Hay alarma en Europa: los partidos emergentes de extrema derecha están ganando adeptos. Es el caso de los Demócratas de Suecia, Alianza para Alemania (AfD) o el Frente Nacional de Francia. Son partidos que defienden un nacionalismo basado en el Estado del Bienestar, la igualdad social, cierto euroescepticismo y el miedo a la inmigración, a la cual vinculan descaradamente, y de forma muy efectiva, con la criminalidad y la pérdida de oportunidades económicas para los votantes. Consiguen capitalizar así la frustración generada principalmente por la crisis económica, que procede de la mayor inseguridad económica y laboral de muchos ciudadanos de baja cualificación profesional o de aquellos que teniéndola no han podido ejercerla. Una frustración que obedece también a la creciente desigualdad en la distribución de la renta causada por el aumento del paro y la reducción de los salarios en los colectivos menos privilegiados.
Mientras tanto los partidos tradicionales no están sabiendo responder adecuadamente a esos problemas y tampoco a los recientes casos de criminalidad protagonizados por inmigrantes y refugiados. En cambio, los Demócratas de Suecia, AfD o el Frente Nacional aprovechan esos casos para difundir su mensaje patriótico, proteccionista y anti inmigración.
UN POCO DE HISTORIA
Estos cambios radicales en las preferencias de los electores no se trata de algo nuevo, se ha producido en otras ocasiones, y suele obedecer a la incapacidad de los partidos que gobiernan para resolver las crisis económicas. Así ocurrió, por ejemplo, en los principales países de Occidente a raíz de la crisis del petróleo. Entonces la base electoral de los principales partidos socialistas se fue erosionando. Un cambio pendular que comenzó en la década de los años 80 cuando los partidos conservadores avanzaron rápidamente derrotando a los de centroizquierda. Los partidos de derechas, que no eran en absoluto populistas, se hicieron con el poder. Así, en Alemania tras los Gobiernos socialistas de Willy Brandt y Helmuth Schmidt, la Democracia Cristiana, liderada por Helmut Kohl, dominó la política a partir de 1982. En Gran Bretaña, se produjo algo parecido: al ser los laboristas incapaces de resolver la crisis económica fueron derrotados en las elecciones de 1979 por Margaret Thatcher, del Partido Conservador. Son ejemplos de cambios pendulares muy importantes, en el que varió por completo el modelo económico.
También en EEUU, en la misma época, se produce un cambio radical. Ronald Reagan, del Partido Republicano, ganó las elecciones a Jimmy Carter, del Partido Demócrata, en 1980, entre otros motivos por la mala situación de la economía. Tanto Kohl, como Thatcher y Reagan apuestan por el libre mercado con un fuerte componente de economía de la oferta que incluye, entre otras, las siguientes medidas: desregulación de los mercados, rebajas fiscales para aumentar el ahorro, privatización de las empresas públicas, mejora de la productividad, reducción de controles burocráticos, estabilidad de precios y flexibilidad salarial. Los resultados de estas políticas permitieron que el Partido Conservador gobernase 17 años seguidos en Reino Unido, el Partido Republicano 12 en EEUU y la Democracia Cristiana 16 años en Alemania. Después de Kohl desembarcaron en Alemania los gobiernos de Gerhard Schröder y Ángela Merkel que siguieron aplicando políticas económicas liberales.
Conviene precisar que las victorias electorales de los partidos conservadores fueron aplastantes y duraderas porque fueron capaces de sacar de la crisis económica a sus países.
EL NACIONALISMO ECONÓMICO
A las puertas de la tercera década del siglo XXI, ¿estamos ante otro cambio pendular? ¿Se producirá una transformación radical en la estrategia de política económica de los países? Sin duda, personajes como Donald Trump, el italiano Conte (y su ministro Matteo Salvini), el húngaro Viktor Orbán, el turco Erdogán o Vladimir Putin apuestan también por un cambio pendular. Como en los ejemplos citados, estos cambios se producen siempre después de una fuerte crisis económica. ¿Y en qué consiste este nuevo cambio? En el aumento del patriotismo económico, frenar la inmigración, retroceso en la globalización, unas libertades democráticas constreñidas y el enaltecimiento de la autoridad del líder. Movimientos políticos proteccionistas que avanzan hacia la descomposición del orden económico internacional.
En cambio, otros responsables políticos de los países ricos han decidido no subirse a la ola populista. Así, Ángela Merkel, Enmanuel Macron, António Costa, primer ministro de Portugal, Mark Rutte de Holanda o el canadiense Trudeau apuntan hacia políticas de estabilidad macroeconómica, administraciones públicas más eficientes, sistemas fiscales más equitativos, supresión de favoritismos y de trámites burocráticos excesivos y fomento de la competencia y de la seguridad jurídica. Esto significa que el conflicto redistributivo en estos países tenderá a ser menor. Y en el caso de los gobiernos de algunos países europeos (Alemania, Francia, España, Portugal, Holanda, etc.), van consiguiendo vínculos cada vez más fuertes para alcanzar un mercado más integrado y una mayor unión política de Europa.
Ahora ya no se trata de que haya diferencias entre partidos de derechas o izquierdas. Se trata de dos posiciones muy distantes, en el que una de ellas es populista, radical, xenófoba, aislacionista y autoritaria y la otra, en cambio, tiene una mayor estabilidad y responde a principios económicos más ortodoxos.
La primera se mueve rápido y de manera oportunista. Aprovecha el sentimiento de insatisfacción de una parte importante de la población que ha derivado en una grave crisis de legitimidad política, es decir, un divorcio entre los representantes y los representados. La consecuencia es la preocupante emergencia, con más rapidez de lo que se imaginaba, de partidos políticos que se oponen a la apertura económica, al buen funcionamiento de los mercados y a la libre circulación de personas con el objetivo de preservar así la identidad nacional y el bienestar material de sus ciudadanos.
HAY LUGAR PARA LA ESPERANZA
En primer lugar, porque es posible que impere el sentido común y ambas posturas se vayan acercando sin que se produzca una perturbación grave o un desastre a nivel global. El acuerdo de libre comercio firmado entre México y EE.UU ha sido un paso en la buena dirección, al que pueden seguir otros. Segundo, por los esfuerzos que se quieren hacer para generar inversión en los países de origen de la inmigración; se reduciría así la entrada de extranjeros y el gasto público en el Estado del Bienestar que se genera.
Tercero, conseguir derrotar al populismo, para lo cual es fundamental, que Occidente se preocupe de la prosperidad de las clases medias. Lo que significa: a) reducir las elevadas cargas fiscales que soportan; b) implantar políticas de formación profesional capaces de adecuar a parte de esa población a lo que están demandando las empresas; y c) establecer políticas más favorables a la innovación y al emprendimiento que aumenten el tejido empresarial y con ello el empleo.
Así las cosas, las empresas de Occidente están compitiendo con las de Asia, donde han surgido potentes clases medias. No podemos resignarnos a perder la batalla de la competencia y aislarnos (como pretenden los populismos). Se puede ganar esa batalla si somos capaces de hacer cambios relevantes y aplicar algunas políticas que allí está teniendo éxito.