A lo largo de la historia son pocas las ocasiones en que posturas tan irreconciliables, como las que mantiene el Estado español y los separatistas catalanes, pueden coincidir tácticamente. Este hecho, sin precedentes, es obra de nuestro imaginativo presidente del Gobierno que ha sido capaz de establecer un nuevo paradigma político en el que el principal objetivo ya no es la pervivencia del Estado sino la de su carismático líder.
En los próximos meses los españoles vamos a ser testigos de una tragicomedia protagonizada por el Gobierno y los independentistas catalanes, en este momento asistimos al primer acto. La “INTRODUCCIÓN” comienza con el compromiso de Sánchez para indultar a los golpistas y continúa con la renuncian de éstos a la vía unilateral, gestos necesarios para hacer posible la mesa de “negociación”.
El “NUDO” lo representa dicha mesa, en la que se reconoce a los separatistas como interlocutores no para negociar desacuerdos entre una Comunidad Autónoma y el Estado, sino para resolver un conflicto entre naciones.
El resultado de estos movimientos tácticos tiene efectos diferentes para cada una de las partes implicadas. El Gobierno “sanchista” gana un tiempo necesario para doblegar definitivamente la pandemia y que los, tan cacareados, fondos europeos consigan sus engañosos efectos balsámicos. Por su parte, los logros de los separatistas, como siempre, son muy superiores. En primer lugar, nueve de sus dirigentes que después de tres años ya flojean en su capacidad de aguantar el martirio, salen definitivamente a la calle. Por si fuera poco, en la negociación van a conseguir una rebaja en los delitos penales tipificados como rebelión y sedición, para dar cobertura al “ho tornaren a fer”. Pero sin duda lo más lamentable es su reconocimiento como interlocutores válidos para resolver el “conflicto” catalán, ignorando como siempre a más de la mitad de catalanes constitucionalistas que sufren en silencio el despotismo de sus representantes y el abandono del Estado.
El “DESENLACE” lo representa el seguro fracaso de las negociaciones y su venta por cada una de las partes implicadas.
Los separatistas con una posición mejorada tanto en lo personal como en lo político y sobre todo en el relato, dirán que lo han intentado, pero que ha sido imposible. Como ellos pensaban, el Estado español no es democrático pues no acepta sus imposiciones. Los independentistas, menos imaginativos que los asesores de Sánchez, no han necesitado cambiar ni la estrategia ni los objetivos. Ellos lo tienen meridianamente claro, el fin último es la independencia y su estrategia: el victimismo, la represión de los españoles catalanes y la propaganda. Así, que su único cambio será el de la fecha que lo van a volver a intentar una vez que su proselitismo, consentido por el Gobierno, los lleve a una mayoría imparable.
El “sanchismo” habrá conseguido su objetivo, eso sí a costa de socavar la posición española ante el mundo. Nos dirán que era su obligación intentarlo, que el dialogo siempre es bueno y que los independentistas son más insensatos de lo que esperaban.
Sinceramente ¡yo no me lo creo! Exceptuando a Rajoy y Soraya, al día de hoy, nadie con dos dedos de frente cree que la vía del ibuprofeno, que en contra de lo que dicen sus terminales mediáticas ha sido la única que se ha intentado desde la transición hasta hoy, vaya a obtener el más mínimo resultado. La historia está repleta de enfrentamientos en los que los “apaciguadores” que inicialmente siempre eligen el deshonor, indefectiblemente, terminan consiguiendo la guerra.
Si, sinceramente, por convicción no por intereses, su “sanchidad” quiere explorar esa vía, al margen de lo que dicta el sentido común y obligando a los españoles a “comulgar con ruedas de molino”; Sánchez, debe estar dispuesto a pagar lo mismo que el presidente de China le exige al papa Kiril I si fracasa en su cometido. No vale que, tras el fiasco, Pedro I regrese a Madrid <<y pronuncie un gran discurso en el que se presente como un hombre noble, un pacificador que por desgracia no logró la paz>>. Si tan seguro está de que merece la pena el enésimo intento y los costes que para España representa esta farsa, debe estar dispuesto a empeñar su cargo en el intento y si las conversaciones, como es previsible, no sirven para nada a España ni a los catalanes constitucionalistas, dimitir inmediatamente.
Muchos españoles ya estamos cansados del simplismo ramplón que representa el talante y el buenismo, que no es otra que un intento de ensalzar la ignorancia y la incapacidad que trajo consigo José Luis Rodríguez Zapatero a la política española. Si no tienen otra cosa que ofrecer que las buenas intenciones, es mejor que se dediquen a otra cosa donde no jueguen con el destino de todos nosotros.