El “suicidio demográfico” del que habla Alejandro Macarrón Larumbe (Avilés, 1960) en su último libro no acapara demasiados titulares de prensa. Pero este ingeniero de telecomunicaciones asturiano de madre navarra decidió utilizar este tema, especialmente delicado en estos tiempos de corrección política máxima, junto a una interrogante no menos inquietante: ¿A la catástrofe por la baja natalidad? Aunque no es demógrafo – se dedica y vive de la consultaría de empresas- empezó a estudiar el tema hace ya nueve años, a raíz de que un amigo le mostrara una gráfica con la evolución de los nacimientos en España desde 1858. “Me quedé tan espantado que todavía no he podido dejar publicar cosas”. Desde la Fundación Renacimiento Democrático que dirige trata de concienciar sobre el problema. El lunes ofreció una conferencia en Civican organizada por Think Tank Civismo.
Las recientes movilizaciones de jubilados pueden servir para poner el foco en esa “bomba demográfica” de la que advierte en su libro.
Sin duda. Pero el problema es que se esté hablando sólo de pensiones y no de cómo hacerlas sostenibles demográficamente. Es muy peligroso. Vamos hacia una sociedad dominada por los jubilados. No es culpa suya, es pura matemática electoral. Son un 25% del censo electoral, pero votan más que la media. Si los políticos les otorgan demasiado poder aplastarán a la sociedad.
¿No le parece justa su reivindicación?
Las pensiones cuestan dinero y en una proporción determinada son justas, correctas, necesarias, buenas… Pero si resulta que tienen prioridad sobre todo lo demás pueden arruinar a la economía productiva. Estos días he oído mucho eso de ‘nos lo merecemos’ y poco sobre cómo hacer pensiones sostenibles como sociedad, sin ahogar a la economía productiva y permitiendo que las familias tengan dinero para tener niños. Con la crisis mucha gente se quedó en paro, le bajaron los sueldos… El empleo se precarizó y también los salarios, pero las pensiones han ganado poder adquisitivo y eso se debe a que su poder electoral es muy fuerte.
¿Qué solución ve?
Si no se corrige el problema demográfico, a largo plazo las pensiones serán inviables. La jubilación a los 65 años se estableció hace 99 años, en 1919. Hay que alargar la edad de jubilación, pero repensando los modelos productivos y, aún así, necesitaríamos más niños. Las pensiones modernas se inventaron cuando no había casi jubilados. En Alemania las inventó Bismarck para no dejar en la miseria a los jubilados que no hubiesen tenido hijos. En Estados Unidos, en 1935 había 52 trabajadores en activo por jubilado. En España, hace 40 años había casi seis personas en edad de trabajar por cada jubilado y ahora estamos en tres, pero dentro de 20 años igual son dos.
¿Estamos a tiempo de evitar ese suicidio del que habla en su libro?
La demografía opera lentamente. En el día a día no se nota. Es como la carcoma que te va destruyendo el edificio sin que te des cuenta. Por eso es tan importante visibilizar el problema. Hace varias décadas que ni los españoles ni los occidentales en general tenemos los hijos necesarios para que haya relevo generacional. El proceso de no tener hijos equivale a una especie de suicidio de la sociedad a cámara lenta. Cada año será un poco peor. La mitad de los jóvenes no va a tener ni si quiera un nieto de mayor.
¿Y por qué cree que no se habla más del tema?
Cuando empece a estudiar la demografía, hace 8 o 9 años, los políticos pensaban que hablar de este tema podía molestar a los electores que no quieren tener hijos.
¿Qué cifra destacaría para que empezáramos a ser conscientes de la gravedad del problema?
El déficit de nacimientos. Nos aboca a pérdidas crecientes de población autóctona española, que ya han empezado, y a un envejecimiento creciente. En Occidente, hace décadas que tenemos menos de los 2,1 hijos por mujer necesarios para el relevo generacional. En el caso de los españoles, con el récord mundial de infecundidad entre 1989 y 2014 –y las tres regiones europeas menos fecundas de 2010 a 2014, Asturias, Canarias y Galicia; y las tres provincias o equivalentes con al menos 100.000 habitantes más envejecidas de Europa, Orense, Zamora y Lugo–, nuestro déficit promedio de nacimientos desde 1992 es del 40%. Esto significa que, por cada 100 adultos españoles jóvenes de hoy (por ejemplo, los de 18 a 35 años), en unos 30-32 años habrá 60; en 62-64 años 36, y en un siglo, 21. Con algunas décadas de retraso, el conjunto del pueblo español menguará a ritmos similares. En cuanto al envejecimiento social, si hace 50 años solo el 9% de los españoles tenía 65 años o más, ahora este porcentaje asciende al 21% (19% en total, por los inmigrantes extranjeros), y llegará al 40% antes de 2050.
Si quitáramos los nacimientos de inmigrantes el dato aún sería más alarmante.
Sin duda. En 2016 nacieron 313.000 niños de madre nacida en España. Es una cifra equivalente a la de la segunda mitad del siglo XVII, cuando había siete millones de habitantes.
Tiempos “antifamilia” ¿Por qué se tienen menos hijos?
La modernidad se ha revelado antiniños, antifamilia… Si seguimos así será catastrófico. Sin inmigración, y con la fecundidad actual, las proyecciones de población arrojan números muy lúgubres para 2070: habría solo 32 millones de habitantes en España (29% menos que ahora), un 45% menos de población en edad laboral, un 58% menos de menores de 18 años y un 56% más de personas con 65 años o más, que serían más del 40% de la población.
¿Ha tenido algo que ver la crisis en la bajada la natalidad?
El mínimo lo tocamos en 1998, un año de muchísimo crecimiento económico, en plena euforia de las puntocom. En España la tasa de fecundidad de las españolas antes, durante y después de la crisis ha sido prácticamente la misma. En el peor año de la Guerra Civil, nacían 100.000 niños más que ahora.
Entonces, ¿hablamos de un cambio cultural, social…?
Principalmente sí. Hay causas muy buenas e irreversibles, como la reducción casi a cero de la mortalidad infantil y juvenil, que nos permite tener un 60% menos de niños por persona que hace menos de un siglo y medio, y pese a ello gozar como país de la misma (buena) salud demográfica que entonces, y como padres acabar teniendo el mismo número de hijos adultos que antaño. Lo malo es que tenemos alrededor de un 80% menos, no solo un 60%. Hay otras, como el retraso en la edad a la que tenemos el primer hijo, el desplome de la nupcialidad y la estabilidad familiar, o el desprestigio de la mujer que opta por no trabajar fuera del hogar. No hemos logrado resolver el problema de cómo compatibilizar el trabajo femenino fuera del hogar con una natalidad sana y esto es algo crítico.
¿Y qué razón diría que pesa más?
Nos da pereza tener más niños por el esfuerzo que supone su crianza en dinero y tiempo, la pérdida de libertad, y la responsabilidad y riesgos que conlleva. A nuestros abuelos no les dio esa pereza, y eso que, de media, eran mucho más pobres que nosotros, y que las mujeres de antaño arriesgaban literalmente su vida en cada parto.
¿Qué se puede hacer?
El Estado no tiene derecho a ser muy intrusivo, pero interviene y hace campañas contra la violencia en los hogares.Tiene la obligación de intervenir, para facilitar y fomentar que si faltan niños se hagan.