Keynes tenía muy claro que la política macroeconómica discrecional que él recomendaba a los gobiernos tendría más éxito si los agentes económicos no fueran capaces de percibir cuáles serían sus efectos sobre sus propios ingresos; por ejemplo, una política monetaria expansiva que elevara la tasa de inflación permitiría reducir los salarios con mucha menos resistencia social que si la misma reducción se llevara a cabo con precios estables.
La ilusión monetaria haría, en este caso, más fácil que un gobierno lograra sus objetivos. Pero, ¿qué ocurriría si los agentes económicos fueran conscientes de los efectos de una determinada medida de política económica? Si un gobierno intentara, por ejemplo, relanzar la economía emitiendo más dinero y reduciendo los tipos de interés, los inversores no se guiarían únicamente por el hecho de que los tipos de interés bajaran en el corto plazo; pensarían, en cambio, que uno los efectos de esta medida sería una mayor inflación y, por tanto, tipos de interés más altos en el medio y largo plazo. Y lo que sucedería es que tal política expansiva tendría unos efectos mucho menores que los inicialmente calculados por el gobierno.
La teoría de las expectativas racionales afirma que la gente actúa con mayor racionalidad de lo que los economistas keynesianos habían supuesto; que los agentes económicos hacen uso de toda la información disponible y de sus experiencias a la hora de adoptar sus decisiones; y que las expectativas actuales condicionan la evolución futura de la economía. Aunque los primeros planteamientos de esta teoría fueron presentados por J. Muth a comienzos de la década de 1960, sería Robert Lucas quien la incorporaría a la macroeconomía y al análisis de los efectos de la política económica. Lucas nació el año 1937 en Yakima (Washington) y se orientó, en principio a la investigación histórica. De hecho, sus estudios de economía tuvieron como objetivo, inicialmente, permitirle analizar con mayor solidez los problemas históricos que le interesaban. Pero las clases de profesores como Friedman o Harberger, en la Universidad de Chicago, cambiaron su vocación inicial y lo convirtieron en uno de los grandes especialistas en macroeconomía de las últimas décadas, muy crítico de la teoría keynesiana, dominante entonces en el mundo académico.
Tras ser profesor en varias universidades, regresó Lucas a Chicago en 1975; y, en 1995, fue galardonado con el premio Nobel por sus estudios sobre las expectativas racionales y sus aportaciones a una mejor comprensión de la política económica. Hay una anécdota curiosa en torno a este hecho. En 1988, Lucas se divorció de su mujer, Rita; y en el acuerdo correspondiente se estableció que, si Lucas conseguía el premio Nobel en un período de siete años a partir de aquel momento, Rita recibiría el 50% del importe económico del galardón. Transcurridos seis años y unos meses, le concedieron el premio. Sólo se quedó con la mitad del dinero, por tanto. Pero no cabe duda de que le compensó ampliamente; aunque… si el comité Nobel hubiera esperado un año más…