El martes 9 de marzo, un día antes de la explosión política que ha sacudido la Comunidad de Madrid, comparecí en la Puerta del Sol para hacer un elogio de Isabel Díaz Ayuso, que recibió el premio Sociedad Civil de la Fundación Civismo que me había sido otorgado el año anterior. Allí dije que, si tuviera que destacar dos cualidades inmarchitables de la señora Ayuso, una de ellas es su apuesta rotunda por la libertad de sus gobernados, por su convencimiento de que hay que ampliar todo lo posible el margen de maniobra para que ejerzan su responsabilidad individual en el destino de la propia vida. Hoy en día constituye una proeza que dirigentes políticos como Ayuso y Rocío Monasterio declaren que lo que más desean es que los ciudadanos sean libres y responsables de sus actos, en lugar de súbditos temerosos del poder público y agradecidos sin remedio a su arbitrariedad y discrecionalidad en caso de que les alcance.
La segunda cualidad que admiro de Ayuso, ésta más relativa a la gestión, es sin duda el desparpajo con el que, al aplicar las políticas que ha pensado que podían tener más beneficio social, se ha desembarazado desde el inicio de los mantras del momento, de la dictadura de la corrección intelectual, del consenso socialdemócrata dominante contra el que lucha denodadamente Vox más que el PP nacional. Me parece que siempre ha apostado primero por los valores consuetudinarios del pensamiento liberal y luego por la eficacia, pues su ligazón es indeleble, y el bien común depende de los resultados.
Madrid fue una de las comunidades más castigadas por la pandemia al inicio de la crisis. A pesar de todo, Ayuso ha conseguido que, aun dirigiendo la región con más densidad de población de España, su desempeño haya procurado que sea una de las que relativamente mejor ha afrontado el virus durante mucho tiempo. Y creo que lo sigue haciendo, aunque le evolución de este contagio endemoniado aconseje siempre no echar las campanas al vuelo.
Hay algunas cuestiones por las que la izquierda instalada en el Palacio de la Moncloa no puede soportar a Ayuso y por las que detesta a Vox. Estas son que ha hecho un digno seguidismo de las políticas que siempre han sido santo y seña de este territorio esencialmente libre y acogedor: gastar moderadamente y reducir todo lo posible los impuestos. A estas alturas de la historia, la evidencia empírica demuestra que las rebajas de impuestos aprobadas por la Comunidad de Madrid han elevado la recaudación justo en aquellos tributos que se decidieron decapitar, como el impuesto del Patrimonio y el de Sucesiones y Donaciones.
Esta es una gesta que confirma la famosa tesis de Arthur Laffer de que reducir los impuestos acaba potenciando la recaudación; es una gesta que reivindica la idoneidad de las tesis liberales frente al aciago retorno del keynesianismo, que desgraciadamente vuelve a estar en boga.
A pesar de lo que digan la Comisión Europea o el FMI, instituciones que se rigen por parámetros automáticos y que desconfían de gobiernos que piensan temerarios, reducir impuestos no equivale a perder ingresos en la misma proporción. Suele ocurrir precisamente lo contrario. Madrid lleva 16 años recortando la presión fiscal, ingresando cada vez más, creciendo por encima del resto de las regiones de la nación y ahorrando a los ciudadanos de la autonomía más de 48.000 millones de euros en todo el periodo.
Afortunadamente, Díaz Ayuso mantiene la intención de continuar impulsando recortes fiscales en cuanto tenga oportunidad, lo que resulta agradabilísimo. Que la señora Rocío Monasterio vigile coercitivamente este compromiso es una garantía de primer orden. A pesar de que la historia del mundo está repleta de rencor y de resentimiento hacia aquellos que tienen éxito poniendo en práctica programas que están en las antípodas de los que predica la izquierda intelectual, y de los que desde puestos ejecutivos tratan de llevar a la práctica esas teorías fracasadas, en Madrid, desde hace mucho tiempo, el PP con el concurso indeleble de Vox ha mostrado siempre su determinación por premiar e incentivar al que prospera gracias al trabajo, el esfuerzo cotidiano y el cultivo recurrente de sus aptitudes personales, que son circunstancias cuya promoción está al alcance de cualquier Gobierno decente y bien orientado, que trabaje para que los individuos den lo mejor de sí mismos, desarrollando la capacidad innata de generación de riqueza que tienen todas las personas, pero que muchos políticos desprecian simplemente porque están desorientados, y en algunos casos porque simplemente son unos depravados.
El modelo liberal de bajos impuestos, de facilidad para las empresas, de cariño hacia los emprendedores y de promoción de una convivencia amigable con el sector privado acaba proporcionando una rentabilidad inmensa. A pesar de lo que se diga en contra, la competencia fiscal es intrínsecamente positiva. Alivia la presión tributaria de los hogares, favorece la localización del trabajo y del capital, incentiva la inversión y el consumo e impulsa a la vez el crecimiento económico y la recaudación. Esta es la norma que ha inspirado a la Comunidad de Madrid a pesar de las denuncias extemporáneas y absurdas sobre eventuales paraísos y desfiscalización de rentas, que no sólo son falsas sino grotescas, pues sólo tratan de enmascarar el suspenso sin paliativos de sus detractores, así como de esconder la podredumbre moral de los que las esgrimen.
Desde su nombramiento, y hasta que ha presentado la dimisión y ha convocado elecciones, Ayuso ha recorrido un camino lleno de obstáculos. Pudo formar gobierno después de arduas negociaciones con Ciudadanos, un socio que ha sido desleal desde el principio hasta su expulsión, así como gracias al respaldo externo de Vox, que ha sido siempre exigente pero fiel, porque ésta es una virtud que está en su ADN, lo que le da fuerza, lo que asegura su futuro. Ciudadanos es un partido moribundo, que además tendrá un sepelio horrible, precipitado por la traición no ya en Murcia -con ser importante-, sino por el cúmulo de desaires y de chulería que ha acumulado en Madrid y que ha protagonizado asiduamente ese ser mediocre que es el ex vicepresidente Ignacio Aguado.
Después de llegar la pandemia, con su reguero desgraciado de muertes, Ayuso ha demostrado en situaciones límite una determinación fuera de lo común. En poco tiempo habilitó Ifema como hospital. En pocos meses, como si fuéramos chinos, los que nos trajeron el virus, ha sido capaz de construir el hospital Isabel Zendal, una epopeya que demuestra por desgracia al mismo tiempo lo más miserable de la condición humana, de aquellos que todavía le siguen poniendo pegas o incluso lo sabotean, de un Gobierno central que tiene el dudoso mérito de no haber visitado ninguno de los recintos, de los sindicatos empeñados en torpedear un proyecto colosal al que ninguna persona animada por la bondad y el sentido común puede esgrimir argumento decente en contra. Madrid y la señora Ayuso, Rocío Monasterio, que es la responsable de Vox en Madrid, son la demostración palmaria de la derrota total y completa del socialismo, desde el punto de vista ideológico, y por supuesto, que es lo importante, del práctico.
El pasado miércoles, la señora Ayuso puso fin a la extorsión permanente de Ciudadanos convocando elecciones. Algunos dicen que esta ha sido una jugada maestra de Ábalos, el señor que desayuna una copita de sol y sombra por la mañana, porque permitirá a Sánchez posicionarse en la centralidad y vincular directamente al PP de Madrid con Vox, ya saben, la ultraderecha. Yo estoy encantado. Si a pesar de que Sánchez cosecha la mayor tasa de mortalidad del mundo durante la pandemia, gobierna un país con la caída del PIB más profunda de la OCDE y tiene la tasa de paro más abultada de Europa; si siendo el que menos ha ayudado a las empresas del conjunto de los socios, y si a pesar de acreditar que es el más inepto a la hora de la vacunación, los españoles le siguen respaldando nos merecemos sin duda la ruina a que nos conduce inexorablemente. ¡Que nos jodan!
Ya dijo Mark Twain que es más fácil engañar a la gente que convencerlos de que han sido engañados. Thomas Sowell, un economista y teórico social americano todavía vivo, afirmó que “el socialismo tiene tantos récords de fracasos que sólo un intelectual podría justificar”. En España hay ejemplares de estos por doquier. Proliferan en todas las televisiones del país exhibiendo su promiscuidad letal. Pero yo no me desanimo. Me gusta el pensamiento tanto como un buen cóctel. Por eso si lo que imagina Sánchez -el gobernante más extremista y nocivo de la historia de España- es que gracias a la traición de Ciudadanos él se situará definitivamente en la centralidad esgrimiendo la alianza ineludible entre Ayuso y Rocío Monasterio en Madrid, le diré que estamos todos encantados. Esperamos con ansiedad arrasarlo.
Hablando de cócteles me parece que el dry martini es el más perfecto y simple de todos. Es seco, es duro, es genuino, es brutal. Aboca a la disyuntiva que la derecha debe poner de moda -repitiéndola todos los días- entre el socialismo y la libertad, que naturalmente son del todo incompatibles, y que estas dos señoras majestuosas, Isabel y Rocío, argumentan y defienden con coraje, valor y determinación cotidiana. Salud y suerte para ambas.