La celebración del cuarenta aniversario de la Constitución ha dado pie a algunos políticos para pedir su reforma urgente. Las razones alegadas para ello son, básicamente, dos. La primera, que buena parte de la actual población española no tenía edad para votar en 1978 y sería conveniente, por tanto, que pudieran ahora expresar su opinión al respecto. La segunda, que la sociedad española ha cambiado mucho en estas cuatro décadas y, por lo tanto, el país necesita una Constitución diferente.
Creo, sin embargo, que ambos argumentos son bastante pobres y reflejan que quienes los defienden no han entendido la importancia que tiene la estabilidad en un texto de esta naturaleza. De acuerdo con su razonamiento, habría que derogar, entre otras, la Constitución de los Estados Unidos, que es la más antigua -y la más estable- del mundo.
Dado que fue aprobada en 1787, es evidente que no queda con vida nadie de aquella época y que el país ha cambiado sustancialmente desde entonces. Por otra parte, las enmiendas más importantes fueron introducidas en su texto en 1791, poco después de su aprobación; y las dos últimas veces que se reformó fue en 1971, para permitir el voto a los 18 años, y en 1991, para introducir un cambio menor con respecto a la remuneración de los miembros del Congreso.
Es una Constitución muy breve, ya que se consideró en su día que sólo las cuestiones fundamentales referidas al gobierno y a los derechos de los ciudadanos deberían estar incluidas en ella; dejando para otras leyes la regulación de los temas de menor relevancia. Y, desde luego, casi nadie considera que modificar la Constitución sea hoy una prioridad para el país. Casos muy diferentes pueden encontrarse, sin duda, en otros lugares. Por ejemplo, la Constitución mejicana, que fue aprobada en 1917, ha sufrido ya más de doscientas reformas. A diferencia de la norteamericana, tiene una gran extensión e incluye normas de contenido muy diverso, que se modifican con bastante facilidad.
Me temo que, de hacer caso a quienes quieren reformar hoy la Constitución española e incluir en su texto regulaciones y derechos de todo tipo, acabaríamos con un texto similar, que se sometería a discusión continuamente. Y, la verdad, me gusta bastante más el modelo norteamericano.