En Madrid la Alianza salió de un letargo crítico. Ahora se trata de dotarla de un renovado sentido. Razones no faltan, pero eso sólo no es suficiente
Cumbre de la Alianza Atlántica al máximo nivel en Lituania. Los jefes de Estado o de Gobierno de los estados miembros se reúnen en Vilna con una agenda densa e intensa. De entrada, consideremos la simbología del lugar escogido. Uno de los estados bálticos, fronterizo con Letonia, Bielorrusia, Polonia y Rusia, a través del histórico enclave de Kaliningrado, la antigua Königsberg, capital de la Prusia Oriental y ciudad en la que nació, vivió y murió uno de los pilares del pensamiento alemán y, por lo tanto, europeo, Kant. El riesgo de que Rusia trate de unir Kaliningrado con Bielorrusia es uno de los escenarios de seguridad que más preocupan y ocupan a la Alianza.
La guerra de Ucrania no sólo ha despertado a la Alianza del estado de «muerte cerebral», en palabras de Macron. Además, ha forzado a un replanteamiento de su propia identidad, resucitando viejos debates. Formalmente es un sistema de defensa colectivo, compuesto por estados democráticos y dirigido a defender los principios y valores consustanciales a la democracia. Sin embargo, esta visión idealista, claramente reflejo del pensamiento del propio Kant, no casaba con la incorporación de Portugal y de Turquía, potencias afines pero que en aquellas fechas distaban de ser reconocibles como democracias. Más allá del ideal estaba la necesidad de dotarse de los medios necesarios para combatir a un enemigo inconfundible: la Unión Soviética. ¿Qué es hoy la Alianza? La respuesta está íntimamente vinculada con una de las cuestiones que se van a discutir en Vilna: el ingreso de Ucrania. Este país, que merece la admiración generalizada por el valor y la inteligencia con la que está defendiendo su soberanía, no es una democracia, aunque haya recorrido un camino importante en esa dirección. Para los que defienden su incorporación está claro que la Alianza hoy debe de ser, sobre todo, un instrumento para contener el expansionismo ruso que se ha hecho presente en Moldavia, Georgia y Ucrania, por ahora. La viabilidad de esta propuesta es muy limitada. Si incorporase a Ucrania el conjunto de la Alianza estaría en guerra con Rusia y son muy pocos los estados miembros dispuestos a dar ese paso.
La evolución de la campaña militar en Ucrania será otro de los temas a tratar, en un momento en que ya es evidente la dificultad ucraniana para romper la línea defensiva rusa. Un conjunto de elementos que van desde la calidad del trabajo ruso al establecer un complejo sistema de contención, tras renunciar a avanzar, hasta la ausencia de una fuerza aérea ucraniana junto con lo limitado de sus capacidades técnicas y humanas, nos ayudan a explicar por qué todavía la contraofensiva no está dando resultados. La crisis provocada por las milicias Wagner ha mostrado al mundo la debilidad del régimen ruso, pero eso no implica que el frente se vaya a quebrar ¿Qué hacer a continuación? ¿Qué salida busca la Alianza al conflicto? Para unos, la victoria es innegociable. Para otros, imposible de alcanzar. De fondo una campaña electoral en Estados Unidos que puede tener efectos importantes sobre la evolución de los acontecimientos.
Si la Alianza es un sistema de defensa colectivo y China representa un «riesgo sistémico» ¿Qué va a hacer la Alianza al respecto? ¿Qué papel va a jugar en el espacio Indo-Pacífico? Cuatro estados de la región –Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda– estarán presentes en la cumbre, como ya lo estuvieron en Madrid. China es el principal apoyo de Rusia en Ucrania y ha expresado públicamente el vínculo entre el conflicto ucraniano y Taiwán, culpando siempre al imperialismo occidental. Para Estados Unidos su compromiso de seguridad con el Viejo Continente sólo tiene sentido si es en perspectiva global, de otra manera rebajará drásticamente su presencia. El reto divide a los europeos y no sólo entre estados, sino también dentro de cada estado. El tratado de Washington no nos obliga, pero el sentido común apunta a asumir que las circunstancias son otras y que nuestra propia seguridad requiere de una posición clara y firme ante China. Sin embargo, aun asumiendo esta tesis, el vértigo por dejarse arrastrar a un conflicto mayor con China con un liderazgo norteamericano imprevisible e incoherente asusta a muchos.
Por último, está la asignatura pendiente del gasto en defensa. Una vez más nos hemos comprometido a emplear, como poco, el 2 % del PIB. Ahora no sólo se trata de convertir las palabras en hechos. Sobre todo, hay que decidir qué capacidades necesitamos y cómo se van a producir. Dos temas de enjundia que esconden rivalidades industriales y políticas enormes.
En Madrid la Alianza salió de un letargo crítico. Ahora se trata de dotarla de un renovado sentido. Razones no faltan, pero e so sólo no es suficiente.