Las elecciones a la presidencia de Francia y la intención de voto que reflejan las encuestas muestran una situación bastante preocupante. No se trata necesariamente de que el resultado vaya a suponer un terremoto político en toda Europa, como ocurriría si ganara la candidata de la extrema derecha, Marine Le Pen o el líder de la extrema izquierda, y de la “Francia insumisa”, Jean-Luc Mélenchon. Lo más probable –aunque las cosas más probables no son las más comunes en la política internacional de los últimos tiempos– es que el sistema de la doble vuelta impida que una y otro consigan la presidencia de la República. Pero los estudios preelectorales indican que en torno al 45% de los franceses están dispuestos a darle su voto. Y que esto ocurra en un país sensato y moderado como Francia no es bueno en absoluto.
Podría pensarse que el problema es que el voto se está polarizando en los dos extremos del espectro político. Pero el tema es bastante más complejo. Si situáramos a los candidatos en un segmento lineal, Le Pen quedaría en el lado derecho y Mélenchon en el izquierdo; lo cual daría la impresión falsa de que sus programas son radicalmente diferentes. Pero no es así. Si dobláramos el segmento sobre sí mismo y formáramos una circunferencia obtendríamos una visión más acorde con la realidad. En este caso, los dos candidatos aparecerían juntos. Y esta proximidad tiene bastante sentido cuando se analizan sus programas electorales, en especial en lo que se refiere a la economía, al comercio internacional y a la política europea.
La mayoría de los franceses parece estar hoy poco conforme con la situación de su país. Pero sospecho que pocos explican sus problemas como una consecuencia de un sistema político fuertemente intervencionista y reglamentista, al que le resulta difícil adaptarse a un mundo nuevo de economías abiertas, en el que la competencia es internacional. Por ello rechazan, con pocas excepciones, la globalización y vuelven atrás los ojos con la nostalgia de un mundo de otra época y de un estado del bienestar, que creó la ilusión de que los servicios públicos gratuitos serían cada vez más amplios y de mejor calidad.
Hay algunos puntos en los que casi todos los candidatos a la presidencia coinciden; y la mayoría de ellos tienen en común el rechazo a la competencia. El caso más claro lo constituyen los proyectos de tratados de comercio internacional libre, que sólo Macron defiende con claridad. Pero hay muchas otras propuestas en la misma línea. La oposición a que los trabajadores desplazados por empresas de otros países comunitarios se les aplique la reglamentación de sus países de origen es una de ellas. Y lo es también la armonización fiscal en el marco de la Unión Europea, en especial en lo que se refiere a los tipos del impuesto que grava los beneficios de las sociedades. En este tema, unos defienden una armonización con tipos más reducidos, mientras otros quieren forzar a los demás países a establecer gravámenes tan elevados como los que existen en Francia. Pero todos rechazan la competencia fiscal y la posibilidad de que cada país conserve su autonomía a la hora de fijar estos impuestos.
Y, puestos a reducir la competencia y a nacionalizar la actividad y la política económica, lo más coherente puede ser apoyar a quienes plantean estas políticas de forma más radical; en el caso de Francia, Le Pen y Mélenchon. Que en sus propuestas haya ideas poco sensatas y contradicciones de todo tipo no parece influir en sus potenciales votantes. Sólo un ejemplo: el candidato de la izquierda ha inventado un término notable: el “proteccionismo solidario”, expresión que –utilizando la ironía de Anthony de Jasay– diríamos que tiene tan poco sentido como hablar de hielo caliente, círculos cuadrados o prostitutas vírgenes. Cuando se actúa como una nacionalista militante –el caso de Le Pen– se ponen los intereses nacionales –reales o supuestos– por delante de todo y la solidaridad con el resto del mundo importa poco. Pero cuando, desde la izquierda, se intenta ser solidario y nacionalista al mismo tiempo tenemos un serio problema.
Una cuestión en la que nuestros dos candidatos populistas están actuando de forma bastante prudente en esta campaña es el futuro de la Unión Monetaria Europea. Le Pen ha defendido en muchas ocasiones el abandono de la moneda única y la renacionalización de la política monetaria; pero no ha hecho de esta idea uno de los puntos fuertes de su campaña; y ha insistido, además, en la conveniencia de salir del euro de una forma “racional y bien preparada”. Mélenchon, por su parte, se limita a defender una devaluación de la moneda europea frente al dólar, mostrando una sorprendente fe en los efectos de la depreciación del euro para arreglar los problemas económicos de Francia; pero comportándose, al mismo tiempo, con una moderación inesperada. Todo vale para conseguir un voto más.
¿Qué puede ocurrir en Francia? No creo que una victoria de Macron o de Fillon cambie muchos las cosas con respecto a la situación actual. Sarkozy se presentó en su día a las elecciones con la promesa del cambio. Los votantes le dieron su apoyo; y, finalmente, su programa quedó en nada. Me temo que algo similar puede volver a pasar. Pero, en todo caso, esto sería infinitamente mejor que tener en el poder al Frente Nacional o a La Francia Insumisa… aunque el 45% de los franceses piense lo contrario.