Un periódico digital con aires podemitas ha publicado hace algunos días un artículo cuyo objetivo es “desmontar las mentiras de Vox”, en el que se pone énfasis en la falta de relación entre la inmigración y la delincuencia en nuestro país. Y para probar esta aseveración, sus autores acuden a las cifras del INE, de acuerdo con las cuales el 77% de los condenados por delitos en 2017 fueron españoles. Y al referirse a los “asesinatos machistas”, señalan que los inmigrantes “solo protagonizan el 37 % de ellos, según el Poder Judicial”.
Las cifras pueden parecer convincentes. Pero, a continuación, el propio artículo añade otro dato que echa abajo toda su argumentación, cuando afirma que el número de inmigrantes no es elevado, ya que “de los 46,6 millones de habitantes de España, solo 4,57 son extranjeros: un 9,8 %”.
No parece que los autores de este artículo sepan mucho de matemáticas; porque basta haber seguido algún curso elemental en el colegio para hacer este somero cálculo. Si el 90 % de los habitantes del país (los españoles) recibe el 77 % de las condenas, esto significa que los extranjeros (menos del 10% de la población) son sujetos del 23 % de las condenas. Haga el lector una sencilla división y comprobará que el porcentaje de los condenados, ponderado por su participación en la población total, es 2,7 veces mayor en los inmigrantes que en los españoles.
Y el resultado es aún más llamativo en el caso de los denominados asesinatos machistas; ya que en este delito los inmigrantes cometen, en promedio, un número de asesinatos 5,28 veces mayor que los nacionales.
En resumen, lo que las estadísticas aportadas en este artículo confirman es justamente lo contrario de lo que en él se pretende demostrar.
Esto no significa, naturalmente, que los inmigrantes sean peores personas que los españoles; pero sí que su especial situación (falta de recursos y de apoyo familiar, un número elevado de hombres solos, integración limitada en la sociedad española, etcétera) los hace más proclives a cometer delitos.
El problema existe, por tanto. Y, si se quiere solucionar, lo peor que se puede hacer es negarlo, en especial con argumentos tan chapuceros como los antes señalados.