La semana pasada, decíamos en estas líneas que el circo llegaba a Nueva York de la mano de Pedro Sánchez, Greta Thunberg, y la fanfarria que acompaña a la ONU doquiera que vaya. Había quienes vaticinaban que hoy, segundo aniversario del famoso —e infame— 1 de octubre, el circo se instalaría en Cataluña, pero no ha sido así. Por el contrario, el panorama ha resultado más bien tristón en las diferentes manifestaciones que se han convocado en diversos puntos de la comunidad autónoma, siguiendo la estela —que no estelada— de la Diada, que registró la participación más baja de los últimos ocho años.
Todo ello pone de relieve que mucho es lo que ha cambiado en los últimos dos años. El carácter inmaculado de los más fervientes defensores del nacionalismo catalán se ha cuestionado a raíz de la detención de los nueve CDR que planeaban acciones violentas. La policía, cuando actúa, funciona.
Por su parte, la sentencia del Tribunal Supremo tras juzgar a los líderes del ‘procés’ se hará pública antes del 16 de octubre, y está previsto que haya condenas. La justicia, cuando actúa, funciona.
A nivel internacional, Puigdemont sigue ganándose a pulso el sobrenombre de “el enajenado de Waterloo”: hoy ha tenido a bien protestar en Bruselas ante el Parlamento Europeo por su exclusión del mismo. Como viene siendo habitual, otra manifestación internacional de la lucha por la independencia en la que acaba habiendo más banderas que manifestantes. Las relaciones internacionales y la existencia de un relato propio, cuando se ponen en marcha, también funcionan.
La política sin embargo, o no actúa, o cuando lo hace, no funciona. Y ese es el mayor problema que tiene España de cara a lidiar con el proceso independentista catalán. Debate eterno en torno a la aplicación o no del artículo 155 de la Constitución con un Sánchez patriótico o conciliador según sople el viento, Colau haciendo de las suyas al publicar una infografía que recoge las “agresiones” de la Policía Nacional durante el referéndum ilegal de 2017, o una Generalitat marcada por el desgobierno ante el colapso al que la somete el ardor independentista. Un colapso que se ha hecho patente al presentar Ciudadanos una moción de censura contra el presidente de la Generalitat, ese Quim Torra que exhorta a practicar la desobediencia civil como un revolucionario de medio pelo. Como ya deja de resultar sorprendente, el PSC se ha situado al margen del bloque constitucionalista y se abstendrá en la votación de la moción de censura. En definitiva, business as usual en la Generalitat.
Sin embargo, hay motivos para mostrarse optimistas. La indecisión política no ha pasado una factura demasiado cara, lo que ejemplifica cómo las instituciones del Estado funcionan infinitamente mejor sin intereses partidistas o ideológicos que las esclavicen. Eso sí, todos aquellos empresarios que pusieron pies en polvorosa hace dos años constituyen una pérdida de difícil reparación y, sin duda, serán el saldo negativo que quede de este triste espectáculo cuando las luces se apaguen en la carpa, los payasos se quiten el maquillaje, y el maestro de ceremonias vuelva a meter a los tigres en sus jaulas.
Por delante queda salvar con gracia las próximas fechas señaladas —sentencia del Tribunal Supremo, y el 27 de octubre, aniversario de la Declaración Unilateral de Independencia. Hoy, 1 de octubre, es también el día internacional del café. Y en Cataluña, los independentistas lo han empezado a servir descafeinado.