Me avergüenza un Gobierno de Navarra que no protesta cuando el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, pacta con el Ejecutivo central propuestas que vinculan a Navarra. Ese político carece de auctoritas para rubricar un acuerdo que afecta a una comunidad diferente a la suya. Si negociar el pacto político está mal por parte del PNV, peor lo está por la del PSOE. La firma de la declaración por este partido nacional da por hecho que Ortuzar tiene alguna legitimidad sobre Navarra. Sánchez humilla a los políticos navarros cuando permite que el presidente del PNV se arrogue el poder de reemplazarlos.
Esta “apropiación de representación” ha ocurrido tres veces en la actual legislatura: 1) El pasado 30 de diciembre, en un acuerdo sobre la Guardia Civil de Tráfico en la Comunidad foral. 2) La semana pasada, en la gestión del Ingreso Mínimo Vital (IMV). 3) En el segundo párrafo del pacto entre PSOE, Podemos y Bildu para la reforma laboral, donde se estipulaba que “la capacidad de endeudamiento de la Comunidad Autónoma Vasca y la Comunidad Foral de Navarra se establecerán en función de sus respectivas situaciones financieras”. Este supuesto regalo de Bildu a la Hacienda foral perjudica la imagen de Navarra, dado que esta formación apoya a los pistoleros de ETA. Así, la semana pasada, el eurodiputado de Bildu intentó presentar en el Parlamento Europeo a Patxi Ruiz, el asesino de Tomás Caballero, como un preso político que hace huelga de hambre. Con estos golpes de efecto en los medios de comunicación nacionales, el PNV está consiguiendo que en toda España se difunda la idea de que Navarra se está integrando en País Vasco.
Esta convicción colectiva se refuerza con un gobierno de coalición compuesto por partidos que desean la anexión de nuestra tierra al País Vasco. También hay cada vez más desencantados de la hipotética ventaja del Convenio Económico. Este no se utiliza ya para estar mejor, como antaño, sino que ahora sirve para pagar más tributos que en el País Vasco. No resultaría de extrañar que, en el futuro, aumente el porcentaje de clase media más proclive a que Navarra forme parte de una comunidad más poderosa, a la que, además, respetan más en Moncloa y que goza de un mayor bienestar. Se trata de una evidencia probada por los estudios de balanzas fiscales que, gracias al concierto económico, el País Vasco ha logrado, tras un sinfín de negociaciones oportunistas, convertirse en la región más sobrefinanciada de España.
Cada cesión de competencias que consigue el PNV para Navarra es un regalo envenenado, que nos narcotiza para sentir que dentro del País Vasco viviremos mejor. Esta impresión constituye un engaño. Cuando aceptamos complacer a un gobierno que profesa una fe ciega en el nacionalismo, estamos pagando un alto precio por esa falsa tranquilidad: la pérdida de libertad. Cuando la pasión por esta doctrina se transforma en religión, algo que está sucediendo, todo se justifica, incluso el derecho a excluir a quien no comparta un sentido de pertenencia a la nación.
El chantaje que implica fingir que nos plegamos a la ideología del régimen condiciona la vida. A base de ir cediendo, uno pierde autonomía. El nacionalismo seduce a quien no esté prevenido, porque sabe ilusionar y conmover. Cuando hay emociones desatadas, de poco sirven razones fundamentadas. Sin embargo, hay una que debiera hacer reflexionar a quienes aprecian el actual bienestar: el País Vasco sería un Estado fallido fuera de España y de Europa porque, ante la imparable globalización, carece de suficiente masa crítica para prosperar por sí mismo.