Cataluña está siendo escenario y premio de una partida de póker en la que las fichas sangran. Una partida entre Torra y sus CDR por un lado, y Sánchez y Marlaska por otro. En 2017, Rajoy cayó de bruces en la trampa separatista cuando permitió que la policía usara la violencia en los colegios electorales ilegales. Una violencia provocada por tácticas de resistencia coordinadas. Una violencia buscada, como llegaron a admitir en su día, para galvanizar a la población y conseguir que saliera masivamente a la calle, dejando al Gobierno atrapado entre aceptar la independencia de facto o usar la fuerza militar ante la vista horrorizada de la comunidad internacional.
El cálculo falló porque la población separatista no es tan sectaria como sus dirigentes, y porque les quedó claro, con las manifestaciones constitucionalistas y con la acción de la policía, que el camino a la independencia de Cataluña pasaba por el enfrentamiento civil violento. Y no quisieron. No hubo apoyo masivo de la declaración de independencia en la calle. Y así se convirtió en un bluff “para negociar”. Pero imaginemos si hubieran salido, si las fuerzas de seguridad del Estado hubiesen perdido el control de la calle en Cataluña. ¿Habría sido un bluff?
Este año, Torra está azuzando una repetición de la misma estrategia. Actos de sabotaje, cortes de carreteras, ataques a la policía, todo envuelto en manifestaciones pacíficas. La provocación bajo el manto de la inocencia.
Pero, esta vez, tiene enfrente a alguien tan inmoral como él. Torra está dispuesto a enviar a los CDR a la calle con una mano, y a los Mossos, para que les aporreen, con la otra. Todo con tal de presentar a Cataluña como víctima de la opresión.
Marlaska está dispuesto a permitir que los Mossos y la Policía Nacional sean acribillados a pedradas antes que facilitarle a Torra las imágenes que quiere ver
Pero, por su parte, Marlaska está dispuesto a permitir que los Mossos y la Policía Nacional sean acribillados a pedradas antes que facilitarle a Torra las imágenes que quiere ver: cabezas abiertas por porras; cargas contra manifestaciones pacíficas, o que lo parezcan. Pero la negativa de las fuerzas de seguridad a defenderse con contundencia ha acabado generando lo contrario: imágenes imborrables de radicales arrancando adoquines contra la policía, abriendo furgones, quemando Barcelona, saqueando comercios. Dejando en coma a agentes antidisturbios. Aunque ya hemos dejado de ver las algaradas masivas, la violencia sigue ahí cada noche, contra las comisarías, y en los cortes de carreteras.
La Policía Nacional y los Mossos están actuando sin disponer de todo su material. Marlaska no permite intervenir a la Guardia Civil, pese a que ya se encuentra desplegada, y sí que los separatistas machaquen y hieran a las fuerzas de seguridad. Porque cada uno de esos 300 policías heridos en la primera semana es un golpe a la imagen de “gente de paz” y “demócratas” que tanto dinero y tiempo les ha costado crear a los separatistas.
La partida de póker, por tanto, no cesa de subir la apuesta. ¿Qué nivel de violencia está dispuesto a fomentar Torra, quitando legitimidad a su causa para forzar la mano de Marlaska? ¿Qué tendría que pasar para que Marlaska enviara a la caballería, asumiendo el coste de recuperar el control en una situación así? ¿Quién conseguirá antes el muerto que todos tememos?
No falta quien dice que una actuación contundente al principio habría cortado esta oleada de violencia. Es probable, pero, entonces, ni Marlaska ni Sánchez habrían conseguido lo que buscaban: que, esta vez, sea España la víctima sangrante.