Uno de los principales atractivos de la obra de James Buchanan es, sin duda, que ésta sobrepasa los límites estrictos del análisis económico y abre nuevas vías de investigación en el campo más amplio de las instituciones, la política y la organización social. Nacido en 1919 en el seno una familia de agricultores del estado de Tennessee, fue pronto Buchanan un estudiante brillante; y, a pesar de sus escasos medios económicos, consiguió cursar el doctorado en la universidad de Chicago. Allí tuvo como profesor a Frank Knight y se especializó en la teoría de la hacienda pública.
Fue en Chicago donde descubrió la obra de un autor que le abriría nuevos caminos al margen de la tradición del pensamiento financiero anglosajón: Knut Wicksell (1851-1926), el gran economista sueco al que manifestó su reconocimiento a lo largo de toda su vida académica. La segunda fuente peculiar del pensamiento de Buchanan, al menos en relación con el mundo de la universidad norteamericana, fue lo que en la literatura se conoce como la ciencia de la finanza italiana, que estudió a fondo durante un año de estancia en Italia a mediados de la década de 1950.
Sin estos dos enfoques, nunca habría hecho, seguramente, sus grandes aportaciones al pensamiento económico contemporáneo: la teoría de la elección púbica y la economía constitucional. En 1962, en colaboración con Gordon Tullock, publicó su obra más conocida, El cálculo del consentimiento, que lleva como expresivo subtítulo Fundamentos lógicos de la democracia constitucional. En este libro se estudian los procesos de toma de decisiones en el sector público, abandonando la idea tradicional del gobernante como déspota benevolente que busca maximizar una función de bienestar social. En su modelo alternativo el político es, en cambio, un agente económico racional que persigue sus propios intereses; y, por ello, las reglas que definen las instituciones pasan a desempeñar un papel fundamental. Nuestro economista escribió en un breve texto autobiográfico en 1985. “No soy, ni he sido nunca, un economista en el sentido más estricto del término. Lo que me interesa es entender cómo los procesos de interacción económica nos permiten comprender cómo los hombres podemos vivir juntos sin acabar en una guerra, como planteaba Hobbes, y sin someternos al poder autoritario de los estados”.
A partir de éste y otros trabajos en la misma línea surgió una forma nueva de analizar el papel económico del estado y del comportamiento de los políticos, por la que Buchanan recibió el premio Nobel en el año 1986. Era James Buchanan un liberal convencido, que insistió siempre en la necesidad de imponer límites estrictos a las políticas económicas de todos los gobiernos, incluso cuando éstos han sido elegidos democráticamente. Y cuando se le preguntaba por qué es preciso diseñar reglas que limiten, de forma estricta, la acción de este tipo de gobiernos, daba siempre una respuesta tan contundente como políticamente incorrecta: porque no hay grandes diferencias entre los objetivos de un dictador y los de un gobernante democrático.