores como la nota de corte promedio en la Universidad (indicador de la calidad académica del estudiante que ingresa), la titularidad de la institución (tomando como nivel de referencia la privada) y las ramas de enseñanza (Ciencias Sociales y Jurídicas, Ciencias,…). Pero la variable más relevante es si la formación es presencial o a distancia, ya que, en los estudios de Grado, un menor acompañamiento o cercanía del alumno al profesor y a la institución académica suele producir falta de motivación e implicación en los estudios, lo cual lleva a dejarlos de forma temprana. España se encuentra entre los países que menos aprovecha el esfuerzo público y privado realizado en educación superior, dadas las elevadas tasas de abandono de los estudios iniciados. Un 33% de los alumnos españoles no finaliza el grado en el que se matriculó: un 21% porque abandona la universidad sin obtener un título, y el 12% restante porque cambia de estudios.
Las pérdidas anuales derivadas de este fracaso se acercan a los 1.000 millones de euros. Por tanto, la cuestión central es el grado de cercanía y apoyo personalizado profesor-alumno. Partiendo de la evidencia empírica pre-Covid, es notable la enorme diferencia territorial entre las CCAA con menor tasa de abandono y cómo tienen posicionadas algunas de sus universidades como las que menor abandono registran. Castilla y León, Navarra y Madrid registran las tasas más bajas de fracaso frente a los dos archipiélagos canario y balear y CastillaLa Mancha, con una diferencia de casi 20 puntos porcentuales entre la mayor y menor en los estudios de Grado.
Dentro del mismo estudio, sobresalen algunos ejemplos singulares con metodología específica contra el abandono. Destacan universidades como Francisco de Vitoria, Deusto, Mondragón, León, Salamanca o Pablo de Olavide, entre otros. Por ejemplo, la primera cuenta con un sistema de mentores y acompañamiento único basado en la asignación para cada alumno de un ‘mentor’ en los primeros cursos de la carrera, lo cual ha generado un diferencial con respecto a la media nacional de 26 puntos en la tasa de abandono en Grado.
En suma, combatir el fracaso escolar a través de un acompañamiento efectivo con independencia del ‘canal’ a través del cual se propaga el conocimiento (presencial u online) debe ser el principal objetivo de la política educativa antes de que sea demasiado tarde y para evitar males mayores en toda una generación.