Hoy me he cruzado con un gráfico de los que hacen pensar. Mostraba la evolución de los temas que preocupaban a los británicos. Y es curioso cómo, en 2016, de repente y sin que mediaran cambios, se dispara la inquietud por la Unión Europea (UE) como problema. Al mismo tiempo, y por arte de magia, se desplomó la causada por la inmigración, que estaba en máximos.
Rascando un poco, se entiende este sorprendente cambio. En Reino Unido, quitando las zonas más dinámicas, la presencia creciente de inmigrantes (de dentro y de fuera de la UE) no dejaba de crecer y ocasionaba problemas, tanto por su falta de integración (en el caso islámico) como por la competencia feroz por los trabajos menos cualificados (en el caso de los europeos orientales). Es decir, para millones de británicos esa inmigración resultaba preocupante (y no les convencían los datos sobre su papel en la expansión económica vivida esos años, porque a ellos, en concreto, no les beneficiaba).
La reacción fue el surgimiento y consolidación de partidos xenófobos que, poco a poco, pusieron en el punto de mira a la UE como defensora de todo lo que les obligaba a aceptar cambios. No solo lo hizo UKIP, sino, al final, el propio partido conservador, cuya ala nacionalista nunca le tuvo cariño.
De ese caldo de cultivo, nace la campaña contra la UE, a la que se identifica con los males de la inmigración, las transferencia a otros países, o las limitaciones a la legislación británica sobre derechos humanos o laborales. Se utilizó la preocupación real para azuzar a la población en contra de algo que no percibía como un problema.
Se usó una preocupación real para azuzar a la población en contra de algo que no percibía como un problema
Si vamos a un caso más cercano, veremos cómo el sentimiento independentista se exacerba en Cataluña a raíz de la crisis económica. Los gobiernos nacionalistas se muestran muy poco eficaces para dinamizar las cosas, pero muy efectivos en echar la culpa de los problemas a una supuesta fuga de dinero hacia el resto de España. ‘Espanya ens roba’ traduce el malestar con la crisis y sus injusticias en descontento con el marco constitucional, gracias al “espacio catalán de comunicación” que propaga el mensaje.
Y, si queremos un ejemplo aún más próximo temporalmente, tenemos el de una campaña similar que recondujo el malestar ciudadano masivo por unas instituciones que ni funcionan bien ni se reforman hacia una persecución y quema simbólica del supuesto causante. Que no sería el bipartidismo sectario y corrupto, ni su connivencia con los nacionalismos, sino el fantasma del franquismo.
Los tres casos tienen muchos puntos en común. Uno, que dependen del uso de una artillería mediática enorme y despiadada (con la realidad, entre otras cosas). Otro, que se impulsan desde la autoridad. Y el tercero, que no resuelven el problema, sino que crean otro adicional.
La salida de la UE ayuda a Boris Johnson, pero no limita la llegada de extracomunitarios, ni la demanda de trabajadores cualificados. Ni la necesidad de plegarse a estándares que la UE exige a todos los proveedores.
La declaración unilateral de independencia o el “botifarréndum” encastillaron a los nacionalistas en el poder, pero no les dan el control que quieren. Ni les permiten resolver los problemas de fondos en sanidad o dependencia, ni mejorar en su competición contra la gravedad de Madrid.
Y culpar al fantasma del franquismo de la degradación democrática le ha permitido a Sánchez ser elegido como un demócrata regenerador, pero, a cambio, ha deslegitimado las instituciones a ojos de muchísimas personas, y no ha resuelto ninguna de sus dificultades.
En los tres casos, se ha mentido a la población desde el control de los medios para esquivar la responsabilidad de un problema y afianzarse en el poder. En los tres, este uso de falsos enemigos va a dejar huellas graves y damnificados.
El populismo no es una táctica insurgente, sino una que despliega el poder para perpetuarse. Y entonces, resulta mucho más difícil de combatir.