Cuando la verdad de un testimonio deja paso a la dulzura que nace de una mirada, es inevitable preguntarse el porqué de tanta luz. Y cuando María Calvo Charro evoca con cada una de sus palabras su declarada misión por defender el feminismo más maternal, romántico y natural, la complicidad entre ser mujer y obrar desde la libertad genera una fuerza descomunal, incluso sanadora.
En el mundo viven exactamente 3.847.095.760 mujeres de todo tipo y condición; con su cultura, etnia, procedencia, religión, diferentes gustos y personalidades entre multitud de aspectos únicos biológicamente definidos, y que Calvo Charro sea la voz clara y precisa que representa a tantas y tantas de estas personas es a todas luces, una auténtica bendición. En una sociedad donde hay pensamientos y decisiones completamente inverosímiles a propósito de la ideología de género, conocemos en La Escuela de Libertad a esta escritora y profesora de indudable reconocimiento y abordamos con ella los entresijos del feminismo en la actualidad y también, comentamos su nuevo libro “La mujer femenina”.
María, una vez escuché que “la mujer era, es y será siempre ese gran desconocido”. ¿Para ti qué es ser mujer?
Ser mujer para mí lo es todo. Ser mujer es la vida, es un sentimiento, es una profesión… lo es todo.
¿Y ser madre?
Ser madre es una parte importante de ser mujer, pero no lo es todo. Para mí antes que ser madre, lo importante es ser pareja, matrimonio. Doy mucha más importancia al padre de mis criaturas que a mis propias criaturas. Al fin y al cabo, creo que los hijos tienen que ser autónomos, independientes, tienen que crecer para irse y volar del hogar. Sin embargo, ser pareja siempre va a estar ahí: el padre de mis hijos es una persona a la que he elegido libremente. Si lo piensas, no hemos elegido a nuestros padres y no elegimos a los hijos. La única persona que he elegido es a mi marido, y es con la persona que quiero compartir el resto de mi vida. Por eso ser madre es una parte de mi vida, pero solamente una parte.
Escritora, profesora, conferenciante entre otras actividades, y por ello, profesional. En esta vida tan acelerada, ¿se consigue ser mujer en el resto de las facetas y también en lo profesional?
Sí, se puede. Es difícil llegar a todo, pero se puede. Y efectivamente, es otra parte de mi vida. Hay varias facetas dentro de la vida de una mujer y en este caso nos encontramos con la parte profesional y esta faceta es también importantísima. Nos permite aportar la visión femenina al mundo profesional. Decía Juan Pablo II que la mujer debía estar en los diversos aspectos de la sociedad para humanizarla, para llegar a transmitir esa visión femenina a las empresas, a la administración, a la política y creo que, no las empresas, ni la administración ni la política pueden prescindir de la visión femenina del mundo.
Los estereotipos que acompañan o en día por suerte o por desgracias a la figura de la mujer: romántica, femenina, rockera, cañera, guapa, inteligente, simpática… la palabra “mujer” va siempre acompañada con un adjetivo calificativo. ¿Hasta cuándo continuará pasando esto? Y entre nosotras somos las primeras que nos calificamos y de alguna manera, nos limitamos.
Creo que tenemos que reclamar la libertad de ser una misma, de no ser encasilladas, de ser respetadas con las decisiones que tenemos: poder tener hijos, desarrollarnos profesionalmente, la decisión de combinarlo todo o de ser ama de casa. Que no nos encasillen por tomar nuestras propias decisiones. Reclamo el feminismo de la libertad, la libertad de carácter, sobre todo.
Teniendo en cuenta tantas opiniones y diferentes mujeres que encontramos hoy en día en la sociedad. ¿El instinto maternal puede llegar a desaparecer?
Por supuesto que puede desaparecer. Actualmente hay muchas mujeres que se declaran “no madres”, es decir, que no quieren ser madres en el sentido de que se les “ha castrado” esa huella psicológico-maternal que tenemos. Los psiquiatras tienen a este tipo de mujeres muy encasilladas porque realmente es una declinación de la maternidad. No es una normalidad, si no una declinación y de hecho califican a este fenómeno como “el complejo de Medea”. “Medea” es una obra de Eurípides en la que la protagonista mata a sus hijos como venganza por una infidelidad del padre. Esta mujer de alguna manera “castra” su lado psicológico-materno, con un ideal estéril de la feminidad y eso conduce a una soledad muy destructiva. Al final son mujeres que han descartado la maternidad por un modelo autorreferencial: del ser autorreferencial, conduce a no abrirte a los demás y al fin y al cabo, no vivir con amor, sin pensar en los demás. Acaba surgiendo una soledad muy destructiva e incluso enfermiza.
Como embajadora del feminismo, como embajadora de las mujeres, ¿qué carencias identificas en la juventud femenina y en la mujer del siglo XXI?
La gran carencia es la falta de conocimiento de una misma, la falta de autoconocimiento. Creo que vivimos una crisis de identidad brutal generalizada. El concepto de ser humano se ha desestructurado y la mujer lo está sufriendo con especial fuerza en la medida que ha perdido esa esencia femenina. Nos han hecho creer que no hay naturaleza, que no hay biología, que esa potencialidad y capacidad inmensa, fuerte, maravillosa de ser madres no influyen en nuestro carácter y claro que afecta. Creo que esta ha sido la mayor pérdida que tenemos que recuperar.
En cuanto a la ideología de género, a esta “borrachera de ideas” comprendidas en la ya mencionada “falta de identidad”. ¿Con cuál de todas las teorías que existen te quedas para explicar o defender esta tendencia que estamos viviendo?
Ha sido un declinar de la propia historia. Esto viene de muy atrás. El origen se encuentra en 1940 con Simone de Beauvoir con esta famosa frase: “mujer no naces, te haces”. Por lo tanto, no es que tengas unos rasgos biológicos, sino que además tienes una construcción social y eres lo que quieras ser dependiendo de la cultura, de la educación, de la crianza. Ese ha sido el motivo de la degeneración en la ideología de género. Algo que es un delirio, una irracionalidad, porque también es verdad que hemos suprimido nuestras raíces de la civilización occidental y eso ha contribuido a esto que estamos viviendo: el suprimir el uso de la razón. Hemos suprimido a Platón, Aristóteles, a Kant, Descartes… Ya no pienso, luego existo; ahora es siento luego, éxito. Ya no es: “atrévete a pensar”. Ahora es: “atrévete a sentir” y por lo tanto, los sentimientos nos conducen también a un narcisismo muy fuerte. Luego hemos suprimido esa visión trascendente, esa tradición judío-cristiana, en la que nos explicaban que hay que dar prioridad al amor por encima del deseo, al amor como capacidad de ser con los demás o la capacidad de sacrificarnos por los demás. Si hemos perdido eso y centramos toda esta vida en sentimientos y en deseos, realmente esto deriva en la situación actual.