Un 23 de marzo de 1992 moría en Friburgo el gran economista liberal, representante de la escuela austriaca, Friedrich August Hayek. Jurista, filósofo y Premio Nobel de Economía en 1974, por su trabajo sobre la teoría del dinero y las fluctuaciones económicas.
Hayek procedía del socialismo fabiano -férreo defensor de la intervención del Estado para mejorar el orden social- sin embargo, las lecciones de Ludwig von Mises y la lectura de su libro El Socialismo, le convirtieron en uno de los principales economistas liberales del SXX.
Son célebres sus enfrentamientos con John Mayrnad Keynes en el King´s College de Cambridge, gracias a los cuales las ideas económicas se cristalizaron en políticas públicas reales.
Quizás no se ha divulgado en exceso, que la primera vez que un economista desconocido como Hayek se dirigió a Keynes fue para pedirle en 1927 un libro de Edegworth, Psicología matemática, a lo que el británico contestó lacónicamente.
“Siento mucho decir que mi reserva de Psicología matemática se ha agotado”.
(Wapshoott, 2013, pp. 15)
Y es que algo tendrán los primeros años cuarenta del siglo XX, en los que se producían discusiones académicas de tan hondo calado, que concluyeron en la Conferencia de Bretton Woods.
El enfrentamiento intelectual entre Keynes y Hayek hoy está de plena actualidad pues la solución a la crisis de la economía occidental no puede centrarse en exclusiva en las políticas de gasto. Concretamente en el presupuesto español hay un gran margen de maniobra para que el gasto improductivo, que lo hay y es cuantificable, se emplee en políticas activas de creación de riqueza y de reducción de la carga fiscal. Algo que las teorías keynesianas, basadas en el multiplicador de gasto, no contemplan. De hecho, si hoy en España se aplicara una bajada del IVA de los carburantes, cifrado en 385 millones de euros al mes, no cabe duda, -contraviniendo las políticas keynesianas- que el efecto expansivo sería claro, inmediato y afectaría positivamente a todos los sectores de la población. Y si los ingresos tributarios –cifrados en 8.833 euros per cápita- disminuyeran, es indudable que el consumo se estimularía y, como afirmaba Hayek, el crecimiento económico vendrían desde el ahorro y la inversión.
La teoría hayekiana sobre el análisis de las fluctuaciones económicas, la interdependencia de la economía y la teoría monetaria, por las que le concedieron el Nobel, hoy están de plena actualidad en un entorno inflacionario como el europeo.
La libre fluctuación de precios, fundamentada en un mercado de libre concurrencia óptimo, en el que la distribución de los recursos es una realidad, adquiere especial protagonismo cuando se está reclamando una reducción de la imposición indirecta de suministros básicos; y es prueba evidente de que la intervención pública no sólo no es necesaria sino que lesiona gravemente la libre competencia, la asignación equitativa de los recursos y aleja la economía de su punto óptimo.
También la teoría del ciclo económico de Hayek demuestra cómo la intervención del sector público –fijando unos tipos de interés artificiales, interviniendo los precios de sectores esenciales y estableciendo una sobreimposición- está frenando claramente la recuperación.
Aunque el crack del 29 condenó al ostracismo las ideas de la Escuela Austriaca, esta depresión supuso una oportunidad para la ciencia económica, pues desde argumentos enfrentados se aportaron ideas que en la actual crisis revelan que la solución keynesiana no es válida. Y el desajuste en las cuentas públicas evidencia cómo el multiplicador de impuestos no es menor que el del gasto público, por lo que urge una bajada de impuestos que haga crecer el consumo y la inversión como componentes básicos de la renta nacional. Mientras que, si el gasto público se empleara en los servicios necesarios, evitando políticas subvencionistas no finalistas, que lejos de permitir un crecimiento del PIB, generan mayores niveles de deuda, la recuperación económica se aceleraría.
Hayek afirmaba, como tesis central de su obra Camino de servidumbre,que los altos impuestos y un gran estado de bienestar son contrarios a un desarrollo económico dinámico, y hoy, en España, soportamos una presión fiscal del 37,5% del PIB y tras la nefasta gestión de la pandemia, se puede afirmar que el gasto público no responde a las necesidades de los ciudadanos.
El Estado mínimo defendido por los economistas clásicos y por Hayek recuperan su actualidad en la España del siglo XXI, donde la irresponsabilidad del gobierno en la gestión del gasto público actualiza la esterilidad de las políticas keynesianas.