La Fundación Civismo, en colaboración con el Centro Libre, Arte y Cultura (CLAC), realiza la quinta sesión del ciclo “Opinión Pública en el siglo XXI”. A partir de la célebre obra de Walter Lippmann, reflexionamos sobre los retos a los que actualmente se enfrenta el periodismo informativo y la democracia representativa. En esta ocasión, contamos con Manuel Arias-Maldonado, catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Málaga y experto en sistemas de gobierno.
Politólogo lúcido y valiente, autor de una obra ensayística considerable, crítico cultural, articulista en El Mundo y The Objective; Manuel Arias-Maldonado presenta un perfil transversal que confiere un gran interés a su pensamiento. ¿Cómo puede influir la opinión pública sobre el gobierno? Así se abría la sesión del ciclo. Ante esta pregunta, el malagueño señaló que nuestra época constata los pecados de un idealismo excesivo, y Lippmann fue el primero en corregir ese modelo ilustrado. “El ciudadano no es capaz de hacerse cargo de esa tarea, o bien porque no puede o bien porque no le interesa”. Son los expertos, las elites, las que se deben encargar de que las decisiones públicas no conduzcan al desastre. “No podemos seguir romantizando al público democrático, las funciones latentes que creíamos en ellos no se han realizado”.
En pocas palabras, la educación de masas no ha producido los efectos que se pensaba que tendría, no ha sucedido lo que decía Mill, la gente no quiere “ir a la ópera en vez de al boxeo”. El desencanto de este ideal se achaca a la digitalización, es decir, a la emergencia de Internet y las redes sociales. Ahora bien, a este respecto, Manuel tiene una lectura distinta. Ni hay una relación necesariamente causal entre la Revolución Digital y los males de nuestro tiempo, ni podemos lamentar que hoy en día no se cumplen cosas que tal vez nunca se cumplieron.
Sí que es motivo de preocupación la falta de juicio y de criterio del ciudadano, pero eso no es culpa de Internet. Este es un hecho que siempre ha podido existir, ya sea por un límite antropológico, por falta de cultura democrática, por la magnitud del asunto o por un problema de los medios. Los medios de comunicación ponen el punto de referencia del discurso, asumen la labor de sentar los temas del debate. No obstante, los problemas de financiación a los que se enfrentan les restan independencia, dificultando así el ejercicio de su función al caer en intereses partidistas. Al fin y al cabo, los medios tienen una triple dimensión: son actores políticos (lo quieran o no), empresas que necesitan generar beneficios y fuentes de información para los ciudadanos. Conciliar estas aristas es tan complicado como indispensable.