Cuando me preguntan mi opinión sobre el cambio más importante que habría que introducir en nuestra economía para solucionar sus principales problemas y conseguir una sociedad más próspera, contesto siempre lo mismo: la mentalidad de los españoles. El debate sobre el papel que desempeñan las ideas a la hora de explicar por qué unos países son más ricos que otros es antiguo; y es muy conocida la frase de Keynes que afirma que las ideas de los economistas y los filósofos políticos, tanto cuando tienen razón como cuando están equivocados, tienen mayor poder de lo que habitualmente se cree. En realidad –concluía Keynes– poco más es lo que mueve el mundo, ya que los hombres prácticos, que se consideran libres de influencias intelectuales, suelen ser esclavos de algún economista difunto.
D. McCloskey ha publicado recientemente el último volumen de su trilogía La Era de la Burguesía con un título sugerente y discutible al mismo tiempo: “La igualdad burguesa: cómo fueron las ideas, y no el capital o las instituciones, las que enriquecieron el mundo”. Su tesis es que en diversas partes del planeta existieron, a lo largo de la historia, procesos de acumulación de capital y hubo instituciones que podrían haber sentado las bases de su desarrollo económico; y, sin embargo, no lo hicieron. Fue sólo en Europa occidental, entre los siglos XVI y XVIII, donde se consiguió establecer cambios sustanciales en la economía que permitirían, con el paso del tiempo, una mejora espectacular del nivel de vida de la gran mayoría de la población. Dos tipos de ideas fueron, en su opinión, determinantes. Por una parte, las ideas sobre la posibilidad de triunfar en la vida creando nuevas tecnologías o diseñando nuevos tipos de productos o empresas que rompían con lo que se había hecho a lo largo de los siglos. Por otra, la aceptación generalizada del mundo de los negocios y el reconocimiento social de sus éxitos. Es interesante señalar que McCloskey habla de “igualdad” en el título mismo de su obra. Esta palabra es protagonista en nuestros días de todo tipo de debates económicos y políticos, especialmente en su lado negativo: “desigualdad”. Pero el sentido en el que en el libro se utiliza este término es muy diferente al que hoy estamos habituados.
McCloskey dice que, con la revolución burguesa, todo el mundo, al margen de cuál fuera el lugar en el que hubiera nacido o del estatus social de su familia, pudo hacer negocios y tener éxito; y que el conjunto de la población aceptó su derecho a enriquecerse y a ocupar un lugar relevante en la sociedad, aunque sus padres hubieran sido campesinos o artesanos modestos. Esta es la igualdad burguesa, que, en contra de lo que hoy se repite con frecuencia, dio origen a una estructura social más próspera y libre, basada en unos principios éticamente superiores a los que habían existido anteriormente y a los de las sociedades que, en el siglo XX, sustituyeron los principios burgueses por otras formas de organización económica y política.
Algunas de sus ideas son discutibles, ciertamente; en especial la relación que establece entre ideas e instituciones, que puede ser más compleja de lo que en el libro se sugiere. Pero sus reflexiones sobre la igualdad y la burguesía tienen plena actualidad. Se pregunta por qué buena parte de los intelectuales, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, abandonaron los principios liberales y se orientaron hacia el socialismo y el nacionalismo; y por qué, a pesar del claro fracaso que obtuvieron cuando fueron llevadas a la práctica en el siglo XX, estas ideas siguen teniendo predicamento e, incluso, se presentan como una alternativa superior a la sociedad burguesa liberal.
Globalización
La respuesta no es fácil. Pero el hecho innegable es que la izquierda está hoy en contra tanto de los principios del mercado como del comercio internacional. No sólo defiende un sistema económico muy regulado por el Estado, con impuestos elevados y un fuerte crecimiento del sector público que desplace de la vida económica a buena parte de las actividades privadas; también se opone a la libertad en las relaciones económicas internacionales, sin preocuparle mucho que haya sido precisamente la globalización el factor más importante en el espectacular proceso de reducción de la pobreza que ha experimentado el mundo en las últimas décadas.
No cabe duda de que poco queda hoy de las virtudes burguesas que ha estudiado McCloskey. Las ideas contrarias a la libertad económica han triunfado claramente tras la última crisis. Y no sólo en la izquierda. En España, el consenso socialdemó- crata domina los programas de los partidos del centro y de la derecha. Y nada indica que las cosas vayan a cambiar a corto plazo. Me temo que los liberales tenemos hoy pocas razones para ser optimistas.