En España cada cierto tiempo aparece un prefijo, una palabra o grupo de ellas que, cual bálsamo de fierabrás, mejora todo a lo que aplica: eco, feminista, punto-com, resiliencia, etc. El cambio del modelo económico es uno de esos “mantras” que los indocumentados, ya sean economistas o no, incorporan a sus recetas cuando no saben que decir.
En el caso de la izquierda radical, su utilización no responde únicamente al desconocimiento, además, les permite disfrazar de racionalidad su máxima aspiración, acabar con el capitalismo. Los representantes políticos de estos partidos que, en su mayoría no han trabajado nunca en el sector privado y viven a expensas del erario público desde que dejaron de vivir de sus padres, no solamente se creen capacitados, sino que se permiten dar lecciones a quienes han arriesgado su patrimonio para poner en marcha una actividad empresarial con éxito.
Todos los días, en los medios de comunicación aparecen iluminados que saben perfectamente como dirigir las empresas de otros. La semana pasada el ministro de consumo, Alberto Garzón, uno de los más destacados, a preguntas del periodista Carlos Segovia de El Mundo, nos daba sus soluciones para salir de la crisis: <<Hay que reactivar la economía. Eso es lo urgente, pero al mismo tiempo, tenemos que preparar el cambio de modelo de nuestra economía y ser capaces de reindustrializar nuestro país>>.
Lo asombroso es que esta “ciencia infusa” no sólo es una capacidad del político de izquierda radical, sino que incluso la poseen sus parejas. Sin ir más lejos, hace unas semanas fui testigo de cómo mi admirado Carlos Herrera se quedaba “patidifuso” ante las enseñanzas que la “primera dama” se permitía impartir al sector de la restauración. Desde ese momento, el prestigioso locutor e inmejorable gourmet, me dicen que espera con ansiedad la apertura del restaurante de proximidad, ecológico y educativo de su “consortidad”.
Sinceramente, me resulta incomprensible y muy triste que, con la necesidad tan acuciante de emprendedores que hay en nuestro país, estos grandes gurús de la economía teórica dediquen sus esfuerzos a, desde la política, intentar reconducir los negocios de otros, con lo fácil que sería para ellos crear los suyos. Los españoles les estaríamos menormente agradecidos si abandonaran la política y se decidieran a poner en práctica sus propios consejos.
En el mundo real, los empresarios, después de sobrevivir a dos de las crisis más importantes de la historia y quizá por carecer de las capacidades de estos economistas del “monopoly”, no están preocupados por el cambio de modelo económico. Lo que les preocupa, es el cambio del “modelo político” español: un modelo extractivo, sobredimensionado e intervencionista, donde el mérito y la capacidad han sido sustituidos por la obediencia ciega al líder.
Acemoglu y Robinson en su magnífico libro, Por qué fracasan los países, establecían que las instituciones gubernamentales extractivas son la causa de la pobreza. España, después de las dos últimas crisis, se aproxima peligrosamente a este modelo político. Mientras el sector privado ha hecho los deberes, sacrificándose para adaptarse a la nueva situación, los distintos gobiernos que han gestionado ambas crisis no han hecho el más mínimo ajuste, todo lo contrario, no han dejado de incrementar el gasto político, innecesario para los ciudadanos, pero imprescindible para asegurar su permanencia en el poder.
Por tanto, lo que necesitamos no es un cambio en el modelo económico, ¡lo que realmente necesitamos es un cambio de modelo político!
Un modelo en el que la sociedad civil, titular del poder, disponga de instrumentos efectivos para controlar sus representantes y frenar la lógica expansiva del Gobierno y sus tendencias a perpetuarse en el poder. Algunos de estos instrumentos son tan conocidos como manoseados por la clase política: reglas constitucionales, separación de poderes y procesos electorales.
La experiencia ha demostrado que estas clásicas restricciones que regulan los Estados democráticos son necesarias, pero no suficientes, para preservar la libertad y la democracia. Necesitamos una sociedad civil organizada e influyente, capaz de participar en la batalla de las ideas y asegurar restricciones adicionales:
- Unos medios de comunicación libres y representativos de la multiplicidad social.
- Democratización interna de los partidos mediante primarias abiertas y limitación de mandatos.
- Medios adicionales para controlar el poder fiscal del Estado.
En definitiva, lo que realmente necesitamos es un nuevo modelo político que reestablezca los valores democráticos, en el que los ciudadanos tengan el control real de sus representantes y donde la competencia (motor del progreso social) parta de la igualdad de todos ante la ley, incluida la propia administración.
En este momento, en España, el principal freno del progreso social, político y económico lo constituye la clase política y sus prebendas. Ha llegado la hora en la que los ciudadanos debemos sacudirnos el yugo de nuestros representantes y obligarles a actuar como lo que realmente son: nuestros empleados.