Según el Mises Institute, (https://goo.gl/ErFdMg) el fenó- meno populista en Argentina por fin ha tocado fondo. El populismo, en general, se caracteriza por un férreo control de la economía por parte del Estado, un gasto público elevado, baja inversión y un déficit galopante. Estas políticas son insostenibles a largo plazo, y así lo explican Rudiger Dornbusch y Sebastian Edwards en su informe El populismo macroeconómico (http://goo.gl/FtlUoU), de 1990. El estudio, que analiza varios países de América Latina, identifica cuatro etapas en estos movimientos.
Fase I: los datos macroeconó- micos son buenos, el PIB aumenta, el paro baja y los salarios suben. Fase II: empiezan los problemas por priorizar el consumo a la inversión; las importaciones se financian con reservas, y el stock de capital cae. Se devalúa la moneda y se controla el coste de los servicios públicos. Surge la economía sumergida, crece el déficit para compensar la inflación, y las subvenciones son más elevadas. No se aplican reformas fiscales al ir contra de la política populista.
> Vender gato por liebre. Fase III: empieza la escasez de productos, la inflación remonta y hay fuga de capitales. Cae la actividad económica, sube el déficit, se devalúa la moneda y las personas comienzan a ahorrar a la vez que el Estado inicia el control del capital. La renta cae en términos reales y hay un descontento social alarmante, que evidencia el fracaso del proyecto populista. Fase IV: tras un cambio de Gobierno y la intervención de organismos internacionales, se empiezan a adoptar reformas. Con la erosión del capital, los salarios reales se sitúan incluso por debajo del nivel previo al Ejecutivo populista.
Estas fases se transforman en un círculo vicioso que podría destruir el sistema. El descontento de la última fase permite a estos movimientos luchar de nuevo en las elecciones. ¿Habrán aprendido los argentinos la lección?