“El feminismo no es de todas, no, bonita, nos lo hemos currado en la genealogía del pensamiento progresista, del pensamiento socialista”. Así hablaba hace unos días la vicepresidenta del Gobierno en funciones y secretaria de Igualdad del PSOE, Carmen Calvo. Ahí es nada… De una declaración así pueden extraerse varias conclusiones, de entre las que destacan dos por su importancia.
Una primera reflexión es la deriva preocupante del PSOE sanchista, que parece empecinado en superar con creces la marcha ignominiosa del de Zapatero; aquel guateque del que todavía nos dura la resaca. Una resaca que, de forma similar a la afirmación de la vicepresidenta, suele ser el resultado bien de la ignorancia, bien de la libre y consciente voluntad. La distinción acostumbra a ser claramente perceptible y, sin embargo, las declaraciones de la plana mayor de este PSOE siembran perplejidad, y no pocas dosis de indignación. A modo de ejemplo, véanse las declaraciones de la ministra de Hacienda en funciones de hace un par de semanas, abogando por erradicar el “mantra” de que el dinero está mejor en el bolsillo del contribuyente. Increíble pero cierto.
Sin embargo, en esta trayectoria infame, y dado lo grueso de otros asuntos como la unidad nacional, los pactos con nacionalistas, etc., unas declaraciones así no son sino anecdóticas, por lo que corresponde también echar un vistazo al fondo del asunto. Y no sólo hago referencia aquí a la descomunal hipocresía que encierra criticar a quienes pretenden poner “etiquetas” al movimiento feminista a la par que se arroga en exclusividad el abanderamiento de esta causa. No, me refiero al evidente desconocimiento del pensamiento socialista y su originaria dificultad para incorporar la causa feminista. Sus más enardecidos defensores quedarían hoy atónitos al leer la obra de Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845). En ella, el teórico comunista y socialista alemán señala cuánto le horrorizaba observar a las mujeres que se ganaban la vida fuera del hogar mientras que los hombres se ocupaban de los quehaceres domésticos. Según él, aquello era una “locura” que, además, “arrebataba a la mujer de su feminidad (…) degradando asimismo ambos sexos y, por ende, a la humanidad”. En definitiva, dime de qué presumes y te diré de qué careces.
No obstante, está visión pertenece al pasado, e impera la igualdad en Occidente. Ahora bien, lo hace sin ser feudo de un partido, sino que, por el contrario, es enarbolado con orgullo por la amplísima mayoría de los partidos políticos de cualquier democracia liberal que se precie.
Dicho esto, también es preciso destacar que quizá la cuestión radica en el tipo de feminismo al que hacía referencia la vicepresidenta en funciones. Si se trata de uno que promulga la igualdad de hombres y mujeres, entonces el socialismo haría bien en guardar silencio a la vista de su dudosa legitimación histórica. Sin embargo, parece que el feminismo al que apoya la izquierda en este país —como en tantos otros— no es de esta índole; no es normativo sino instrumental, pues no se persigue por su valor moral, sino por su utilidad. Y es que la lucha de clases a la que Engels dedicó su vida carece de fundamento en las sociedades postindustriales y democráticas actuales. Así, los movimientos marxistas y socialistas encontraron ya hace tiempo en el feminismo un nuevo casus belli.
La lucha de clases es sustituida así por una lucha de sexos en la que, como es lógico, para sus impulsores la igualdad no debe ser alcanzada, pues esto significaría el agotamiento de la causa, impidiendo la continuación de un estado de lucha social permanente en el que la izquierda radical nace y se fortalece. Este segundo feminismo, ese de corte sectario que patrimonializa la izquierda hoy cuando el progreso económico y las cotas más altas de libertad de la historia ya no permiten el discurso de la lucha de clases, ese sí se lo ha currado la izquierda. Ese es todo suyo.
Por mi parte, me quedo con un feminismo que no es excluyente en sí mismo, ni tampoco exclusivo de un solo partido. Y lo afirmo bajo la convicción de que lo que busca, pese a lo pervertida y vilipendiada que se encuentre hoy su causa, es liberar a las mujeres. Liberación que no consiste en la confrontación con otro sexo, con un régimen heteropatriarcal, etc., sino en lograr que sean más libres. Una libertad que puede llevarlas —como, de facto, hace— a elegir la formación política que les plazca. Mas que le pese a Calvo.