‘Brexit’ o la confusión
25 de marzo de 2019

La última peripecia en la saga del brexit es la decisión del portavoz de los Comunes de impedir que la señora May someta por tercera vez a la aprobación de la Cámara su proposición de acuerdo de aalida del Reino Unido de la Unión Europea. Así, un Parlamento dividido fuerza a la primera ministra a pedir a la Unión un aplazamiento de la ruptura más allá de la fecha fatídica del 29 de marzo. No se puede pedir señal más clara de los duros enfrentamientos, los sentimientos desbocados y, sobre todo, la confusión de conceptos que acompañan el proceso de divorcio entre el RU y la UE. El público no sabe lo que le espera, si salida o permanencia. Los catastrofistas anuncian caídas de la producción y aumentos del paro. La incertidumbre paraliza las inversiones. Los británicos que viven o trabajan en los demás países de la UE temen por su futuro y lo mismo los comunitarios domiciliados en Gran Bretaña. El objeto de estas reflexiones mías no es tanto lamentar la confusión en que se encuentran sumidos los súbditos de la reina Isabel II como subrayar el analfabetismo económico de la mayor parte de quienes están inmersos en esta polémica: más concretamente, sostengo que el desconocimiento de la verdadera naturaleza y previsibles consecuencias del libre comercio y el proteccionismo lo envuelve todo en una espesa niebla, semejante a la que sufrí en Londres en mis años de estudiante.

ACTITUDES ENCONTRADAS

No hay más que fijarse en el resultado del referéndum del Reino Unido para ver que sus ciudadanos se encuentran profundamente divididos ante el posible divorcio entre el Reino Unido y la UE. En efecto, la distancia entre de sí (51,9% a favor de la ruptura) y el no (48,1% en contra) parece muy ajustada, especialmente pese a la elevada participación. La distribución geográfica del voto confirma el enfrentamiento: votaron mayoritariamente a favor de seguir en la UE Escocia, Irlanda del Norte, el Gran Londres (y Gibraltar); el resto tendió a inclinarse por la separación. La distribución por edades también indica un preocupante aglutinamiento del voto: parece que los jóvenes preferían quedarse en Europa y los mayores marcharse.

Tras dos años de agotadora discusión interna e inacabable negociación con Bruselas, la opinión británica está aún más dividida que durante el referéndum. Pueden distinguirse cuatro corrientes de opinión.

1. La postura leave de marcharse bruscamente, cortando las amarras con la Unión y restableciendo la plena soberanía nacional, con la denuncia de los Tratados y la derogación de los reglamentos y normas de la Unión traspuestos a la legislación del Reno Unido; este movimiento lo inició el partido UKIP (United Kingdom Independence Party) liderado inicialmente por Nigel Farage, pero que ahora tiene acérrimos partidarios tanto en el partido Conservador como en el Laborista.

2. El Gobierno de Cameron propuso el referéndum porque esperaba que ganase la postura remain de permanecer en la Unión. Fue la que defendían la City y las grandes empresas, los social-liberales y los nacionalistas escoceses. Ahora los pro-europeístas piden un segundo referendo. A pesar de la campaña de un grupo de diputados en los Comunes, tanto laboristas como conservadores, a los que se añade ahora el líder socialista Corbin, un segundo referéndum parece improbable.

3. La señora May, apoyada por una importante corriente de opinión, ha intentado (desesperadamente y con poco tino) buscar un acomodo con la Unión. Está dispuesta a pagar 40.000 millones de euros por compromisos previos al referéndum, a condición de conseguir un acuerdo de librecambio, de controlar la inmigración de europeos y de evitar la reaparición de la frontera entre las dos Irlandas.

4. Los economistas promercado (una corriente minoritaria, como siempre) querrían romper inmediatamente y sin condiciones, para convertir el Reino Unido en un reino instalado en el librecambio, como fue la Gran Bretaña en el siglo XIX.

VENTAJAS Y DESVENTAJAS

Las tres primeras opciones cargan con costes que puede resultar cuantiosos y prometen beneficios que quizá sean meros espejismos. Empecemos por los leavers nacionalistas. Buscan limitar la competencia que los inmigrantes plantean para los trabajadores británicos. Acusan a los inmigrantes como personas que vienen a Gran Bretaña solo para aprovecharse de los servicios sociales y educativos gratuitos del estado de bienestar. El hecho es que los inmigrantes suelen ser jóvenes y trabajadores, y contribuyen a aumentar la productividad de la economía. El balance económico neto de la inmigración es positivo, si se toman en cuenta los impuestos que pagan. En realidad, se trata de una resistencia cultural y religiosa contra la inmigración. Muchos de los leavers británicos sueñan con un Reino Unido tradicional, soberano y, en lo posible, autosuficiente.

Enfrente, hay un amplio grupo de remainers de convicciones europeístas, pero sobre todo temerosos de las consecuencias económicas del divorcio. La City necesita la clientela europea. La industria del automóvil sufriría con la imposición del arancel europeo. En el mercado europeo se encuentran los principales clientes de la producción británica. Reina el temor de los obstáculos que la UE pueda oponer a las exportaciones británicas: en 2017 fueron el 44%, una proporción que va cayendo. En ese mismo año el 53% de las importaciones del RU provinieron de la UE. Un ejemplo notable es el del gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, que ha descrito las consecuencias de un brexit duro como del mismo orden de las de la crisis financiera de 2008: ha llegado a predecir una caída del 8% del PIB del Reino Unido y una tasa desempleo que alcanzaría el 7,5%

En su búsqueda del término medio entre salir y quedarse, Theresa May ha mostrado más rigidez que capacidad de liderazgo. Inasequible al desaliento, insiste en presentar su plan una y otra vez a unos Comunes hostiles. Ahora ha pedido un pequeño retraso de la fecha de salida. Está comprometida a llevar el brexit a buen fin, pero ni el Parlamento le ayuda, ni su partido la apoya ni Bruselas quiere dar su brazo a torcer. En mi opinión, su actitud se explica porque no entiende bien las posibilidades que ofrece el libre comercio. Al faltarle esa comprensión, carece de la capacidad de liderazgo necesaria para señalar el camino de la libertad a los temerosos de siempre. El resultado es una indefinición que daña gravemente el prestigio de su país.

La cuarta posibilidad es la del brexit duro. Los temores ante una ruptura brusca son exagerados, pues un régimen de comercio libre unilateralmente proclamado por el RU no es tan duro o desesperado como ella teme. En el momento de su ingreso, los británicos se sintieron atraídos por el área de libertad económica que parecía iba a ser el Mercado Común. No contaban con la creciente centralización impulsada por el europeísmo radical. Con el paso del tiempo las ataduras de la regulación laboral, sanitaria, medioambiental y financiera han ido apretándose. Bruselas es el predio de burócratas que ven la vida con el prisma del principio de precaución. Un triste ejemplo de esta forma de gobernarse los europeos es el rechazo final del Tratado de Libre Comercio entre Europa y América del Norte (conocido por sus siglas TTIP). Era una oportunidad sin igual de crear un inmenso mercado en el Atlántico norte. Eran tiempos de Obama. Estaba a punto de firmarse, pero la resistencia de los verdes y los sindicatos retrasaba una y otra vez la conclusión del Acuerdo. Y luego llegó Trump…

El brexit duro asusta porque, para que al final salga bien, es necesaria una dolorosa adaptación estructural de la economía. El arancel medio que la UE impondría a los bienes traídos del Reino Unido sería del 4,3% y, en la otra dirección, los bienes europeos pagarían por término medio un 5,7%. Sin embargo, para evitar el encarecimiento de las importaciones (y de los bienes al consumo) el RU podría reducir sus aranceles defensivos a cero y aceptar todos los bienes con el marchamo regulatorio de la UE. La agricultura, los automóviles y ciertos servicios financieros se enfrentarían con una competencia muy dura. Sin embargo, un déficit estructural de la balanza exterior llevaría a una depreciación de la libra suficiente para compensar la desventaja. Es verdad que una devaluación importante empobrece el país que la sufre. El RU se vería forzado a aumentar su productividad para así mantener su bienestar. No es el momento de examinar las repercusiones de un brexit duro para los distintos sectores, pero sí recordar la importancia del sector financiero en la economía británica. Algunos de los servicios financieros se desplazarían al continente, pero la ubicación del huso horario de Londres y la probada capacidad de innovación financiera de la City la mantendrían sin duda a flote.

Los temerosos de la liberación me recuerdan a los taxistas que buscan refugios administrativos frente a la competencia de los VTC. El error fundamental de los que rechazan un brexit duro es creer que la política de comercio exterior de un país debe venir presidida por el principio de reciprocidad. Al contrario, la liberación unilateral del comercio exterior del Reino Unido favorecería a los consumidores y también a los exportadores británicos, que necesitan insumos extranjeros baratos para exportar competitivamente. Y la competencia venida del extranjero obligaría a los productores nacionales a aumentar su competitividad.

En mi opinión, no es del todo imposible un brexit duro pese al voto en contra de los Comunes, dadas las tensiones que el divorcio provoca en el RU y en la UE. Es un error refugiarse en una visión catastrofista del futuro de la Gran Bretaña después del brexit. No habría que descontar sus posibilidades si se atreviese a adoptar una actitud comercialmente abierta y económicamente innovadora después del choque que sin duda supondrá la salida de la Unión.

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