Los cuatro jinetes del Apocalipsis
6 de julio de 2020

“Y, cuando el cordero abrió uno de los sellos… vi un caballo blanco… y su jinete tenía un arco… Y salió otro caballo bermejo; y a su jinete le fue dado el poder de quitar la paz de la tierra y hacer que se maten unos a otros; y le fue dada una gran espada… Y vi un caballo negro; y su jinete tenía una balanza en la mano… Y vi un caballo amarillo; y su jinete tenía por nombre Muerte; y el infierno le seguía; y le fue dada potestad… para matar con espada, con hambre, con mortandad y con las bestias de la tierra”.

Este es el famoso texto que abre el capítulo sexto del Apocalipsis de San Juan. Los padres de la Iglesia nunca se pusieron de acuerdo sobre el primero de los jinetes, que ha sido considerado, según los autores, como la representación de la victoria de Dios y como la figura del anticristo. Pero los tres restantes, aunque sólo de uno se mencione su nombre, son claramente la imagen de las desgracias que han afligido a la humanidad desde sus mismos orígenes: la guerra simbolizada por la espada; el hambre simbolizada por la balanza en la que se pesa el trigo, el vino y el aceite; y la muerte que de ellas se deriva.

El objetivo de la serie de artículos que hoy comienza es ofrecer al lector un recorrido histórico de los terribles efectos que sobre los seres humanos han tenido las plagas, los conflictos bélicos y las crisis económicas que, en muchos casos, han guardado una estrecha relación entre sí. En algunas de estas catástrofes la pérdida de vidas fue escalofriante. La gran peste del siglo XIV significó la muerte de, aproximadamente, un tercio de la población europea. Se calcula que como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial fallecieron entre 50 y 60 millones de personas en todo el mundo. Pero una de las mayores mortandades de la historia no fue provocada por una epidemia ni por una guerra, sino -por increíble que pueda parecer- por un programa disparatado de reforma económica. Lo que en la China de Mao se denominó en el año 1958 El gran salto adelante tuvo unos efectos tan desastrosos que condenó a la miseria más terrible a cientos de millones de personas y se calcula que el número de fallecidos causados por aquella hambruna debió oscilar entre los 30 y los 45 millones. Es decir, no sólo matan los virus y las bombas; también la planificación de la economía puede tener consecuencias nefastas, que van mucho más allá de la pobreza.

El estudio de los fenómenos históricos permite entender mejor los problemas actuales. Y esto es cierto también en el análisis de los posibles efectos de las guerras, las crisis económicas y las pandemias de nuestra época. Cuando una sociedad está inmersa en una situación especialmente difícil, como nos ocurre en la actualidad, es natural una cierta tendencia al pesimismo, exagerando la importancia de los problemas y mostrando desconfianza con respecto a la recuperación. Lo que la historia nos enseña es, sin embargo, que es posible superarse incluso de los desastres más terribles y que, pasado algún tiempo, se alcanza una situación mejor que la que teníamos antes.

Pero las grandes crisis dejan huella; y es fundamental ser conscientes de lo que se hizo vial en ellas. Y este es el gran tema: dado que la mayor parte de las desgracias que la humanidad ha experimentado a lo largo de la historia se deben a los propios errores de los hombres, ¿hemos aprendido de ellos? La respuesta a esta pregunta no es clara. No cabe duda de que tiene que ser positiva, en la mayor parte de los casos, dado que, si no fuera así, resultaría difícil explicar nuestra supervivencia en el planeta y el progreso sostenido de nuestra civilización. Pero es cierto también que determinadas equivocaciones se repiten una y otra vez. ¿Hemos abandonado realmente la idea de que declarar la guerra a otros países es algo noble y beneficioso para nuestra nación? ¿Hemos renunciado a experimentos disparatados en política económica que hemos visto que, una y otra vez, generan hambre y miseria? Estoy convencido de que vamos a superar la actual crisis del coronavirus y de que sus efectos no serán, seguramente, tan terribles como muchos hoy imaginan. Pero me temo que aquello que nos contaba San Juan, hace casi dos mil años, de los jinetes, el hambre y las espadas sigue teniendo una sorprendente actualidad. 

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